
Aunque falto de pasión, me gusta mucho el fútbol. Lo observo y disfruto. Siempre he admirado a ese perfil de futbolista que juega para divertirse, que parece que sigue disputando como si estuviese en el patio del cole. Lo que los argentinos llaman “tener tierrita en el bolsillo”.
El vino si me apasiona más, casi enfermizamente. Leo todo, cato todo, discuto mucho sobre vinos e intento que no se me escape nada. No tengo favoritos pero me gustan esos vinos y elaboradores con “Tierrita en el bolsillo”, enólogos que además de tener detrás conocimientos sólidos, hacen vinos para disfrutar ellos como si nada más que eso, divertirse haciendo vino, fuese lo importante. Su patio del colegio es una viña y disfrutan en la bodega jugando. Que les brillan los ojos cuando hablan de sus elaboraciones.
No es el único que conozco, pero en ese grupo está Víctor Siesto. Por motivos que no logro entender, hace un año más o menos se hizo con mi teléfono y me llamó. “Es que quiero que pruebes mi vino”. Me pareció tan abrumador y excesivo… Pero claro, yo le dije que encantado. Ahora que lo tengo por amigo tampoco logro entender esa aversión suya hacia la variedad Juan García, y le sigo hablando. En aquel momento lo que nos ocupaba era su “Siesto”, un homenaje a Toro y los Arribes, que giran en torno a un río duradero, del que somos afortunados en esta tierra por ser surcados. Y a dos variedades potentes como son la Tinta de Toro y Bruñal. Pero hoy no hablamos de este vino.
Ya casi se nos ha olvidado, pero a principios del siglo XX en este país se pasó mucha necesidad. Y mucha carestía. Para paliarla, y como casi única opción, muchos jóvenes y no tanto se jugaban la piel trayendo de Portugal productos de primera necesidad, y otras veces cosas “de lujo”, si podemos definir como lujo picadura de tabaco y café. Eran otros tiempos. Ahora ya no se fuma tanto y el diablo nos lleva por otro camino; y el café viene encapsulado.
En honor esos antihéroes ibéricos Víctor ha querido jugar a eso, a ser un contrabandista, lo más parecido en nuestras tierras a esos cowboys y forajidos de nuestras pelis infantiles. Se ha embozado y ha traído entre luces, palpando más que viendo, y en silencio, racimos de Touriga Nacional, la variedad más emblemática de nuestros hermanos, aunque a veces consideremos vecinos mal avenidos, al otro lado del Douro. Ya en su bodega de Sanzoles con el botín, ha vinificado las uvas, seguramente entre risitas, como cuando escamoteábamos un Ducados que nos sabía a rayos.
Tras una minuciosa elaboración en depósitos de acero, hace maloláctica en barricas (pocas, hablamos de solo mil trescientas cincuenta botellas) mezclado con Tinta de Toro. Para que nadie se entere de la pillería, como cuando robábamos girasoles, esconde el vino en barricas doce meses y otro tanto en botella.
El resultado es un tinto equilibrado y complejo, de un rubí medio. Con frutos rojos y negros salvajes y un monte bajo muy Touriga. La tinta de Toro aporta mora, y la barrica que acaricia pero no marca nos regala balsámicos y pimienta negra. Buen cuerpo es innegociable cuando hablamos de Tinta de Toro y Touriga Nacional. El paso es firme pero fácil de beber. Te deja en la boca una sensación de pan tostado con mantequilla y mermelada de fresa. Y a chicle de menta. Como cuando jugábamos de pequeños. Y todavía teníamos tierrita en el bolsillo.
Nos vale para copeo, tapas y llega hasta carnes rojas.
Vino: Siesto de Contrabando.
Elaborador: Bodega Siesto.
Zona: Bodega en Sanzoles. Las uvas vienen de Toro y Portugal.
Variedad: 70% Tinta de Toro y 30% Touriga Nacional.
Crianza: 12 meses en barrica de roble francés nuevo.
Precio: unos 15€.