A las afueras de Torres del Carrizal, en una pequeña parcela delimitada en todo su contorno salvo por un pequeño hueco de entrada y salida, Noelia Pérez y Jarana dan algunas vueltas para calentar. La primera es una de las quintas del pueblo; la segunda, su yegua. La muchacha pasa por ser la jinete más experta de la generación del 2006 en la localidad, y la soltura se le ve en la posición y en la actitud despreocupada con la que avanza junto al animal. «Monto desde pequeña», aclara la joven, que pronto sale hacia el camino contiguo para ir al paso en busca de sus compañeros.
La escena tiene lugar este jueves a primera hora de la tarde. Apenas 48 horas después, Noelia y sus cuatro colegas de quintada, tres chicas más y un chico, correrán las cintas de Torres del Carrizal, un rito de paso que se celebra cada año por San Antón y que básicamente consiste en galopar sobre el caballo por una recta de tierra, soltar la mano a la altura de una caja con listones de tela y agarrar una cinta en cada paso. A eso se suma el recitar de unos versos en medio de un camino atestado de gente del pueblo y de fuera. Todo un reto contra el miedo y la vergüenza.

Mientras sigue avanzando hacia el lugar donde están los demás, Noelia añade que la quintada arrancó para ellos en mayo. Luego, continuó con algunas actividades en verano, se prolongó con los festejos habituales de Reyes y se cerrará este fin de semana. En su caso personal, con jarana doble. La del caballo homónimo y la de la fiesta que servirá como colofón para el momento culmen de la generación del 2006 en Torres del Carrizal.
El lugar donde se detiene la jinete es el centro ecuestre La Arboleda. «Ahora lo llaman la hípica, aunque siempre fue el picadero», subraya un vecino veterano. El caso es que de su interior salen dos chicas y un chico a caballo. Sus nombres son Laura Escudero, Alba Fernández y David Lorenzo. De la quintada de Torres, solo falta Carla Pastor. Todos, como también Noelia, son de Zamora capital, pero sus raíces y sus querencias están en el pueblo. Por eso montan a los animales, aunque los tres que aparecen ahora en la escena lo estén haciendo únicamente para poder correr las cintas.
Al lado de los muchachos, a pie, surge también la figura de Eugenio Martín, el responsable del centro ecuestre, el preparador, el hombre que ayuda a las quintadas a ir más seguras a su ceremonia. También les proporciona los caballos y los consejos. Llegados a este punto, toda ayuda es poca: «Lo suyo es que vayan empezando con tiempo. Muchos se piensan que aquí uno viene dos días, se sube y va a por las cintas, pero los caballos son animales. Estos son buenos, pero hay que manejarlos un poco», advierte el experto.

El dueño de La Arboleda sabe de lo que habla. Ya son unas cuantas generaciones preparadas bajo sus directrices. Y no solo de Torres. Las quintadas de Coreses, Bustillo del Oro, Monfarracinos o Moreruela están pasando por las manos de Eugenio para llegar listos a sus respectivas tradiciones ecuestres. «Se trata de que se vayan soltando hasta que llegue el día. Aquí, algunos empiezan en agosto, pero tampoco es tanto, porque hablamos de una clase por semana y, con los estudios y demás, en algunas fases pierden ritmo», indica el responsable del centro ecuestre.
Para Eugenio, la clave al principio es que los muchachos conozcan al caballo, entiendan la idiosincrasia del animal y «cojan confianza para adaptarse un poco a él». A partir de ahí, hasta donde se llegue. «Todo lo hacemos con caballos de clases, que son fáciles entre comillas, pero que son animales. La gente se piensa que van solos, pero no tienen mando automático, hay que llevarlos», insiste el experto, que recuerda que antaño todos los niños se iban familiarizando poco a poco en la localidad antes de llegar a este hito de juventud. Ahora, no es así.
«Hay críos que tienen más miedo, otros menos. Algunos se ven ahí como una marioneta, piensan que el caballo hace lo que quiere con ellos, y se asustan. Lleva su tiempo aprender a controlar eso», asegura Eugenio. «Aquí muchos lo hacen más que nada porque les gusta a los padres y a los abuelos, y porque es una tradición de toda la vida», añade el responsable del centro hípico, que prepara, en general, a todo aquel que quiera aprender a montar. Eso sí, ahora, en estas vísperas del fin de semana clave en Torres, su atención principal está puesta en los alumnos de las cintas.
De hecho, toda esta conversación previa tiene lugar mientras Eugenio sigue a pie a los quintos que van montados a caballo hacia el escenario del ritual: el camino de Benegiles. Los cuatro marchan juntos, con Noelia al frente. Lejos de mostrarse presuntuosa por sus habilidades, la joven que maneja a Jarana alienta y aconseja a sus compañeros, se ofrece para salir antes o después a las carreras en función de las preferencias del resto y grita de júbilo cuando alguno da un pase particularmente bueno.
Mientras, Eugenio va dando indicaciones para orientarlos a todos: «A ver, por la tierra. No les hagáis ir por el cemento. Venga, por el centro, que luego es donde esta el cajón, enseñad a los caballos», vocea el experto mientras tres niños a los que les quedan entre diez y quince años para vivir el momento observan la escena sentados en un bordillo a una distancia prudencial. En esas, los jinetes van recorriendo la recta progresivamente más rápido y, llegados a cierto punto, hasta sueltan la mano para emular la sensación que vivirán cuando tengan que despegar la extremidad para cazar la cinta.

De los cuatro, el más nervioso parece el muchacho, David. Y Eugenio lo constata: «Estás como un flan. No lo pienses tanto, no hace falta pensarlo mucho», le sugiere. A su lado, Noelia le da un refuerzo positivo: «El otro día, lo hiciste bandera, bandera», recuerda la quinta, que no por tener más kilómetros de galope ha perdido la tensión: «Hoy, pensándolo, se me quitó el hambre de golpe. Que me pongan cinco cintas más, que me voy a quedar como un figurín», ríe antes de cruzar nuevamente la recta.
La emoción y la responsabilidad
Después de varios trayectos de lado a lado, otra de las quintas, Alba, no se resiste a llorar de la emoción al ver cómo el animal va respondiendo como ella pretende. Antes, había temido «el quiebro» del caballo, ahora lo felicita efusivamente. La práctica sobre el terreno sigue un rato más en Torres del Carrizal, con el respaldo de un sol que brilla lo que puede en uno de esos días gélidos de enero. Este viernes tocará un último pase de prueba antes de la vorágine del fin de semana y de la puesta en práctica de lo aprendido.
Las cuatro quintas y el quinto de Torres lo harán como les enseñaron Eugenio y el resto de los maestros, y como lo hicieron antes sus hermanos, sus padres, sus abuelos y el resto de los antepasados. La generación del 2006 agarrará las cintas, pero lo que está cogiendo en realidad es el relevo.
