La afonía en sus voces revelaba una cierta entrega previa a otras actividades, las caras de tensión reflejaban la importancia del momento y la presencia del grueso de los vecinos en el camino hacía evidente el carácter popular y comunitario del festejo. Los quintos de Torres del Carrizal, subidos a sus caballos, han corrido este sábado las cintas para poner punto y final a ocho meses de rituales de paso generacionales. Lo que en otras zonas se ha perdido, aquí late, siempre y cuando haya muchachos para darle sentido.
Por fortuna, esta vez eran nueve, una cantidad más que respetable para una quintada moderna y que ha convertido a los chicos y chicas del 2005 en una pandilla más que reconocible en Torres. En mayo, comenzaron con las actividades y las recaudaciones; más tarde, participaron también en la semana cultural y se implicaron en otras acciones de la localidad en colaboración con el Ayuntamiento. Ahora, en plenos festejos del patrón de San Antón, solo faltaban las cintas.
Un grupo de expertos colocó la caja a la altura debida, en una recta preparada para la carrera a velocidad controlada de los caballos, y los nueve se enfrentaron al reto. Lo hicieron ataviados con los ropajes propios de la cita y después de vivir otro tipo de tensión al recitar unos cuantos versos, personales o comunes. La emoción embargó a algunos, como a Lara de la Iglesia, cuando tocó hablar de las abuelas que faltaban. No en vano, el sentido de estas tradiciones reside en quienes se las enseñaron a los que las heredan.
Entre sus coplas, también hubo chanzas, algún que otro dardo, declaraciones románticas y muchas referencias a los padres que miraban orgullosos, pero con los nervios a flor de piel. Quedaba la parte central de las carreras a por las cintas para Samuel, Fran, Mario, Mireia, Elena, Jimena, Jorge o la citada Lara; todos espoleados por un público amable con los fallos y eufórico con los aciertos.
El arrojo y la tradición
A partir de ahí, la habilidad de cada cual hizo el resto, aunque todos demostraron el arrojo y la capacidad para subirse al caballo y avanzar a una cierta velocidad hacia las cintas. Para cogerlas, además, hay que soltar y alzar la mano, un movimiento con una cierta complejidad al que todos fueron atreviéndose a medida que iban y volvían por el camino al son de la flauta y el tamboril.
Uno de los vecinos que participó en el montaje de la caja, Juan Carlos Álvarez, explicó que este ritual «viene de muchos años» y recalcó que es algo «de tradición y de familia». El día anterior se había corrido el bollo y esta noche tocará la fiesta: «Es algo que siempre se va a seguir haciendo», zanjó.