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La mirada de las víctimas. No a la caza

Lo que nos diferencia realmente del resto de animales no es nuestra inteligencia sino la soberbia que nos impide mirar al resto de seres vivos como lo que son

por Julio Fernández 19/11/2025
Julio Fernández 19/11/2025
Julio Fernández.
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Un cazador.

La obscenidad consiste en sacar a la luz todo aquello que por pudor debería permanecer detrás de las cortinas del gran teatro del mundo en el que al final de la partida todos los personajes han de quitarse los trajes, es decir: su papel en la representación de la vida.

Es obsceno matar a otros seres a la vista del público, y es obsceno enseñar a la infancia a matar, sobre todo es obsceno esto último, lo cual debería practicarse en la la intimidad de las familias cazadoras sin perturbar la sensibilidad del resto de la sociedad.

Hasta que un partido indecente no propuso impartir la caza como materia extraescolar, casi no nos habíamos dado cuenta de lo aleccionados que estábamos sobre este tema, y lo tolerante que somos con el sufrimiento animal en general, en el cual también debemos incluir el sufrimiento de nuestros semejantes.

Llevamos décadas mirando para otro lado. De hecho, la convivencia pudorosa consiste en no detener la mirada en la crueldad que nos rodea, y por eso nos molesta tanto cuando nos muestran la verdad de los acontecimientos, cuando comprendemos a simple vista que estamos destruyendo los ecosistemas, los paisajes, la vida en general.

Pronto seremos la única especie no vulnerable en el planeta, y seremos conscientes de este pequeño detalle sin necesidad de abrir los ojos, porque una cosa es la conciencia y otra la mirada. Con una mala conciencia se puede seguir con vida sin inmutarse pero con los ojos abiertos ante la barbarie es imposible no perder la invulnerabilidad. Por esta última razón, he defendido siempre la mirada antes que la conciencia, porque sin mirada no existiría obscenidad y sin obscenidad no tendríamos consciencia de lo que ocurre sin que lo sepamos.

Delante de nuestros ojos, el mundo desaparece, se talan los bosques sin piedad, o se dejan quemar, se hacinan los animales para obtener de ellos proteínas o se lanzan bombas por negocio o por placer sobre mujeres, niños, ancianos y soldados reclutados a la fuerza. Se dispara desde un tanque, desde una aeronave, desde un puesto de control o desde el otro lado de la pantalla de un dron diseñado para la caza de todo tipo de seres.

Que la caza se practique en 2025 es un mal síntoma, es el síntoma de que está ganando la desafección y la violencia frente a la facultad humana por ponerse en el lugar del resto de seres vivos, también los de nuestra propia especie. Pero de esto no nos habíamos dado cuenta hasta ahora. Ha tenido que llegar un partido indecente para que nos demos cuenta.

Y ahora, a quienes disfrutan disparando animales en libertad con rifles automáticos, yo les pregunto qué sienten, ¿sienten ustedes placer cuando ven caer al animal ante sus ojos a cientos de metros de distancia?, ¿de verdad miran al bicho cuando esto sucede o se imaginan que es un objeto animado para practicar el extrañamiento brechtiano?

No creo que exista una barrera entre sentir placer por la muerte de un animal y la de un ser humano. Cuando se aprende a disfrutar matando, el placer se extiende en el cuerpo a través del acto mismo, por esta razón es tan sencillo dar el salto en el disfrute: se empieza gozando disparando a un simple gorrión y se termina pagando por asistir como mercenario en una guerra segura, avalada por una superpotencia o un gobierno civilizado, según toque.  

Somos muy parecidos al resto de los animales, de ahí que la falta de compasión sobre personas de nuestra misma especie sea un oxímoron para aquellas personas que se creen especiales. Lo que nos diferencia realmente del resto de animales no es nuestra inteligencia sino la soberbia que nos impide mirar al resto de seres vivos como lo que son: imprescindibles para que el planeta no se vaya a la mierda.

No, la caza no solo es un mal síntoma, es la expresión de una desconexión cognitiva fruto de una involución. Si la madurez consiste en actuar con tolerancia y respeto, la insensatez ciega de la caza conduce a la crueldad y la necrosis social. Aprender a cazar es, por esta razón, una regresión a un estado de ceguera absoluta. Ni siquiera es una reminiscencia de aquella ancestral necesidad de supervivencia que tanto añoran algunas personas, pues ya no es la carne lo que se busca con la caza, tampoco una práctica ritual, lo que se busca es la adrenalina que convierte a los cazadores en inmortales, en ese instante en el que comprueban su tino con una bala, y en ese instante en el que cuelgan el trofeo en la bodega de su mansión.

Pagar por matar, eso es lo que se va a enseñar a las niñas y los niños el día en el que la caza sea materia de estudio, como las matemáticas o la gramática, una vez que las personas que dominan el mundo, todas ellas con gran sensibilidad por la caza, impongan sus apetencias como forma de cultura.

Pagar por matar, así de simple, con la prepotencia de quienes por la mañana se vuelven salvajes y por la noche le dan un beso a sus hijos antes de acostarlos, o le hacen preguntas desasosegantes a la inteligencia artificial. 

Una disonancia más: las máquinas se vuelven empáticas y fraternales a media que los usuarios de esas máquinas se desvisten de humanidad. 

Pagar por matar para fulminar a tiros cualquier conexión con la naturaleza y aprender a cazar pagando para que no pueda germinar ninguna esperanza natural.

Por suerte, al final del auto sacramental que es este teatro del mundo, todos los trajes se tiran al foso y los cazadores pierden su vestimenta de camuflaje. Es entonces cuando las víctimas los miran. Miran su desnudez, su cuerpo animal. Y no hay en esta mirada venganza, tampoco pudor.

Julio Fernández

Doctor en Estudios Literarios y Teatrales. Poeta y Dramaturgo.

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