Cuando decidió cambiar Madrid por Gamones, en Sayago, a Nuria le invadió el vértigo. No es para menos, puede pensarse ahora, porque lo de cambiar una vida ya asentada en la capital por un proyecto que echaba a andar en un pueblo pequeño de Zamora, con dos hijos a los que mantener, puede echar para atrás al más pintado. Pero es que Nuria y su pareja, Delfín, huían de Madrid cada fin de semana siempre que tenían ocasión, casi siempre al norte hasta que el norte comenzó a llenarse de turistas. Y cambiaron, cogieron un libro de turismo rural, abrieron la página de Sayago, conocieron los Arribes del Duero y comenzaron a repetir viaje. Y a base de repetir viaje, les fue gustando más, hasta que pasó lo inevitable: vieron un cartel de «se vende». Y no fue esa casa la que compraron, fue otra, pero lo mismo da. Lo único que Nuria no cambió en el viaje fue su oficio: era ceramista en Madrid y ha sido ceramista en Zamora, quizás la más reconocida actualmente en la provincia. Si no la conocen por su nombre, Nuria Martín, seguro que sí por su «marca», Numa Cerámica.
En su pequeño taller, en Gamones, la actividad es intensa en los días previos a la Feria de la Cerámica de San Pedro. Las piezas más vistosas están ya colocadas y empiezan a empaquetarse para viajar hasta la plaza de Claudio Moyano, donde se expondrán (y se venderán, porque Numa lo vende casi todo) a partir del próximo jueves. Los hornos están ya parados hasta después de la feria porque en este taller, se esfuerza en recordar con insistencia su dueña, no hay sitio para las prisas. La cerámica tiene sus tiempos y el proceso que se sigue, sumamente artesano, no contribuye a que corran más rápido sino todo lo contrario. En esta habitación de Gamones el único proceso mecánico que se lleva a cabo, si es que se le puede llamar así, es la cocción que se hace dentro de los hornos. Todo lo demás sale de las manos y de la cabeza de una ceramista que, por no usar, ni siquiera usa un torno que ve pasar los días desde debajo de una mesa sin que nadie lo toque.
El tesón ha dado sus frutos y ahora Nuria asegura que trabaja «más aquí que en Madrid», en un ecosistema más acorde para su forma de sentir la cerámica y vivir la vida. Las creaciones de Numa, marcadas por su manera de relacionarse con la naturaleza, han encontrado en Sayago el marco ideal para fluir, celebra la artista. «En Madrid se hacen cosas muy bonitas, pero parece más lógico crear un jarrón con la textura de una encina aquí que una quinta planta de Gran Vía», asegura. Con el impulso que dan las redes sociales, desde Gamones salen más pedidos a la capital de España de los que salían cuando el taller estaba allí. Cosas de Internet.
Numa intenta navegar entre el creciente reconocimiento a su trabajo, unido al inevitable aumento de los pedidos, sin perder la esencia. Se revuelve ante los plazos e intenta escoger clientes que, como ella, entiendan la importancia de un trabajo artesano, en el que correr está prohibido. «El barro», insiste Numa, «tiene memoria», y si los procesos no se hacen como se deben de hacer aparecen las grietas, las imperfecciones, los defectos de los que cualquier artista intenta huir.
Nuria detalla cómo es el proceso de creación con una explicación que denota verdadera pasión por el oficio. Habla con cariño de cómo trabaja el barro, de lo importante que es el proceso de secado, el primer paso por el horno y el lijado posterior que empieza a dar a las piezas su textura. Y explica cómo funcionan en el segundo horno los procesos de alquimia que ya tiene estudiados y que dan a las piezas su apariencia final, imposible de discernir para un lego en la materia. Jarrones que entran al horno dispuestos a encontrarse con temperaturas de 1.200 grados pintados de rosa saldrán coloreados de azul y otros que son verdes al entrar y serán rojos al salir. «Hacemos muchas pruebas y nos llevamos muchas sorpresas antes de dominar los colores», reconoce la ceramista.
El valor fundamental de las piezas, reivindica, es su originalidad. La ambición del taller es que las personas que adquieran aquí una pieza sepan que se están llevando algo único y que se acuerden de ello, y lo valoren, cuando la usen, ya sea una pieza decorativa o una ensaladera. Que vean también de dónde viene la pieza y lo que representa, desde tazas de café con hojas de higuera a jarrones que tienen la textura de un árbol porque se han impregnado de ella cuando el barro estaba aún tierno.
Mención especial merecen los proyectos que algunos de los principales restaurantes de la provincia llevan a cabo en colaboración con Numa, que tiene una remesa de platos que saldrá con destino al restaurante Lera, en Castroverde de Campos, esperando su turno para después de la Feria de San Pedro. También hay creaciones suyas en el Brigecio o en El Ermitaño. Unos procesos, resume la ceramista, «bonitos» e «intensos», en los que se une el proceso creativo del cocinero con el de la ceramista para crear, entre ambos, una experiencia conjunta. La textura del plato y su decoración al servicio de una comida de primer nivel.
También son dignas de mención las piezas que Numa realiza a petición de distintos pueblos para anunciar el nombre de las calles, donde además trabaja con vidrio para dar colores y texturas diferentes. Vidrio reciclado de botellas que la ceramista y su pareja recogen, azules y verdes, que rompen y machacan hasta convertir en polvo e introducen al horno para que vuelva a volverse líquido e impregne la pieza. De nuevo, como todo en este reportaje, algo que suena más fácil de lo que es.
La ambición del trabajo se resume en una frase: «contar una historia a través del barro». Muy fácil de decir, no tanto de conseguir, aunque parezca que aquí, en este rincón de Sayago, alguien lo ha logrado.