Es la hora de comer en Fuentespreadas y en la calle solo está Herminia. La borrasca. Aparte de ella, no hay quien pare a la intemperie en este lunes de enero que no es Blue Monday, pero que tampoco está para fiestas. A cubierto en el garaje de Jesús, todo parece otra cosa. Y más cuando el visitante dobla la esquina y se encuentra con el arte. En realidad, con los restos de la exposición «Artista investigando», creada por un hombre que no difunde todo lo que hace, que funciona en varios espacios repartidos por un pueblo de 300 habitantes escasos y que no estudió Bellas Artes, pero que sí vive de esto, de lo que salta a la vista en la estancia: de su talento para el collage.
En realidad, de esa técnica en múltiples formas, aunque eso lo contará después el protagonista de esta historia, un tipo que, antes de sumergirse en la vida que le ha traído hasta aquí, aclara que el garaje pronto será una sala de exposiciones de verdad. A Jesús, de apellido Aguado, como el día, la muestra reciente le ha valido como campo de pruebas y para pulsar la opinión de la gente. A partir de ahí, hará nacer un recinto que supondrá la culminación de un proceso iniciado en 2018. Hasta ese año crucial, el arte solo estaba en los ratos libres, y el día a día transcurría lejos de Fuentespreadas.
Y es que, antes de ser artista en Zamora, Jesús era enfermero en las unidades de cuidados intensivos de Madrid. No fue hasta hace siete años, a los 47, cuando una crisis existencial le hizo dar un volantazo: «No sé cómo describirlo. De repente, me empecé a plantear que ya tenía mi carrera y mi plaza, que todo era aparentemente normal, pero que había algo con lo que no acababa de estar a gusto», explica el entonces sanitario.
Fue en ese momento cuando Jesús se hizo una pregunta: «Si no necesitara ganar dinero, ¿a qué dedicaría mi vida?». Y la respuesta fue el arte. Primero, comenzó haciendo algunos cursos en Madrid en su tiempo libre; después, el detonante de unos problemas en la espalda que le complicaban la vida en el hospital y las demandas de cuidado de sus padres en Fuentespreadas le hicieron tomar la decisión: «Fueron ayudas para seguir el camino por el que tenía que ir», concede el zamorano. En esa frontera, se decantó por la senda de la vocación, aunque fuese tardía.
Una vez en el pueblo, Jesús empezó a arreglar los espacios. Primero, se agenció la parte de arriba de una casa familiar que fue colonizando con sus collages; más tarde se metió en el garaje. Entre medias, siguió formándose artística y empresarialmente, a través de cursos y un máster de emprendimiento: «Ahí ya vi que me podía dedicar a esto de forma profesional, pero estaba claro que tenía que arreglar cosas», reconoce el vecino de Fuentespreadas. Y se puso a ello.
Primero, se dio de alta como autónomo y comenzó a vender lo que hacía. A particulares y también a través de exposiciones en Zamora o en Madrid: «Mi cliente ideal puede ser el coleccionista, pero no tenía un recorrido ni me presentaba a concursos, a becas o a residencias», recalca Jesús, que fue creando un espacio personal con las nuevas tecnologías como aliadas, con las puertas de su casa abiertas y con el plan, cada vez más hilado, de utilizar en beneficio propio las ventajas de vivir lejos de las urbes.
De hecho, lo que ahora plantea este artista en Fuentespreadas es atraer a viajeros que busquen visitas experienciales para participar en talleres, contemplar su obra y sumergirse en la experiencia rural de la finca y de la huerta: «Como una fusión de creatividad, naturaleza y espiritualidad», matiza Jesús, que asegura que él mismo ha percibido las bondades de su nueva vida en distintos aspectos del día a día. Para empezar, ha podido recuperarse de la espalda.
El lector dirá que todo esto está muy bien, pero se preguntará qué hace exactamente Jesús para poder vivir de esto y para diferenciar sus collages de los que hacen los demás. A simple vista, sobre los lienzos estándar, hay algunas referencias que él mismo apunta, como los cuadros de Kandinsky, Picasso o Miró. Los más avezados también notarán la influencia de las técnicas de Jirí Kolár, fusionadas con otros estilos que el profesional de Fuentespreadas ha ido implementando, pero lo más llamativo tiene que ver con la huerta.
El arte, en las calabazas
Desde que volvió a Fuentespreadas, Jesús echa parte del día en la producción de frutas, verduras y hortalizas para el autoconsumo. Y saca calabazas, pero no se las come todas. Algunas las selecciona, las corta, las limpia y las pone a secar un año. Pasado ese tiempo, las vuelve a humedecer, las limpia y las deja listas para la intervención. A partir de ahí, escoge un tipo de papel o una imagen, lo trocea, decora la pieza y la barniza. Todo queda uniforme, y la baya pasa a ser una obra que se puede confundir con una pieza de cerámica.
Las calabazas se han convertido en el recurso principal para Jesús, pero por el garaje aparecen unos zapatos, algunas sillas, varias piezas de madera, una escoba o lo que surja. El caso es que a la gente le gusta, y el precio ha ido aumentando en consonancia. Sus piezas se pueden vender ahora por tarifas que se sitúan en la horquilla entre los 300 y los 1.500 euros, en función de distintas variables.
Jesús Aguado lo explica todo en el garaje y luego pasa a la vivienda contigua que ha ocupado con sus creaciones y con su taller. De camino, cuenta también su técnica para hacer algunos relieves y darle otro aire a las obras. No da la sensación de que se acuerde mucho de la enfermería. «Hay días que estoy doce horas, otras que tres o cuatro, depende», zanja este sanitario que se hizo artista y que ahora tiene cerca a su familia y a sus calabazas sumadas a una pasión de la que vivir.