Casa por casa en busca del aguinaldo, al trote y con el sol golpeando más de lo esperado para una mañana de Reyes, el zangarrón cumple con su hoja de ruta: «¿Qué tal vas, Raúl?», le pregunta una vecina. El aludido se levanta un poco la careta y responde con voz de fatiga, pero de su boca salen palabras optimistas: «Bien, bien, todo bien, voy bien». Unos metros más tarde, el muchacho se detiene frente a otra vivienda, apaña un nuevo billete y repite el mensaje, aunque advierte: «Todavía me queda lo más gordo».
La escena tiene lugar unos minutos antes de las doce de la mañana, cuando todavía falta una hora larga para «lo más gordo»; para que Raúl, el quinto que este año representa al zangarrón de Reyes en Montamarta, se plante frente a la ermita para cumplir con la parte principal del rito tradicional de su pueblo. Este año le toca a él ser protagonista, probablemente no lo olvidará, pero la ceremonia va más allá de lo individual y se configura como una experiencia social cuyas raíces se hunden en el tiempo y que carece de fecha de caducidad.
Dos zangarrones con cambio de careta
Montamarta celebra, además, dos zangarrones al año concentrados en una horquilla de cinco días. Los ceremoniales del 1 y del 6 de enero son muy parecidos y, de hecho, el ojo que lo mira desde fuera solo distingue el cambio de color en la careta. Raúl, el quinto escogido para esta mañana de sábado, ha portado el rojo de gala, lo que corresponde al día de Reyes, y se ha fatigado por las calles con el tridente en la mano y las carreras tras los mozos acumuladas en las piernas.
La jornada de este zangarrón comenzó al alba, se extendió por la mañana y alcanzó el mediodía. En ese punto a la entrada de la ermita, el personaje encarnado por Raúl persiguió a quienes le agarraban los cencerros, cazó a algunos de ellos y les dio los golpes consiguientes con un tridente pesado, que solo al caer sobre la espalda provoca un sonido grave, como de impacto de un peso muerto.
Las autoridades, por suerte para ellas, no tuvieron que padecer tal reprimenda. Ante los políticos clavó el zangarrón su tridente en la tierra, con la careta levantada, antes de agitar el arma y salir corriendo otra vez. Todo sucedió en presencia de sus quintos, los chicos y chicas con los que Raúl comparte, en este arranque de 2024, una ceremonia que también sirve como tránsito de la adolescencia a la edad adulta.
Un papel especial
Pero su papel en esta fiesta es especial. Por eso, como zangarrón, no accede al templo durante el grueso de la misa, sino al final, cuando acude a pinchar los panes con un tridente antes de emprender el regreso hacia al pueblo.
Todo sucedió en medio de un gran gentío, con personas del pueblo, implicadas en una fiesta con mucho arraigo popular; y también con visitantes, curiosos y fotógrafos que convirtieron el entorno en un pequeño revuelo del que siempre acabó emergiendo, con la careta roja, el eterno zangarrón de Montamarta.