Imaginemos una escena típica navideña. Macarena está sentada en el sofá de casa, junto a la chimenea. Sus hijos juegan con los nuevos juguetes y ella sostiene con sus manos una taza de café caliente y un buen libro; ese que estaba reservando desde el verano para este momento de vacaciones.
Pero un pensamiento perturba súbitamente su momento de paz. Le dice: “Macarena, te quedan solo cuatro días de vacaciones. Aprovecha, que la oficina te espera con los mil problemas sin solucionar que dejaste hace cinco días y con otros mil más que seguramente han llegado durante tu ausencia”. De repente, siente un dolor en el pecho y le asaltan unas ganas perentorias de salir corriendo.
Es la ansiedad anticipando el terrible momento de la incorporación al trabajo. Los pensamientos intrusivos han boicoteado su momento de bienestar.
Estrés también antes de la incorporación
En los últimos años se ha hablado mucho del síndrome postvacacional, la respuesta generalizada de estrés que sufre una persona cuando vuelve a la rutina laboral tras un periodo de descanso más extenso que los habituales dos días del fin de semana.
Esa reacción se refleja en una sintomatología específica donde predomina el decaimiento, la apatía, la falta de energía y, especialmente, la percepción subjetiva de no ser capaz de readaptarse al entorno laboral. Hay muchos artículos con pistas para combatir este síndrome –cambiar los horarios, comenzar rutinas saludables…–, pero se presta poca atención a lo que ocurre antes de la incorporación.
Pero ¿qué sentido tienen?
Desde una perspectiva psicobiológica, surge la siguiente pregunta: ¿tiene alguna función la intrusión de esos pensamientos? En principio, se podría pensar que favorecen la activación fisiológica y cerebral de la persona durante sus vacaciones. Algunos estudios han demostrado que varios factores entran en juego, como describiremos a continuación.
Por un lado, los pensamientos intrusivos como: “¡eh, espabila, que en cuatro días empiezas el trabajo de nuevo!” son señales de advertencia, especialmente para personas que padecen ansiedad recurrente y/o viven en un estado de alerta continuo. En ocasiones, estos aguafiestas mentales son elaborados por el propio sistema nervioso para romper el estado de calma inherente a las vacaciones.
Algunos trastornos de ansiedad incluso implican permanecer continuamente en un estado de sufrimiento y culpa, sin que la persona sea capaz de alcanzar la calma o la relajación.
Los pensamientos intrusivos también pueden estar asociados con la necesidad de control. Algunas personas han encontrado el reconocimiento y la valía ejerciendo dicho control. Para ellas, soltarlo mientras se relajan en una hamaca o junto a una chimenea crepitante no es una opción agradable, sino un martirio.
En conjunto, lo que siente Macarena se denomina ansiedad anticipatoria, que es muy incapacitante y dañina por dos motivos principales. Por un lado, tiene una gran capacidad para sesgar la percepción del entorno. Y por otro, si la persona no se enfrenta al estímulo concreto, este tipo de ansiedad no cesa, lo cual implica la continua activación del sistema nervioso autónomo.
Alteraciones cerebrales
El cerebro necesita rutinas. Cuando dejamos el trabajo, nuestro órgano pensante cambia de enfoque y se adapta a la rutina vacacional. Y esta generalmente implica ocio, relajación y apoyo social, los tres factores protectores más importantes frente a la respuesta de estrés. El cerebro ha de adaptarse y lo hace de forma casi automática.
Sin embargo, realizar la adaptación a la inversa –es decir, pasar de las vacaciones a la rutina laboral– implica un proceso más complejo porque necesitamos dejar un ambiente informal, flexible y tranquilo para irnos a un contexto con estrés (aunque sea un estrés saludable), horarios, plazos de entrega, etcétera.
En términos de investigación, estos argumentos comienzan a tener algún apoyo empírico. Así, un estudio realizado con niños y niñas reveló una diferencia en los niveles de cortisol, la hormona predominante en la respuesta de estrés, propiciada por las vacaciones de verano.
También se ha demostrado que los circuitos corticoestriales participan en estos pensamientos intrusivos durante las vacaciones, tal y como lo hacen en el trastorno obsesivo compulsivo. Dichos circuitos se ocupan de sostener la planificación, el sistema de recompensas y las emociones, tres áreas que se ven afectadas durante el tránsito entre las vacaciones y la vuelta al trabajo.
Cómo prevenir la ansiedad anticipatoria
Según estos datos, parece que la diferencia entre estar de vacaciones y trabajando tiene su correlato en nuestro cerebro y nuestros procesos fisiológicos, que responden a ritmos diferentes. Esto explicaría esa ansiedad anticipatoria que sentimos muchos de nosotros días antes de la incorporación.
¿Y qué podríamos hacer para prevenirla? Trabajar mucho el “vivir aquí y ahora”, el objetivo de algunas terapias psicológicas como la Gestalt. Si cuando llegan los pensamientos intrusivos somos capaces de respirar, recordar que “el ahora es ahora” y que lo demás ya vendrá, las interrupciones anticipatorias se amortiguan e incluso se disipan.
Por tanto, es recomendable “escuchar al cuerpo y a la mente” para que cuando lleguen estas sensaciones de alerta se puedan combatir desde la calma y la confianza de que merecemos un espacio para no hacer nada y descansar. Al fin y al cabo, somos seres humanos finitos que necesitan “parar” tanto como “arrancar”, hablando en términos de producción laboral.
María J. García-Rubio, Profesora de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Internacional de Valencia – Codirectora de la Cátedra VIU-NED de Neurociencia global y cambio social – Miembro del Grupo de Investigación Psicología y Calidad de vida (PsiCal), Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.