La despoblación, el abandono institucional, el nulo respeto a los oficios tradicionales y su poca rentabilidad, el envejecimiento, la falta de apoyos a los que viven en el campo, a los que tienen que cuidar los montes. Montes que este verano ardieron como ardieron en el año 2022 y que dejan sobre la mesa una pregunta: “¿Cómo es posible que el olvido haya apagado tan rápido las llamas y nos haya hecho olvidar tan rápido a los muertos?”. Una cuestión que admite muchas respuestas, algunas más racionales, otras sentimentales. Puede que algunas atinen a explicar por qué en junio de 2022, cuando habían ardido (luego serían más) 30.000 hectáreas en la Sierra de la Culebra, miles de personas se manifestaron en La Marina y por qué este año, con una cifra semejante, solo fueron unos cientos de zamoranos. “La poca vida que le quedaba a esta tierra abandonada se la llevó el fuego”, lamentaba el poeta Santiago León.
Son cuestiones estas que se pusieron sobre la mesa durante la presentación, este viernes, del libro Sierra Quemada, una propuesta editorial tras la que aparece la Asociación para la Promoción y el Estudio de la Capa Alistana y en el que han colaborado la Fundación Caja Rural y Cruz Roja. Tres asociaciones, las tres privadas, “las únicas” que han permanecido detrás de un proyecto al que se sumaron instituciones públicas cuando echó a andar, en 2022, pero del que se bajaron después de los sucesos de este verano. La recaudación del libro irá destinada a la Asociación La Culebra No Se Calla, que se encarga de revitalizar económica y ambientalmente la zona tras los incendios. Han participado en su elaboración escritores y personas relacionadas con el campo que han plasmado historias, cuentos, leyendas o poemas, cada uno según su entender. Entre otros, están el citado Santiago León, Gema Belver, Celedonio Pérez, José Javier Sánchez, Concha Ventura o Alicia Satué. Todo ello ilustrado por los dibujos de un Pifa Montgomery que no deja de proligarse en proyectos de este estilo y que ha logrado, con su dibujo de portada, “una obra tan potente que podría rivalizar con el absurdo concepto de España Vaciada de Sergio del Molino”. “No somos España Vaciada, aún quedamos guardianes sembrando semillas verdes. Somos la España olvidada”, reivindicaba el poeta. O la “España jodida”, como suele decir Celedonio Pérez.
Que la despoblación y los incendios son las dos caras de la misma moneda es un hecho que poca gente se atreverá a día de hoy a discutir. Sobre él percuten de una u otra manera todos los autores, con más crítica el poeta, más pragmáticos Pérez y Belver, tres de las firmas que ayer sustentaron la presentación, en la que estuvieron presentes casi todos los autores. Tremendamente crítico Santiago León, se preguntaba “cuánto valor tiene una vida para aquellos que nos gobiernan, quién se ha acoradado de las sillas vacías que dejan los que no están en estas fechas, que fue de aquellos que salvaron la vida pero a los que se les quemó su forma de ser, a los que despacharon con cuatro baratijas cuando habían perdido lingotes de oro”. “¿Quién va a llorar por nuestra tierra si no somos nosotros?”, cuestionaba León.
“Es una obligación”, replicaba, aunque antes en el turno de intervenciones, Celedonio Pérez, “ahora más que nunca, que defendamos nuestra tierra”. En la misma línea que el resto de autores, el periodista reconocía no saber si la sociedad zamorana “es consciente” del drama al que se enfrenta, con pueblos vacíos y costumbres que se apagan. “No hay inversión aquí”, en Zamora, “porque no somos gente” suficiente. “No se invierte en los montes porque no son rentables. No se habla de la importancia de los que se quedan aquí para descontaminar. Si quien contamina paga, quien descontamina, quien cuida los montes, quien se queda en el campo, debería cobrar”, aseguraba Pérez.

Gema Belver, por su parte, apostaba porque el “mundo rural tenga su reconocimiento”, porque “no sea menos quedarse en el pueblo que ir a la ciudad” y porque “el pueblo siga siendo una opción para vivir, porque no es ni más ni menos”. En un relato que habla de miedo pero que tiene altas dosis de esperanza, Belver lamenta que “las zonas rurales se despueblen”, que en los pueblos reine el silencio durante el invierno aunque se disipe en verano. “Hay un abandono institucional muy grande”, concluía la zamorana. Como con la despoblación, los fuegos del verano no pueden entenderse sin la desidia institucional de los meses y años previos, inciden los autores. De una cosa deriva, inexorablemente, la otra.
El libro se comenzó a gestar en los últimos meses de 2022, aunque conseguidos los textos y las ilustraciones, se paró. Fue en 2025, tras los fuegos del verano, cuando Apeca (mención especial para Felipe Carlos Fernández) y Pifa Montgomery decidieron darle el empujón definitivo. Se ha editado gracias a la compra previa que han hecho cerca de trescientas personas, que pagaron su libro meses antes de que se imprimiera y que lo han recibido ahora. Eso ha cubierto los gastos de edición, pero de momento no ha llegado el dinero a la sierra.
La campaña solidaria empieza, en realidad, ahora. El libro está ya a la venta en librerías de la provincia de Zamora y la recaudación será “íntegra” para La Culebra No Se Calla. Una asociación, creada tras los incendios de hace tres años, que sigue funcionando a pleno rendimiento. En las últimas fechas, de hecho, se han comprado 1.200 castaños que han sido plantados en las comarcas abrasadas hace tres años. Una acción, la de la reforestación, de la que las instituciones también se han olvidado. “De aquello, esto”.
