Avanzar por el noreste de la provincia de Zamora lleva a paisajes llanos, a perder la vista en un horizonte salpicado por pocos elementos. De vez en cuando, un pueblo. Más habitualmente la mirada del viajero se topa con construcciones hechas de barro, cuadradas algunas y redondas la mayoría, típicas de la Tierra de Campos, con siglos de historia a sus espaldas y testigos de unos usos y costumbres que, poco a poco, se han ido perdiendo. Construcciones que cayeron en desuso pero sin las cuales es complicado entender el pasado de esta comarca zamorana. Son los palomares, edificaciones rurales, que se cuentan por decenas y que constituyen una de las señas de identidad de la provincia de Zamora.
La historia de estas edificaciones se remonta al Imperio Romano, aunque repuntan en la Edad Media. Entonces el palomar era una posesión exclusiva de la clase alta, de aquellas personas que disfrutaban de los entonces codiciados «derechos del palomar». Normalmente, se trataba de familias que contaban a su vez con amplias extensiones de cereal en el entorno de estas edificaciones, lo que propiciaba el alimento a las aves y, a la vez, llamaba a más palomas a anidar en su interior.

Con el paso de los siglos los palomares fueron «democratizándose» y formaban ya parte del haber de más clases sociales. Mediante su mantenimiento se lograban ingresos extra gracias a la comercialización de las palomas, de los pichones para la alimentación (el pichón de Tierra de Campos es un plato típico de la comarca) y de las «palomitas», el excremento de las palomas que se usaba para abonar los campos. El ciclo de la vida, en suma.
Y es que la principal característica que se buscaba al levantar un palomar, resume ahora la arquitecta y divulgadora Bea Barrio, es que «fuera funcional». «Cada uno elegía la forma que le ponía, la ornamentación con la que lo decoraba». Son construcciones populares, olvidadas durante décadas y que ahora urge poner en valor, también como atractivo turístico a explotar por la provincia de Zamora. «Corren un poco de peligro porque están construidos en barro y son, en suma, edificios que han dejado de tener utilidad práctica y que pueden venirse abajo si no hay personas que los mantengan». Reflejan, resume Barrio, la historia de la Tierra de Campos, proveedores de la base de proteína que toda dieta necesitaba. A falta de ganadería y de otras fuentes proteicas, en Tierra de Campos los habitantes se refugiaron en el pichón, que todavía hoy se consume de forma amplia en la zona y que es base de algunos restaurantes de alta cocina, tal es el caso de Lera. «Cuando se empezó a tener acceso a la carne a un precio razonable los palomares empezaron a caer en desuso», lamenta la divulgadora.

Lo que es evidente es que interesan, como muestra el hecho de que se han convertido en uno de los reclamos turísticos de una comarca que históricamente ha centrado en las Lagunas de Villafáfila su proyección turística al exterior. Los palomares «están catalogados como elementos singulares», pero realmente no hay todavía ni unos criterios de intervención para mantenerlos ni un censo oficial en la provincia de Zamora. «Tienen una evidente vertiente turística porque forman parte del paisaje, son parte de lo que es Tierra de Campos, y son testigo de técnicas de construcción del pasado y de cómo se vivía hace décadas» en los pueblos.
Las características principales
Cerca o más lejos de los pueblos, los palomares tienen algo en común: siempre buscan el sol, necesario para la cría de pichones. Son, como casi todo aquí, sencillos hasta el extremo. De hecho, llama la atención si alguno de ellos tiene algún alarde a modo de decoración. Se levantaban principalmente usando la tierra de la zona, de manera que es curioso como el color de estas edificaciones y el de la tierra que las soporta es idéntico. Como si quisieran volver a fundirse con la tierra como consecuencia de su abandono.
Aunque los hay cuadrados o rectangulares, la mayoría son redondos, en teoría, para dificultar la entrada de ratas y otros roedores al interior. En Zamora el pueblo con más edificaciones es Villarrín de Campos y casi todos son redondos. Sin embargo, las carreteras que circulan por la zona permiten ver que se trata de edificaciones habituales y comunes a todos los pueblos.

En los últimos años sí se han hecho esfuerzos por recuperar alguno de estos edificios, conscientes las instituciones del mal pronóstico de la arquitectura tradicional de este tipo si nadie interviene en ella. Presentes en piezas literarias como El Lazarillo de Tormes o en obras de Delibes y Miguel de Cervantes, los palomares de Tierra de Campos son otro de los recursos turísticos intrínsecos de la provincia de Zamora. Uno de esos tesoros que sabrá disfrutar quien la visite con la intención de descubrir la verdadera historia acumulada durante siglos.
Este es un reportaje patrocinado por el Patronato de Turismo de la Diputación de Zamora

