– ¿Sabéis por qué estáis aquí?
La mujer que lanza la pregunta se llama Beatriz Barrio y es arquitecta, como los dos hombres que la acompañan para dar una breve charla que reúne a un corro de unas veinte personas: la mitad niños, la otra mitad adultos. Ella misma se responde: «El primer lunes de octubre es el Día Mundial de la Arquitectura y queremos reivindicar su importancia en nuestro día a día», aclara. «En el cole nos enseñan a comer o a vestirnos, pero no a respetar el espacio en el que vivimos», añade el segundo de los profesionales, Alberto Alonso, que mira hacia atrás y aclara un poquito más de qué va esto: «Vamos a pensar qué os gustaría que hubiera dentro de este edificio».
El lugar al que se refiere Alonso es la Casa de Valentín Guerra, un inmueble ubicado en el corazón de Santa Clara, cerca del acceso a la zona de los Lobos, y que fue diseñado por Gregorio Pérez Arribas en 1908. La idea inicial era que funcionase como un edificio para viviendas, pero enseguida se destinó al sector financiero. De hecho, el Banco de España montó allí sus oficinas centrales. En los primeros años, el director, el subdirector o el interventor vivían en las plantas superiores de una construcción más vinculada al uso profesional.

Lo que ocurrió entonces es que, después de años con esa función, el Banco de España trasladó su sede y el edificio estuvo cerrado «30 o 35 años». Luego, en los 80, se subastó y cayó en manos de la Caja de Salamanca, que encargó una reforma ambiciosa. Quien cuenta toda esta parte de la historia es el tercero de los arquitectos del corro situado este lunes frente al inmueble. Hacen falta pocas presentaciones para hablar, en Zamora, de Francisco Somoza. Él fue uno de los responsables de «transformar la Casa de Valentín Guerra» para sus nuevos dueños.
Somoza explica que, por entonces, «el sueño consistía en pensar cómo hacer un banco». Los arquitectos se sentaron a reflexionar, pero también se lanzaron fuera para buscar ejemplos de cómo diseñar la propuesta. «Al final, vaciamos el edificio y dejamos las fachadas», recuerda el profesional, que destaca el patio central con el lucernario y la inclusión de espacios como un salón de actos o una sala de exposiciones para dar respuesta al desarrollo cultural que aspiraban a fomentar los propietarios.

El planteamiento fue adelante, la obra se ejecutó y el edificio funcionó otra vez como espacio financiero hasta el año 2011. Fue entonces cuando Unicaja, la encargada de quedarse con el patrimonio de la antigua Caja Duero, decidió cerrar aquella sede. Y nadie la ha vuelto a abrir. La Casa de Valentín Guerra camina hacia los quince años cerrada; sin nada, aunque esté en medio de todo. Beatriz Barrio se asoma al interior para tratar de intuir qué rastro queda de lo que fue. Lo que hay seguro es abandono.
«Yo lo transformé en su día y ahora os toca a vosotros», advierte nuevamente Somoza antes de marcharse. Y, efectivamente, la propuesta que lanzan sus dos compañeros arquitectos a los presentes va por ahí, por pensar las posibilidades que tiene ahora este edificio y por ponerse manos a la obra. O más bien al plano. La actividad se divide en dos grupos: por un lado, los niños; por el otro, «gente que no hace mucho que lo fue». «Los edificios se recuperan con ideas que transformen, que generen atracción o que provoquen la sorpresa». Y a eso van los participantes.
Con el grupo de los adultos está Beatriz Barrio, que va orientando a las presentes – hay una abrumadora mayoría femenina – y que apunta un par de detalles que quizá se le pueden escapar a quien mira el edificio sin prestar atención a los matices: «En la esquina de los miradores hay leones, y ahí dos mujeres moviéndose». Luego, la arquitecta explica, de forma somera, que el edificio se divide en tres pastillas. También cuenta las limitaciones y habla de la escala: 1:75. A partir de ahí, el plano vacío.

Pero lo primero es una tormenta de ideas: «Que no os dé miedo hablar», reclama Barrio. Un hombre que pasaba por allí sugiere que aquí podría ir «un Zara espectacular». O un espacio comercial en general. Ya los participantes de verdad sugieren una sala de exposiciones, una biblioteca, una sala de talleres o un espacio de coworking. También un vivero de empresas, una zona de música en directo, viviendas o una librería.
Mientras, los niños, «de forma más anárquica», van planteando lo suyo. Alberto Alonso señala que los más pequeños tienden a buscar usos diversos para los espacios en este tipo de actividades, y destaca además la particular visión espacial que tienen. Desde luego, su frescura ayuda a ver propuestas como un teatro, una cafetería de nombre Mari Carmen, una cancha de baloncesto o una sala de guateques dedicada a una mujer llamada Pili.

La actividad dura aproximadamente una hora. En ese rato, los niños y los adultos piensan y dibujan. Después, lo ponen todo el común. Los mayores se debaten entre la admiración por la originalidad de los niños y la risa por ideas como poner una heladería en cada planta: «Creo que han ganado totalmente», admite una de las mujeres. Pero esto no se trata tanto de competir como de sumar. Y el plan no es reducir la aportación a este rato de aprendizaje frente a la antigua sede de Caja Duero.
Actuar de verdad
La idea de Barrio y Alonso es recabar todas las ideas, elaborar un documento técnico con las propuestas y remitírselo al Ayuntamiento de Zamora y a Unicaja. Ahí irán las propuestas de este lunes y las que se recogerán el martes y el miércoles en la actividad idéntica que tendrá lugar en el mismo emplazamiento. Se trata, al fin y al cabo, de abrir el debate sobre cómo recuperar un edificio emblemático para que no quede sometido al deterioro que produce el paso del tiempo.
«Ya habéis visto lo que se puede hacer solamente en una horita. Hay propuestas infinitas», remacha Alberto Alonso. Dentro del edificio, según había apuntado antes Somoza, existe «un piano de cola maravilloso estropeándose cada día más». Quién sabe si alguna de las propuestas recabadas estos días servirá al final para quitarle el polvo.