A Mari Carmen el oficio se lo enseñó su madre y a Miguel se lo enseñó su mujer. Ambos están casados desde hace décadas y llevan, ella por herencia y él «por casamiento», uno de los dos talleres artesanos que quedan en uno de los dos pueblos que son referentes en la alfarería popular de la provincia de Zamora: Moveros, en Aliste. Un pueblo que en tiempos, llegó a contar con 37 personas dedicadas al barro y que ahora no logra congregar a una decena.
En realidad, decir 37 personas en incorrecto. Lo correcto es decir 37 mujeres porque en este rincón de Aliste la alfarería siempre ha sido cosa de ellas. Mari Carmen Pascual es la heredera de aquella tradición en la que las mujeres del pueblo, con un torno que giraba a mano, de rodillas, trabajaban los cacharros. «La forma de trabajar aquello era diferente, era más dura. Cuando yo empecé se estaba todo el día de rodillas, dándole al torno con la mano. Los hombres no lo querían, por eso nos lo daban a las mujeres, supongo», apunta la alfarera, que mantiene la conversación sobre el oficio mientras, de un amorfo montón de barro, es capaz de sacar alguna vasija, un botijo y una maceta para el jardín. Trabaja de forma hipnótica sin que aparentemente se pueda asegurar si es el barro el que se adapta a sus manos o es al revés. Para las personas no acostumbradas a verlo, lo que sucede ahí de forma cotidiana es algo muy cercano a la magia.

El barro sigue siendo en Moveros uno de los principales atractivos del pueblo. A los dos talleres que a día de hoy están abiertos llegan turistas atraídos por la historia de la localidad y visitantes que no tienen más pretensión que comprar algún cacharro y charlar un rato con los artesanos, que no tienen reparos en enseñarles cómo funciona el oficio. Un oficio que, como ha sucedido siempre, se lleva a cabo en las casas, en pequeños talleres que se encuentran dentro de la vivienda que, a su vez, hace de tienda, y donde el barro lo impregna todo, desde la conversación hasta el ambiente. La radio sonando, el girar del torno, el leve sonido del barro mientras toma forma y los cacharros secando al sol componen una estampa imperdible para el quiera llevarse un retrato tradicional de la provincia y de la comarca.
Pero volvamos al oficio, al taller y a la alfarería de Moveros, que ha incorporado a los hombres después de que, durante décadas, su trabajo en el campo fuera principalmente el campo y, en el caso de la alfarería, sacar el barro de la tierra y amasarlo hasta hacerlo apto para poder trabajar con él. Ahora Miguel, que en realidad se llama Manuel «aunque todo el mundo me llama Miguel», el marido de Mari Carmen, también hace cacharros en un torno a la espalda de su mujer. En lo que dura este reportaje saca varias bandejas de asar que va depositando en una estantería que se encuentra tras él. Y remarca, entre una y otra, que la suya es la primera generación de hombres que ha aprendido el oficio. «Yo me casé y encontré mujer y trabajo», celebra. «Pero lo han cogido ahora, con los tornos eléctricos que dan más facilidades. Antes, cuando estábamos de rodillas, no lo querían».
– Será porque las mujeres tienen más capacidad de sacrificio.
– Mucha más. Aunque lo reconozcáis poco.
Desde su torno, Mari Carmen ha visto cambiar la alfarería de Moveros. Tradicionalmente, en Zamora podía decirse que en Pereruela los cacharros que se sacaban eran para el fuego, porque el barro y el caolín que hay por Sayago es capaz de soportar las altas temperaturas sin agrietarse, lo que le hace óptimo para este fin. En Moveros, en cambio, siempre se ha trabajado la alfarería de agua: cántaros, vasijas, botijos… Una alfarería que, lamenta Mari Carmen Pascual, dejó de dar para vivir hace ya bastantes años. Los cacharros que aquí se fabricaban tenían un claro destino, que eran los oficios del campo. Con la decadencia de los segundos llegó el declive de los alfareros, que se encontraron con que realizaban una producción que nadie compraba porque dejó de ser necesaria. Así hasta nuestros días, con unas ventas escasas de los útiles tradicionales, ya más centradas en la decoración que en el uso salvo, honrosa excepción, el caso del botijo, que se sigue comprando y que todavía se usa en muchas casas.

Ante esta situación no quedó otra que pivotar los negocios y ahora funciona también la alfarería para el fuego. No con elaboraciones que aguanten las temperaturas que se manejan en Pereruela, pero sí se hacen fuentes de horno, bandejas de asar e incluso hornos, no de leña pero sí de carbón. «Lo tradicional dejó de dar para poder vivir de ello, hubo que ampliar», reconoce la alfarera, que a día de hoy mantiene el negocio abierto gracias a estas últimas incorporaciones y a los elementos de decoración y de jardín. «La gente que nos los compra siempre repite porque son buenos y no se hielan en invierno», zanja sobre este asunto.

El sector afronta varios retos, y uno es el que afecta a prácticamente todos los oficios tradicionales: la falta de relevo generacional. En el caso de la alfarería de Mari Carmen y Miguel el matrimonio tiene dos hijos que, aunque familiarizados, como no puede ser de otra forma, con el negocio, han encaminado su vida por otros derroteros. Aún es pronto para asegurar que no se quedarán con el negocio cuando sus padres se jubilen, pero la cosa pinta regular. «Saben trabajar el barro, les gusta, pero llevar el negocio ellos… eso es otra cosa», reflexiona su padre. El otro taller de Moveros está en idéntica situación. Lo que no falla, no lo hace ningún año, es la presencia de Mari Carmen y Miguel en la Feria de la Alfarería de San Pedro, donde acuden desde hace décadas. «La mejor de España, en la que más se compra, la gente de fuera viene y se pregunta dónde meten los zamoranos tantos cacharros como compran aquí», celebran. A partir de este jueves ambos, junto con otros muchos negocios de la provincia, estarán bajo los plátanos de sombra de Viriato. Si no saben el camino, escuchen el piar de los pajaritos de barro para guiarse.
Este reportaje es un contenido patrocinado por el Patronato de Turismo de Zamora
