Sucedió el 22 de enero, pero las gentes de la zona ya lo venían temiendo. Don Miguel Morán García, el cura, estaba «delicado» y llevaba una racha larga de padecimientos. No resistió este invierno. Su muerte, a los 84 años, fue un golpe duro para los vecinos, que llevaban más de medio siglo vinculados al mismo pastor espiritual. El sacerdote llegó a la zona de Prado y Quintanilla del Olmo en 1968 y murió en el cargo. Toda una vida.
Durante ese tiempo, Don Miguel fue un fijo cada Primero de Mayo en la particular romería que une las dos localidades citadas, ambas en el tránsito entre Villalpando y Villanueva del Campo, en el corazón de la Tierra de Campos. Básicamente, los vecinos de Quintanilla del Olmo van a pie hasta Prado y los de Prado hacen lo propio en dirección a Quintanilla. En mitad del camino, tiene lugar la liturgia de la fiesta, esta vez marcada por la ausencia del cura que contribuyó a reforzar este hermanamiento «único».

Don Miguel ya no está, pero la romería sigue. Como toca en cada estreno del quinto mes del año a eso de las once y media de la mañana. Los 45 vecinos de Quintanilla y los 54 de Prado (cifras casi buscadas a propósito para el paso de un pueblo al otro y del otro al uno) salen a esa hora de sus respectivos templos en busca de la raya que los separa, del lugar donde se unen cuando amanece mayo.
El sitio siempre es el mismo y lo marca una alcantarilla que está un pelín más cerca de Prado, así que los de Quintanilla tienen más trecho hasta el encuentro. El camino lo hacen con la Virgen del Rosario y San Isidro, también con los cohetes que lanza Isaac Moreno y con la música tradicional que funciona como banda sonora del paseo: «Unas jotillas, Julián», pide uno de los miembros de la banda. Y todo arranca. No hacen falta muchas alforjas para este viaje. Son poco más de veinte minutos por la carretera.
Eso sí, hay algunos detalles que vale la pena relatar. El primero, que los pasos van a ruedas y manejados por un volante que agarran un par de vecinos. No hay mozo suficiente para cargar. El segundo, que es verdad que el paseo es ciertamente amable, pero quienes llevan las banderas de Europa, España, Castilla y León y Zamora a pulso tienen el cielo más ganado que el resto. Por lo demás, solo queda llegar al punto marcado. Siempre por el carril derecho, por si algún coche quiere pasar por la izquierda. Tampoco hace falta molestar.

Isaac, el de los cohetes, prende la mecha con el purito que lleva en la boca y luego destaca que el hermanamiento llena los corazones de la gente de la zona. «Esto es único aquí en Zamora», asevera el vecino, que llega de los primeros a la famosa alcantarilla. Allí, los de Quintanilla se topan con los de Prado, que son algunos más y traen más juventud. Las primeras, unas muchachas, que captan el paso del pueblo vecino con sus cámaras.
El intercambio
Cuando todos se plantan donde deben, Vicente Peláez, el alcalde de Quintanilla, y Ana María Vidal, su homóloga de Prado, se saludan afables e intercambian los mandos. En ese punto, el cura nuevo pregunta qué toca a continuación. Y lo que toca es cantar. Las vecinas de ambos lados entonan en latín antes de que los de Prado vayan hasta Quintanilla y viceversa. Allí habrá misa y refresco en el hogar del otro. El que todos sienten como propio.
Aún en el camino, una vecina de Prado insiste sobre Don Miguel: «Me gustaría que hicieras el comentario, porque era muy querido». Hecho queda. Y los pueblos siguen tan unidos como su cura los dejó.

.