«La mÃa está hecha un flan».
El que habla es el padre de una quinta de Torres del Carrizal, que dice estas palabras cuando los cinco chavales se encuentran en la Plaza Mayor del pueblo antes de iniciar el ritual de paso que supone la carrera de las cintas. No diremos de quién es padre para evitar posibles conflictos domésticos innecesarios, pero sà que no era el padre de Noelia, la joven que claramente llevaba la voz cantante de la quintada, la única que sabÃa montar a caballo desde antes de que le tocara ensayar y, seguramente, la única que seguirá montando a partir de hoy.
Empezó al fiesta con la lectura de las relaciones, llenas de referencias a padres y abuelos que emocionaban tanto a los propios quintos como a la familia. A más de una se le quebraba la voz recordando a antepasados, agradeciendo el trabajo diario a los padres o recordando batallitas con los amigos, algunas chiquilladas y otras no tanto. Prolegómenos al final de la parte importante de la fiesta, que consiste en pasar al galope con los caballos bajo una caja llena de cintas para coger cuantas más, mejor.
«Ya hemos llorado un rato», reconocÃan desde la familia de Noelia mientras los encargados de colocar las cintas a la altura adecuada se afanaban en decidir cuándo era suficiente. «Hombre, más, que eso está muy bajo. Se van a dar con la cabeza», decÃa un vecino. Pues venga, más arriba. «No tanto, ahà no alcanzan», decÃa una segunda. A bajar. «Muy fácil», repetÃa el primero. Nunca llueve a gusto de todos.
Y en estas comenzó la carrera con sorpresa para los asistentes, porque los jinetes nobeles demostraron bastante soltura a la hora de agarrar las cintas ante un público bullicioso con los aciertos y comprensivo con los fallos. El orden, casi siempre el mismo. David, concentrado; Noelia, seria; Carla, con el esfuerzo en el rostro y Laura, concentrada. Fue precisamente esta última la que se quedó con la primera cinta y más tarde con la llamada «cinta maestra», un importante logro a juzgar por la cara de la quinta y por la celebración de los suyos: «¡Grande, Laura!».
Discurrió la fiesta sin más sobresaltos mientras se iba escondiendo el sol y bajando el frÃo, con la quintada concentrada escuchando los últimos consejos de Eugenio, su profesor a la hora de montar. «Muy bien, David. Te voy a sacar a hombros, como los toreros».