Villafáfila, mes de diciembre. El ánsar común ya campa a sus anchas por los humedales, y los estudiosos, los apasionados de las aves y los turistas estándar conviven en armonía dentro de uno de los escenarios más particulares de la Tierra de Campos. En esta reserva natural, las especies del invierno empiezan a alcanzar su punto de mayor concentración antes de que llegue febrero y el esplendor deje paso a la desbandada. Cada año se repite el ciclo, pero no por rutinario deja de resultar un espectáculo digno de ver.
Tanto, que en 2023 más de 16.000 personas visitaron la Casa del Parque de las Lagunas de Villafáfila, aparte de quienes simplemente se dedicaron a rondar por los miradores o a caminar por los entornos para contemplar las especies que aparecen, desaparecen o se mantienen en cada época del año por el lugar. Para quienes disfrutan de este tipo de experiencias y las paladean con el ingrediente clave de la paciencia, el viaje por esta parte de la comarca se vuelve incluso recurrente.
Ahora bien, ¿qué más hay para hacer aparte de sobreponerse al frío para plantarse a contemplar las lagunas? Una de las respuestas habituales a esa pregunta habla de Otero de Sariegos, el pueblo vacío y en proceso de ruina que se ubica al pie de alguna de las zonas de avistamiento más destacadas. Esa es casi una parada obligatoria. Pero se puede aprovechar un poco más de viaje. Así lo cree la guía oficial de turismo y arquitecta terracampina Beatriz Barrio, que despliega un abanico de opciones.
La primera parada de este viaje hay que buscarla a unos quince kilómetros de Villafáfila, en el Monasterio de Santa María de Moreruela, un lugar al que se llega por una carretera estrecha, por la que los autobuses transitan con dificultades, pero que termina por abrirse «a las ruinas cistercienses más impresionantes de la provincia». «Y yo te diría que casi de toda España», se corrige Barrio, que recuerda que la fecha de origen de este lugar hay que buscarla en la primera mitad del siglo XII.
«Es muy interesante ver todos los nichos, y aquí lo bonito de las ruinas es que nos hacen imaginar», apunta la guía, que suele hablar del monasterio como un gigante dormido y como una muestra del reciclaje arquitectónico. Las dimensiones que llegó a tener y que aún sigue mostrando a través de sus restos este complejo dejan a la vista la importancia que tuvo en su día.
Para continuar, Barrio anima al visitante a bajar «un poquitito más, hacia Castrotorafe». Eso sí, con «las botas de montaña» para patear esta antigua villa despoblada, con una ubicación clave entre León, Castilla, Galicia y Portugal, y con una fase de esplendor iniciada en el siglo XII. Aquel auge se fue agotando tras el final de la Edad Media hasta el punto de convertirse en una ruina desde el XVII.
Barrio destaca el interés histórico y visual de un lugar que fue declarado Monumento nacional hace casi cien años y que ha sido objeto de distintos trabajos de restauración y de consolidación. Castrotorafe está a apenas veinte minutos en coche de las lagunas, y es una de las posibilidades que plantea la guía para quien tome esa dirección. En la contraria, se ubica Villalpando: la gran alternativa, «sin duda».
Las iglesias y la plaza castellana
La capital zamorana de la Tierra de Campos es un lugar «para echar la mañana», con varias opciones para comer, con vestigios históricos que recuerdan «la importancia que tenía está villa» y con iglesias – las que están en buen estado y las que se están reformando – que merecen al menos una ojeada atenta. «Y queda, por supuesto, su plaza tan castellana», remacha Barrio.
Quizá, las lagunas se mantengan como el principal reclamo de la zona en estas fechas, pero el puente aún puede dar de sí lo bastante como para girarse hacia el horizonte cercano del patrimonio y regresar con la estampa de las aves, con el alma conmovida por el peso de la Historia y con la visión más completa de una comarca infinita como sus cielos.
Contenido patrocinado por el Patronato de Turismo de Zamora