Los cuentos en torno a la lumbre, las historias en medio de la faena de la siega, las fábulas durante la matanza. La tradición oral como entretenimiento, enseñanza y transmisión de valores, en definitiva. Durante siglos, los pueblos se han traspasado el legado cultural a viva voz: de padres a hijos, de generación en generación. Con cambios introducidos con el paso de los años, claro; con matices nuevos, con la evolución propia de una vida que no es estática. Pero siempre a través de esa cadena.
Ahora, los tiempos modernos han puesto en jaque la continuidad de esa herencia cultural. Y no solo porque ya se cuentan menos historias de esa manera, sino porque, en algunas tierras, «no hay dónde cobijar la memoria humana», falta la materia prima. En la Sierra de la Culebra, por ejemplo, en el Aliste más pegado a La Raya por la parte de Figueruela, Manuel Ángel Sanabria ve cómo «se evapora» esa tradición oral que aprendió de niño y de grande, antes de marchar a la ciudad.
Por eso, con ese ánimo de conservar y con «la pena» como acicate, Sanabria decidió que era el momento de poner sobre el papel y de envasar en una lata con lomo y páginas los Cuentos de la Sierra de la Culebra. Ese es el nombre de la obra que el autor alistano presentó este sábado en la Feria del Libro de la mano del periodista Celedonio Pérez, que advirtió lo apropiado del momento: «Era hacerlo hora o no hacerlo nunca».
Pérez profundizó en la figura del autor, doctor en Psicología y con «un conocimiento extenso de lo rural; de cómo piensan y de cómo hablan» las gentes de esta zona de la provincia que es frontera de tantas cosas. El periodista citó «las maravillas verbales» de la obra y subrayó el valor de palabras con vida propia como «contorna», «esparrancada» o «embadurnada». «Abren la flor de la jara de nuestra niñez», apuntó el presentador sanzoleño.
Para el periodista, Cuentos de la Sierra de la Culebra sirve, entre otras cosas, para «recuperar la memoria de una tierra machacada y olvidada por todos los poderes, que ha tenido que sobrevivir sola y sobreponerse a una gobernanza nefasta». «La Raya es pobre y miserable, pero aún tiene vida», insistió Pérez, que habló de «la desaparición definitiva de una forma de vida» cuya memoria se guarda en «esta joya literaria y etnográfica».
Una cultura propia
El autor, un tanto azorado por la intervención previa, defendió con pasión el valor de esa tradición oral y se trasladó muchos siglos atrás, a los tiempos de Sócrates, para recordar cómo, por entonces, filósofos como aquel se negaban a escribir porque, para ellos, «la palabra hablada era sagrada». Claro, que también influye el hecho de que todavía quedaba lejos la producción en masa de libros y a años luz la imprenta, por supuesto.
Sin embargo, ya con todo inventado, «en comunidades, en pueblos aislados, en islas, en territorios lejanos y en culturas que no tenían mucha comunicación» la palabra hablada se mantuvo siempre como el elemento clave para la transmisión. «Hablamos de lugares donde tampoco se produjo un gran desarrollo de la escritura», argumentó Sanabria. No hace falta recordar que eso de una sociedad al completo capaz de leer y escribir no viene de muy atrás.
En las zonas de frontera dura, como la zona de Figueruela en Aliste, el aislamiento dio lugar a «una cultura propia» muy particular que se hilvanó en base a las pequeñas cosas: «Por ejemplo, en el vestir, con la capa; en la cocina, con el caldo o el cocido» y, claro está, a través de la lengua, de cómo se llamaban las cosas: «Cuando yo llegaba a casa con las botas llenas de barro, mi madre me decía que me quitara el tollo. Esa palabra no se usa fuera, pero la raíz está clara y la vemos en la palabra atolladero. Toda esa riqueza que atesoramos se está perdiendo», comentó Sanabria.
Con aquellas palabras se hicieron las canciones: «Canciones de boda, canciones de misa… Eso es lo que se está salvando mejor», admitió el autor, que decidió poner el foco en los cuentos, donde percibía un olvido más próximo. De ahí, la búsqueda en la memoria de las lumbres, las siegas y las matanzas, pero también de las escuchas en tabernas como la que tenía su abuelo o la más enriquecedora en ese sentido: la de Mahíde
En ese baúl buscó Manuel Ángel Sanabria y allí encontró las historias para crear una lata de conservas con forma de libro: «A la gente mayor de estas zonas, no le da miedo el lobo, le da miedo la soledad», advirtió el autor, que ha tratado de reflejar en su obra «cómo es el alma de la zona de la Culebra, cómo son esas personas tan apegadas al terruño».
El libro para María
Para el cierre, Celedonio Pérez citó parte del fondo que los lectores van a encontrar en las historias de este libro: «Pastores valientes, realidad descarnada, descripciones de la tierra, humor sano, formas de ser todavía perceptibles como la de los ‘atravesaos’, la crudeza de la soltería, la locura colectiva» o la certeza de que «la vida es aprovechar las oportunidades y estar en el sitio adecuado». «Si se mueren los pueblos se muere una cultura milenaria», zanjó el presentador.
Ya al final, ante las preguntas del público congregado en el salón de actos del Museo Etnográfico, Sanabria hizo un último apunte sobre el origen de esta obra: «Cuando una de mis sobrinas comulgó, hice una recopilación de los cuentos de mi madre y se la regalé. Se llamaba Cuentos de la abuela Pura. Desde entonces, me rondaba la cabeza la idea de hacer el libro más serio, más a fondo, más profundo». La sobrina María fue la primera en descubrir aquellas historias por escrito. Desde ahora, ya quedan para el resto y para la posteridad, traiga lo que traiga ese futuro.