En una esquina de la plaza de Viriato, después de que Saulo Hernández se zafara de la muchedumbre tras agarrar una vez más el micrófono y ponerle palabras al éxito, un niño de siete años llamado Manuel se le acercó con un folio en la mano. Al principio, el entrenador del CB Zamora pensaba que era para firmarlo, pero el muchacho le corrigió: «No, no, es para ti». La hoja contenía un dibujo de trazo infantil con el nombre del club que este martes ha celebrado el ascenso a LEB Oro arropado por la ilusión de los pequeños y por la emoción consciente de los mayores. La cita también ha servido para despedir a una plantilla histórica. No todos regresarán.
El gesto de Manuel no fue el único instante revelador de la entrega de los niños a la causa. Los jugadores, que acudieron a Viriato a las ocho y media de la tarde, firmaron autógrafos en libretas y en camisetas, se hicieron fotos y saludaron pacientes a los chicos y chicas que llevarán siempre consigo la sensación que provoca el ascenso de un equipo con el que te sientes identificado cuando todavía tienes casi todo el mundo por explorar. La plantilla, compuesta en gran medida por tipos que no hace tanto que eran esos muchachos, devolvió el afecto y contribuyó a la comunión en una tarde-noche que terminó con Viriato abrigado por la bufanda blanquiazul.
Antes de todo esto, los aficionados zamoranos se reunieron con media hora de margen en la plaza y, guiados por Raúl Vara al micrófono, ensayaron un recibimiento que consistió en un pasillo desde la esquina de Viriato más próxima al Ramos Carrión hasta la base de la estatua. Como el domingo en el Ruta de la Plata, los jugadores llegaron tímidos, pertrechados tras el móvil para grabar la escena y un tanto incrédulos por la capacidad de convocatoria. Cuesta calcular la cifra exacta, pero allí había inicialmente más de 150 personas.
Todas ellas se ubicaron en dos filas para ir cumpliendo con el pasamanos por orden de número. Algunos seguidores alentaron con bocinas, se disfrazaron con pelucas azules, agitaron los pompones y rugieron al paso de la plantilla, cuyos miembros fueron entrando también en calor. Especialmente, Kevin Buckingham, uno de los más animosos también a la hora de pedir a su capitán, Jacob Round, y al técnico, Saulo Hernández, que tomaran la palabra para agradecer en nombre de todos.
«No sé que decir. No me esperaba tanta gente», arrancó Round, que terminó por dejarle el micrófono al entrenador tras admitir el carácter «inolvidable» de la temporada. Hernández, por su parte, también subrayó su falta de costumbre en escenarios como estos, pero tuvo la mesura suficiente como para pararse y lanzar un mensaje: «El año que viene, esto vamos a tener que hacerlo entre todos; sin ayuda no se va a conseguir. Espero veros a todos en octubre en el pabellón», reclamó el zamorano.
La escalada de Paukštė
Mientras, los jugadores se fueron arremolinando en torno a la estatua con la idea de colocarle una bufanda a Viriato sobrevolando el ambiente. Al final, la plantilla demandó la presencia de Jonas Paukštė, un pívot de 224 centímetros de altura acostumbrado a llegar a cualquier parte. Pero se da la circunstancia de que el brazo del pastor lusitano no está al alcance de ningún ser humano, ni siquiera de este lituano, así que el elegido por sus compañeros tuvo que trepar al carnero para depositar la prenda, mientras más de uno se tapaba los ojos al ver la inestabilidad de su imponente figura en medio de tal empresa.
Al final, todo salió bien, como en una temporada que ha ensanchado la moral de la tropa. De hecho, algún aficionado llegó a mencionar la palabra ACB. Quizá eso sea demasiado, pero el CB Zamora ya ha alcanzado el escalón inmediatamente inferior. De hecho, lo está sobando, como se puede apreciar en el cartel conmemorativo del ascenso doblado ya por las esquinas de tanto festejar. Y no es para menos. En otoño, la ciudad espera de vuelta a los muchachos de blanquiazul para seguir trepando.