Raúl Prieto (1976) nació en Valencia, pero se crió en Salamanca y no renuncia ni a su origen ni a la tierra a la que se siente más vinculado. Este viernes (20.30 horas) actuará a apenas 60 kilómetros de casa, en el Teatro Principal de Zamora, para representar la obra «Tan solo el fin del mundo», escrita por Jean-Luc Lagarce y dirigida por Israel Elejalde. A unos días de cumplir los 48, el actor puede mirar atrás y observar ya una carrera de veinte años en un oficio que no permite el exceso de confianza, pero que suele tener un hueco para él. Esta vez, como uno de los hermanos de una historia con muchas aristas que también le exigió un proceso de maduración como intérprete.
– Usted ha comentado en alguna ocasión que el de «Tan solo el fin del mundo» es uno de los textos más difíciles a los que se ha enfrentado. ¿Aún le siguen encontrando otra vuelta?
– Sigo pensando que es un texto complejo, que tiene una poética que aparentemente no es tal y que de primeras no te das cuenta, pero que es bastante formal. La apariencia de espontáneo llega cuando ya lo tienes trabajado. Yo sigo viendo complejidad, pero lo tengo estudiado y las elecciones que hago como actor las tengo muy claras. Desde luego, sí es un texto que, cuando lo repasas, encuentras matices, colores que no habías visto antes. Somos como esos pintores que nunca pueden terminar el cuadro, porque siempre encuentran algo que mejorar.
– Desde que se escribió la obra hace ya más de 30 años, se dice que es la precisión del lenguaje lo que la convierte en algo tan especial. ¿Cree que es lo que más define al texto?
– Sí, cuando el público la ve por primera vez hay una extrañeza, y hay algo de que los personajes no terminan de explicar lo que quieren explicar; siempre se corrigen a sí mismos, intentan repetir la frase desde otro sitio y buscan llegar a la mejor expresión de la idea sin llegar a conseguirlo. Es una especie de fracaso del lenguaje. Esto, como espectador, a veces produce una sensación rara, pero una vez entras en el código de la obra empiezas a descubrir la belleza del lenguaje y esa forma que tiene Jean-Luc Lagarce de mostrar lo que tiene dentro.
– La obra tiene un gran contenido autobiográfico y muestra a un hombre que no sabe cómo contarle a su familia que se va a morir. ¿Esa angustia se transmite?
– La obra rezuma eso. Jean-Luc Lagarce escribe esta obra cuando descubre que tiene sida en una época en la que el sida era una sentencia de muerte. De hecho, tarda un año en morirse. Y la obra empieza con un personaje, que es su alter ego, diciendo que dentro de un año morirá. No creo que fuera consciente Lagarce del alcance profético de sus palabras. Esta obra está escrita desde esa incomprensión en un momento en el que también la homosexualidad estaba muy estigmatizada. Lagarce era homosexual y habla desde esa imposibilidad de contarle a su propia familia algo tan íntimo y personal. Él viene a decírselo todo, pero no llega a hacerlo. No puede comunicarse con las personas a las que ama. Ahí está el drama profundo tanto de Lagarce como del protagonista de la obra. Pero, por otro lado, sí da voz a su familia para que se exprese y diga todo aquello que no ha dicho a lo largo de toda su vida. No cuenta su problema, pero le da la palabra a su madre y a sus hermanos para que le den rienda suelta a eso que han estado ocultando tanto tiempo. Es tremendo.
– No todo el mundo se enfrenta a situaciones de esta índole con su familia, ¿pero considera que la gente se puede sentir identificada con esa imposibilidad de comunicarse con sus personas más cercanas cuando hay que hablar de temas verdaderamente sensibles?
– Totalmente. La obra, aunque plantea la muerte como un tema inicial, al final se convierte en algo secundario. Israel Elejalde, como director, no ha hecho hincapié ni en la homosexualidad del personaje ni en la enfermedad. De hecho, los hermanos y la madre, aunque pueden intuir algo, nunca llegan a saber nada. Al final, la obra habla de otras cosas. Yo personalmente, sin querer, veo vínculos con mi propia familia, y desde luego estoy muy alejado de la situación inicial del protagonista. Pero los temas esenciales son esa incapacidad que tenemos de comunicarnos con las personas que tenemos más cerca y con las que debería ser más fácil, a priori, expresarse.
– El propio Israel Elejalde ha mencionado en alguna ocasión que la obra apela al miedo a no trascender, a ver cómo el legado personal acaba quedando en nada. ¿Como actores tienen ese miedo a que lo que hacen no tenga ese impacto o esa profundidad?
– Yo creo que, como actor, ya no tengo ese miedo. No sé lo que pensaré cuando sea más mayor, pero en principio quiero trabajar, formar parte de historias interesantes, aportar mi grano de arena desde la interpretación a este arte de llegar a la gente y tocar su corazón. A ser posible, me gustaría que fueran historias con profundidad y con una hondura, pero en principio creo que esta obra habla del miedo a desaparecer totalmente, y no tanto de una trascendencia artística, sino personal. Creo que habla de ese miedo a desaparecer para la gente a la que más quieres y de irte totalmente en el momento en el que la última persona que te recuerda muere. Es decir, cuando eso pasa, ya definitivamente te marchas. El autor lanza preguntas sobre este tema, como qué vais a hacer conmigo y con mis cosas, qué será de mí, cómo me recordarán. Pero no creo que sea tanto cómo me recordarán como autor, que seguramente también, sino más relacionado con la familia. Hay ese miedo existencial. En realidad, como actores, nos recuerdan más bien poco. Sobre todo si es teatro, recuerdas la obra y vives la experiencia, pero la trascendencia es muy limitada. Otra cosa es que te quedes con lo que la obra te cuenta, que es realmente lo importante.
– Comenta que ese miedo a la trascendencia ya no lo tiene. Usted ha pasado por el cine, la televisión y el teatro con personajes en diferentes registros. ¿Cómo enfoca su carrera ahora?
– Esta carrera es siempre muy de aquí y ahora. Sí que es verdad que el recorrido que llevo me da una cierta tranquilidad en el sentido de que los pasos que voy dando me hacen sentir que he tomado buenas elecciones. Pero esta profesión no te garantiza nunca nada. Que hayas hecho algo o que hayas trabajado con alguien importante no quiere decir que no tengas que hacer castings, pruebas; pueden no volver a llamarte, aunque hayas recogido «X» premio. Da igual, es tan frugal que hay que estar pico y pala y día a día. Cuántas veces vemos casos de gente que ha estado en el top y de repente dejas de verles y aparecen un día diciendo: por favor, a ver si me contratan. Te hace tener los pies en la tierra el saber que nada está garantizado y que hay que luchárselo.
– O sea, que antes de pensar en trascender tiene que preocuparse de si le llaman para el mes que viene.
– Hay que pensar en sobrevivir y la trascendencia la dejamos para los filósofos. Me preocupa más saber si puedo pagar la luz. Por mucho que hayas hecho, a los actores se les termina olvidando. Recuerdas a quien ha descubierto la penicilina, a quien vaya a curar el cáncer, a quien hace cosas de este tipo. En nuestra profesión, la historia es lo importante. Nosotros somos un medio.