Eugenio Monesma ha dedicado su vida a los pueblos. Desde hace más de cuatro décadas recorre España, cámara en mano, salvaguardando una parte del país que empieza a esfumarse. Más de 600 documentales son muestra de su trabajo, que ha ayudado a preservar el patrimonio inmaterial rural, que refleja cómo se ejercían oficios que, por los avances tecnológicos y por la despoblación, ya no existen o van a dejar de existir. Monesma, que cuenta por decenas los premios por su trabajo, suma desde esta semana uno más, el Cencerro de Honor que, por vez primera, ha entregado el Festival Etnovideográfica que se celebra en el Museo Etnográfico de Castilla y León, sito en Zamora.
Monesma aguarda al evento de entrega del premio curioseando por las salas del museo, sin necesidad de guía ni de compañía. «Eugenio andaba por ahí dentro, vamos a ver si lo encontramos», dice una trabajadora del Etnográfico. Aparece detrás de una esquina con su sombrero, chaleco y cámara al cuello. No es que parezca que viene de trabajar, es que viene de hacerlo. Viene de grabar un nuevo documental en Aliste, uno de sus territorios preferidos.
– Bueno, un nuevo premio.
– Reconocimiento, mejor, que no he competido con nadie.
– Sea. ¿Cómo lo recibe?
– Pues lo que tienen estos reconocimientos es que hacen que uno se sienta mayor.
– Claro, cuando se reconoce una trayectoria es porque hay una trayectoria que reconocer.
– Claro, claro. Está bien, se agradece muchísimo. Y más aquí en Zamora, donde he grabado tantos documentales en Aliste, Tábara, Alba… Es una zona que he recorrido bastante y que forma parte de mi trayectoria profesional. Ahora vengo de La Torre de Aliste de grabar fogones tradicionales.
– Aprovechemos que conoce la zona.
– Claro que sí.
– Cuatro décadas dan para muchos cambios.
– Los pueblos se están despoblando, eso es lo fundamental, o bien se están convirtiendo en zonas de segundas residencias. En La Torre de Aliste quedaban 42 personas para pasar el invierno, incluso ayer (por el pasado lunes) tuvimos problemas de grabación porque había fallecido una señora y claro, todo el pueblo fue al entierro. Los pueblos, si no se atienden, van a esfumarse, sobre todo en invierno. En verano la gente vuelve, en Semana Santa, en Navidad, pero van tendiendo a desaparecer.
– ¿Pero con qué mentalidad volvemos, con la del pueblo o con la del ciudadano de la ciudad que viene a pasar unos días?
– Hay de todo. Hay gente que vuelve porque tiene vocación por el pueblo, porque su ideal es vivir así. Hay gente que tiene vocación de volver a estas raíces, sobre todo jubilados. Claro, es gente mayor… Lo que estuvimos grabando, los fogones, eran todo gente jubilada, pero tenían buena relación entre ellos, aunque algunos habían vuelto ya jubilados.
– Pero eso, jubilados. Hablaba antes del entierro. ¿Qué muere cuando muere una persona?
– Uh, muchísimo, muchísimo. Cuando muere una persona mayor muere una biblioteca de conocimientos que no se han escrito. Se han podido grabar parte de las cosas que sabía, o escribir, pero no todas. Cuando muere alguien mayor se van conocimientos que hoy ya no se pueden encontrar en ningún sitio.
– ¿No se transmite el saber popular?
– Se estudia, está quedando reflejado en trabajos como el que yo hago, pero no se trasmite, no hay quien lo continúe. Los jóvenes han optado por otra vía.
– Pero sí se aprecia recientemente cierto interés, quizás recuperado, en las raíces. ¿O no?
– Sí, sí. Se aprecia, cierto. Desde las ciudades se observa esto quizás como una vía de escape por el agobio de vivir en las grandes urbes. Y algunos vienen, los menos, y viven felices en los pueblos. ¿Por qué? Primero, porque económicamente se vive mucho mejor, no necesitan tanto dinero como en Madrid. Hay gente que dice: joer, todo el día por ahí, mi mujer al trabajo, yo al trabajo, para vernos un rato a las diez de la noche en casa. Si tienes hijos ya ni hablamos, olvídate. Eso no es vida.

– Tantas veces se les ha dicho a los hijos aquello de «vete y estudia»…
– Pero se nos olvidó la última parte: vete, estudia y vuelve.
– Supongo que cada vez es más complicado encontrar oficios artesanos y quién los sepa hacer.
– Se han perdido muchísimos, la mayoría porque no tienen quien siga con ellos porque a los hijos no les ha interesado.
– Quizás es que, como sociedad, no hemos sabido poner estos oficios en valor.
– No lo dudes, los oficios hay que valorarlos y no se valoran. Se aprecia claramente con los artesanos, la sociedad ha preferido los cacharros chinos o que se producen en masa.
– Y el patrimonio inmaterial, ¿lo hemos sabido valorar?
– Se está empezando a valorar ahora, que ya casi lo hemos perdido. Yo lo veo claro. Empecé a recoger todo esto hace cuarenta años y no se le daba tanta importancia. Y ahora veo que hay arqueólogos, ingenieros… que miran mis documentales porque no saben cómo se hace un carro, ni cómo se obtiene el hierro. Teníamos una riqueza inmensa a la que no hemos dado importancia.
– No puedo evitar preguntarle por su faceta de youtuber.
– Quién me lo iba a decir, ¿verdad? Empezamos en el año 2020, cuando el COVID, que me vino mi hijo y me dijo «vamos a abrir un canal de Youtube y vamos subiendo ahí algunos vídeos a ver si la gente los ve». Es que no sabíamos ya qué hacer con el archivo. Y de repente ya ves, una sorpresa increíble, en Youtube hay más de 2.200.000 seguidores, en Facebook son cuatro millones, en Tik Tok más de un millón.
– O sea, que sí, que a la gente joven le interesa esto.
– Hay un abanico de entre 18 a 40 años que sí, mucho. Yo pensaba que esto iba a ser más para cincuentones, pero no.
– ¿Por qué será? ¿Quizás porque nunca lo han visto?
– La generación anterior, la intermedia entre los abuelos y los nietos, fue la que emigró, y ahora los jóvenes están buscando sus raíces. Y lo que decíamos antes, derivado de este interés, algunos vuelven. Hace poco entrevisté a dos que habían regresado al pueblo, un chaval que hace fieltro y una chica que trabajaba en Soria con la lana.
– No hay que perder la esperanza.
– Nunca, no hay que perderla nunca.
