En la parte alta de Trefacio, en una urbanización ubicada al pie de la carretera que va a San Ciprián, se ubica el cuartel general temporal de unos diez hombres y mujeres que apenas pueden pegar ojo desde el lunes. Su cabeza está en Murias, una localidad de diez vecinos en invierno y más de 200 en verano que el día 18 fue desalojada por el avance del incendio de Porto. Como Vigo. Como Cerdillo. Como todas las de esa parte de la contorna. Los protagonistas de esta historia se marcharon. Era lo que tocaba. Pero escogieron un lugar que les permite estar fuera sin perder de vista lo que sucede en su pueblo.
Quien muestra la ventana a Murias es un hombre treintañero llamado David Benéitez. Un poco más arriba de la vivienda unifamiliar que les sirve de refugio estos días, tras una valla y entre dos casas, se abre un espacio para contemplar la montaña. Allí al fondo, si uno posa los ojos en el horizonte más lejano, aparece el pueblo. Es una posición estratégica. Para la tranquilidad personal y la de quienes no pueden ver lo que pasa. Y para echar una mano al operativo.
En realidad, esa segunda parte, la de ayudar, empezó antes de que las llamas se aproximaran lo suficiente como para evacuar las localidades. Lo cuenta Benéitez junto a otro de sus compañeros de fatigas en estos días, Adrián Sánchez: «El domingo ya vimos que las cosas pintaban muy mal, porque estaban defendiendo el pueblo de Porto, pero estaban dejando correr el fuego por la sierra a mucha velocidad», subrayan los dos desalojados de Murias.
Ante este panorama, la gente que estaba por el pueblo inició unas labores de limpieza en las que cortó zarzas, limpió las calles, desbrozó lo que pudo y trató de echar un cable preventivo ante la hipotética llegada de las llamas: «Quizá antes podría haber pasado alguien por el pueblo a decirnos dónde teníamos que hacerlo. Incluso, se pueden organizar cuadrillas para hacer este tipo de cosas», apunta Benéitez. No sucedió. Tampoco vale de mucho mirar atrás en el escenario actual.
Al menos, cuando las llamas hicieron su aparición en la zona, sí hubo medios para defenderla: «Sabemos que en otros pueblos que han tenido incendios no ha sido así, pero nosotros hemos visto bomberos en la zona y sabemos que en la sierra el dispositivo ha sido brutal. Están haciendo muchas horas allí y han sabido aprovecharse de la humedad de la noche», recalca Benéitez, que ya no ve el panorama tan oscuro como el lunes, cuando apenas distinguía Murias desde su particular «ventana» a causa del humo.
«Si llega a coger el pinar, se nos mete para abajo y, posiblemente en media hora, pilla Murias, San Ciprián y Cerdillo», opinan estos dos hombres de la zona que, dada su cercanía y su conocimiento de la orografía, están en contacto con los bomberos y con la Guardia Civil para moverse y tratar de ser útiles al operativo. «También estamos pudiendo tener un poco de información veraz, porque estamos en muchos grupos de Sanabria, tenemos muchos contactos, vemos la prensa y a veces hay datos contradictorios», lamentan.
El grupo se está organizando para subir de vez en cuando al pueblo. Entre otras cosas, para apoyar a los bomberos que están apostados en Murias por si hace falta defender las casas. Benéitez, Sánchez y el resto les han abierto el local social de la localidad para que lo tengan «a total disposición», sobre todo en las noches frías, y les han ofrecido todo el agua y los refrescos que guardan en las instalaciones. «Ellos no van a ir a por el fuego al monte, esperan y si llega a alguna vivienda lo apagan», recalca Benéitez, que explica que, en aras de facilitar ese trabajo, les han ayudado tirando mangueras, señalando las bocas de incendio o indicando por dónde o por dónde no pueden pasar según qué vehículos.
Contacto permanente
Mientras, el contacto por Whatsapp con sus paisanos es permanente. «Necesitan información», admite Sánchez, que incide en la pertinencia de «no ser alarmistas» con lo que se dice. Incluso, cuando han visto la cosa fea, han preferido esperar un par de horas a que se calmara para transmitirlo. Desde su posición, también tienen una responsabilidad para con la gente. Una gente, por cierto, que como ellos no reside todo el año en Murias. Es algo habitual en el resto de las zonas desalojadas estos días. Pero eso no quiere decir que no duela igual.
«Nuestras madres son de aquí y son las casas de nuestros abuelos», recuerda Sánchez, que piensa en algunos de los vecinos que se han negado a irse de los sitios evacuados con 80 o 90 años: «No me puedo ni imaginar cómo tiene que ser esto si llevas toda la vida aquí», remacha este hombre con ventana a Murias antes de que una de sus compañeras aparezca con unos prismáticos para observar las columnas de humo que aún circundan la zona.