El calor no da respiro y pega fuerte sobre el terreno negro que nace como de la nada a los lados de la carretera que une Molezuelas de la Carballeda con Uña de Quintana. A la altura del kilómetro 36 de esa vía provincial que lleva por nombre ZA-P-1510 comienza a verse el rastro del que, a la espera de los datos definitivos, podría convertirse en el incendio que más hectáreas ha calcinado en la historia de España. Zamora primero y León después se han convertido en los escenarios de la inquietud, los desalojos, el fuego a la puerta y la muerte. El rastro tardará en borrarse del terreno y de la cabeza.

Por esa carretera aparecen cerca del mediodía varios ciclistas que avanzan por el asfalto sin dejar de mirar un monte teñido y unos árboles que ya no son. Y el paisaje no es lo peor. Por Uña de Quintana, ya se percibe cómo el fuego ha ido cercando a los pueblos. En esta localidad en particular no ha entrado hasta la cocina, pero sí lo ha hecho en el siguiente, Cubo de Benavente, que ahora está en fiestas porque la vida sigue, pero que hace cinco días se encontraba al límite. La gente temió que el fuego los borrara del mapa.

Y ya no son solamente los daños en las casas, la nave que ardió por completo en el centro del pueblo o las llamas que rodearon la zona deportiva e infantil del pueblo, es que buena parte del término está ahora arrasada, negra. En la parte de las bodegas, por la vía que conduce a Congosta y que permaneció cerrada unas cuantas horas durante lo peor del incendio, el fuego lo ha devorado casi todo. Un poco más allá, la ETB, la televisión vasca, hace un directo frente a una ladera que parece el cráter de un volcán. El plano muestra un sol de justicia sobre un terreno reducido a cenizas.
Lo de la ETB tiene cierto sentido por la vinculación entre estas zonas y el País Vasco. De aquí marcharon miles hacia el norte por trabajo y aquí regresan ellos y sus hijos en verano. Particularmente, en agosto. Por eso, el fuego les pilló en los pueblos. Lo cuenta Encarna Tostón desde su casa en Congosta, una localidad que fue desalojada el domingo por el avance de las llamas y que el lunes, cuando la gente ya estaba de vuelta, se vio amenazada por una nube de humo negro y llamas que fue el preludio de lo peor por estos lares.

El rastro del fuego es visible desde la casa de Encarna y desde varias de la zona, a la entrada del pueblo según se viene de Cubo. La mujer invita a los periodistas a pasar al interior y a comprobar desde el otro lado, el de la terraza, cómo las fachadas de los casetos están negras; y las parcelas de abajo y de los lados, quemadas. «El domingo tuvimos un poquito de miedo por el humo, el tema respiratorio y tal, pero ya al día siguiente por la tarde vimos la llama y dijimos: madre mía», cuenta la vecina estacional de Congosta, afincada el resto del año en Sestao.
Encarna cree que el pueblo ha tenido «muchísima suerte», que los bomberos y los vecinos se aliaron para trabajar unos y remar a favor los otros. «Al final, se nos han quemado los árboles, que están ahí chamuscados y un montón de leña que teníamos apilada», cuenta esta mujer, que también habla de los castaños de la zona, de la caseta de un vecino o de un inmueble «medio caído» que se vio afectado algo más adelante. Aún así, lo da casi por bueno a la vista de lo que ha pasado en otros lugares. En los pueblos que aparecen a continuación, la cosa estuvo peor.

Lo cuenta Germán Campesino, un hombre de 66 años de Ayoó de Vidriales que baja lamentando su suerte desde casa hasta el lugar donde tenía su maquinaria guardada: «Esta parte la desbrozaba yo todos los años, pero esta vez no pude porque tenía estropeado el radiador del tractor», asegura el vecino. Germán habla de una zona pegada al camino, ajena a su parcela, y del tractor, «un Motransa pequeño», que ya no existe.
Bueno, en realidad queda su estructura calcinada en el interior de una construcción de ladrillo cuyas puertas de madera fueron engullidas por el fuego cuando las llamas se colaron en el interior de Ayoó. De esas puertas no queda ni rastro, y la sensación es que el propio inmueble puede venirse abajo. También lo cree Germán, que era el inquilino de esta construcción y que insiste en que, efectivamente, el fuego «corrió mucho», pero que también repite que se podía haber prevenido más con otro tipo de limpieza en el entorno del pueblo.

El vecino se lamenta mientras señala también arriba. En Ayóo hay varias parcelas y construcciones más que fueron devoradas por las llamas: «Hay que estar aquí y ver esas llamas de tres metros, con la gente refrescando con mangueras como podía al lado de las casas», recuerda Germán, que camina calle arriba y se asoma a un huerto donde ha quedado poco o nada. Fundido a negro. A la derecha, el hombre señala una vivienda: «Mira, un cartel de se vende. Lo ha puesto ahora la mujer. Ha pasado mucho miedo y dice que se va», asegura Germán.
La angustia de ver las llamas a la puerta ha golpeado especialmente a los vecinos de este pueblo y a los de Carracedo. En el corto camino entre las dos localidades, un corzo yace muerto e hinchado entre las cenizas de otra parcela arrasada. Son hectáreas y hectáreas de monte y cultivos reducidos a la nada. En el caso de la localidad que viene, las llamas ocuparon y destrozaron también parte del centro: los huertos, los muros, las puertas… Casi parece un milagro que algo siga en pie.

Una mujer llamada Nati baja de su vivienda, una segunda residencia en Carracedo, para contar que la parte antigua que tenía al lado, la que heredó de su familia, ahora es escombro. Pero no tiene ganas de quejarse ni de darle mucha bola al asunto: «¿Tú qué buscas?», pregunta la vecina, antes de relajarse y aclarar que, por suerte, lo que se quemó era lo que menos valor tenía. A su lado, Laureano, uno de los 17 vecinos de todo el año, señala con el dedo hacia varios puntos calcinados. Este es el epicentro de la destrucción del incendio de Molezuelas en la provincia de Zamora.

De los tablones de madera colgando, las vigas negras en el suelo, los bancos llenos de tejas, las zonas acordonadas y el intenso olor a quemado de Carracedo, el camino sigue hacia San Pedro de la Viña, donde el fuego estaba relativamente lejos a media tarde del lunes, pero que terminó por alcanzar de lleno el término. Las casas se libraron por unos metros. Algo parecido sucedió en Villageriz, unos kilómetros más allá, muy cerca de la frontera con León.
El pueblo está ubicado en una zona alta si se mira desde la carretera que llega desde Fuente Encalada. Abajo, antes de alcanzar las casas, hay otra construcción quemada. Una más. Y también una tierra que queda a un paso de los primeros árboles que se asoman al casco urbano. Un vecino de la contorna que tiene conocimientos de cómo se trabaja en los incendios considera que la UME cometió un error al hacer el cortafuegos: «Les indicamos cómo y dónde, pero no nos hicieron caso», lamenta este hombre, que guía a los periodistas por una zona destruida.
Los pinos y las colmenas
Por el camino, pueblo arriba hacia la frontera con León, el vecino va analizando daños y errores. Como muchos por aquí, cree que parte del mal era evitable. También que algún descuido pudo desencadenar que el fuego corriera aún más hacia Rosinos de Vidriales. Por suerte, eso no sucedió. Ahora, se pregunta qué pasará con la madera, con los pinos, con algunos proyectos turísticos y de desarrollo rural que se planteaban por la zona y con toda la gestión que viene ahora, en el día después.
Ya de vuelta a Villageriz, por el camino, aparece el todoterreno de Tomás Fernández. El hombre, apicultor profesional afincado en Alcubilla de Nogales, se detiene para saludar. Lo hace visiblemente cariacontecido. Todavía está por contar cuántas colmenas le ha quemado el fuego. Necesita hacerlo para presentar la denuncia ante la Guardia Civil y empezar con el proceso de recuperación de lo que ha perdido. Le cuesta hasta explicarse. «Pero habrá que tirar para delante, ¿no?», remacha sin mucha convicción.
