
Cuando un alcalde ordena una renaturalización a una empresa maderera es como cuando vas al hospital para operarte de una pierna y por error te metes en la funeraria de la esquina, justo la que está al lado de la cafetería donde almuerzan los cirujanos.
Este tipo de confusiones, tan frecuentes en gentes de buena intención, las estudian al detalle en la Universidad de Salamanca, y como banco de pruebas, dado que no se prestan muchos voluntarios para la fase de laboratorio, han tomado como cobaya al Ayuntamiento de Zamora, que aprovechando que las ayudas de Europa pasaban por el Duero estaba necesitado de una buena operación.
De otra forma no se explica que para arreglar Valorio, que el pobre, al parecer estaba muy descontrolado, hayan encargado el trabajo a una empresa de matasanos de los árboles, capaces de aniquilar por decenas todas las especies malotas, pinos y arizónicas.
La suerte que tiene esta ciudad tan amable es que seguro que del arboricidio algún que otro poeta escribirá poemas que resuenen a lo largo del tiempo, el tiempo que necesitará Valorio para recomponerse del susto.
Últimamente está de moda ir en contra del sentido de común, sobre todo si tienes una carrera técnica, no vayan a acusarte de simple y poco singular. Es por esto que se ha impuesto la máxima de que para salvar un bosque hay que matar árboles, y si es en masa mejor.
En el fondo de este original pensamiento se sitúa, cómo no, la humanización –que recibe el nombre de cemento en ciertos lugares–. La humanización consiste en atribuir a la naturaleza propiedades del capitalismo, de esta forma un bosque denso no es rentable porque los árboles tienden a competir en igualdad de condiciones, y por eso hay que quitar los que nacen con menos fortuna, es decir: los pobres.
Poco importa que un pino tenga en su haber toneladas de carbono acumuladas y que esta acumulación sea fruto de un pausado trabajo de absorción solidaria, si su madera hace resiliente al conjunto arbóreo, ¡que entren las motosierras y se lo lleven hasta las puertas de la más cercana central de biomasa!
En esto consiste la resiliencia al fin al cabo: en el sacrificio de determinados sujetos por el bien general. O de una empresa, que las dos cosas son lo mismo. Al menos, va a ser difícil que sacrifiquen a Valorio para construir un pantano, sobre todo porque el agua, en abstracto, ya tiene otra función mejor, la de alimentar campos de golf.
Por cierto, no sé si alguna vez volveré a Valorio a por agua en aquella fuente. Vi crecer los árboles de su alrededor y me dolería comprobar que se los han llevado, así, de golpe. Cierto es que las arizónicas no ofrecían alimento ni refugio a la fauna del bosque mediterráneo. Pero eran árboles que habían sujetado con fuerza el suelo con sus raíces. Y su desaparición dejará ese suelo expuesto a las inclemencias del tiempo. Y eso me duele. Vamos a ver cuánto tiempo necesitan las encinas para llegar a ser adultas en un terreno tan maltratado. ¿Nos han facilitado ya este dato?
En juego estaba la biodiversidad, decía la Universidad de Salamanca. Pues han tardado en darse cuenta, les responde un paseante viejo con su perro flaco desde Valorio. Y añade el perro, con gran olfato de futuro: si ese trabajo de ir sustituyendo unas especies por otras se hubiera realizado a lo largo de varias décadas, posiblemente ahora tendríamos la biodiversidad que dicen poder sacar de la chistera, junto al conejo de Walt Disney.
¡Qué daño están haciendo los fondos europeos! Sobre todo porque no distinguen entre un quirófano y un tanatorio, lo mismo hay dinero para plantar árboles como para construir un aeródromo en medio del bosque. ¿El circuito de Formula 1 de Madrid habrá sido financiado por Europa? Si hay árboles de por medio, casi seguro.
Vivimos tiempos arboricidas e hipócritas. Nuestra geografía está llena de especies invasoras que se plantan premeditadamente cada invierno para producir pasta de papel, madera para la construcción, pellets, o por su prestigio en parques y jardines. Las cuencas de los ríos, por citar un ejemplo, están infestadas de álamos canadienses, que han desplazado a especies de gran valor ambiental como el álamo negro, el fresno o el aliso. Esos árboles, o mejor dicho sus plantaciones, han destrozado las riberas, pero nadie repara en este detalle, tal vez porque son árboles productivos. Sí, hay algo de supremacismo arbóreo, no me lo van a negar.
Lo sé, Valorio no es una explotación forestal –aunque en estos días puede que lo parezca–, pero por eso mismo se echa tanto de menos la sensibilidad con los árboles, con todos los árboles, incluso con los invasores o los extranjeros, incluso con los que solo sirven para hacer cajas de fruta, incluso con los que dan alergia, incluso con los que necesariamente hay que talar. Se echa de menos esa sensibilidad que nos impide caer en el arboricidio.
La sensibilidad que le falta a Europa en el fondo, por cierto.