Como algunos otros pueblos de la contorna, Carbajales de Alba ha perdido capital humano y un puñado de cosas más en las últimas décadas. Cuesta retener a la gente que está. También atraer nuevos pobladores o encontrar personas que se decidan a apostar por esta cabecera comarcal camino al oeste. Pero hay algo que vale la pena destacar en positivo dentro de esa deriva: la identidad se mantiene. Hay un rastro de orgullo que no se quita ni a golpes.
Ahí sobrevive la feria de San Miguel, a pesar de los problemas de la ganadería extensiva. También resisten el pan y la repostería como factores gastronómicos identificativos del lugar, y aguantan igualmente los festejos taurinos o la costumbre del juego de las chapas. Hay algo especial en el carácter de la tierra que hace que las cosas de toda la vida sigan, aunque muchos vecinos se marchen. Los intangibles del arraigo.

Y si algo ha resistido con vigor y como elemento distintivo de Carbajales de Alba, aparte de todo lo mencionado, eso es el bordado. El carbajalino, claro; el que lleva el nombre del pueblo por el mundo desde hace años. Al menos, desde el siglo XV, según señala el alcalde, Roberto Fuentes, que cree que las raíces de esta tradición textil se hunden aún mucho más en el tiempo, pero que remarca que lo que es seguro, lo que está documentado, es que esto viene al menos de 600 años atrás. No es poco.
El rastro del bordado se encuentra en cada casa, en cada rincón de Carbajales y de los pueblos y las ciudades donde emigraron durante años los hijos de la tierra. Es un legado al que no se le puede seguir la pista. Ahora bien, esa identidad textil desperdigada en positivo encuentra también un hogar en la localidad de la que partió para que todo aquel que quiera conocer la tradición se pueda acercar y aprender. También para que los oriundos recuerden, practiquen o se sumerjan en lo que define a su patria chica.

Ese espacio es el Museo del Traje Carbajalino, un lugar ubicado al pie de la carretera que cruza el pueblo y que ocupa un edificio construido en 1941 ya precisamente para que las mujeres de la época pudieran bordar. De hecho, antaño, las niñas de la escuela acudían obligatoriamente a recibir esta enseñanza. Aún hoy, ya con la voluntariedad para todos por delante, el lugar sirve para aprender la técnica de siempre, la que cada vez guarda menos gente en su cabeza y en sus manos.
«En los últimos tiempos, intentamos que esto esté abierto prácticamente todo el año», señala Fuentes, que insiste en que este es el lugar idóneo para quien quiera aprender a bordar al estilo carbajalino. También para los que aspiren a conocer sin atreverse a coger la aguja. No en vano, esto es un museo. Con trajes únicos, pero también con cuadros, fotografías, muestras temporales e incluso máquinas de coser procedentes de la colección de Sebastián Quintanilla.
«A todas las personas que vienen les encanta el edificio. Eso lo primero», advierte el alcalde. A partir de ahí, las visitas acceden a la sala en la que se borda. Allí no solo están las mesas y los lugares donde la tradición textil de Carbajales toma forma en el siglo XXI. «Tenemos también esos cuadros con fotografías de los años treinta. Las imágenes las tomó el pintor Ricardo Segundo, con gente de la Escuela de Cerámica de Madrid que venía a aprender sobre indumentaria tradicional y sobre el bordado», señala Fuentes.
En aquella época, algunas de esas personas venidas de la capital pasaban «largas temporadas» de hasta dos meses en Carbajales, una circunstancia que deja en evidencia lo llamativo del bordado y de la tradición de un lugar donde ahora se guarda todo lo que fue para que no se pierda y para que vuelva a coger vuelo. «Tratamos de darle visibilidad y vitalidad al museo», asegura el regidor municipal, que hace énfasis en el hecho de que el traje carbajalino sigue siendo «el más representativo de Zamora».

¿Y qué le hace tan especial? «Es una indumentaria tradicional preciosa, con un colorido que es espectacular y que se identifica con nosotros», insiste Fuentes, que celebra que, a pesar de la tozudez de los tiempos, cada verano siga habiendo grupos de doce o catorce chicos y chicas dispuestos a seguir aprendiendo por aquí: «Así entienden lo que cuesta hacerlo todo a mano, porque aquí no se funciona con las máquinas», incide el alcalde.
Ya en la zona interior, Fuentes pasa primero ante una réplica de «El baile de la boda», el cuadro de Ricardo Segundo cuya historia también está íntimamente ligada a este lugar. La fotografía y la pintura tienen un papel relevante en las salas, pero el bordado es lo que hace único al museo. Y de paso al pueblo. Es en la parte más alejada de la entrada donde se hallan los grandes tesoros. Las piezas más logradas de una técnica perfeccionada durante siglos.

Aparte de los trajes típicos, destacan un par de cosas. Una pieza de color amarillo que se envió en su día a la Corte para la boda de Alfonso XII y algo más reciente, pero que quedará para la historia de las siguientes generaciones: una mascarilla con el bordado carbajalino. En el futuro, será un tesoro de lo que fue una época.
Quien quiera verlo todo, lo de ahora y lo de antes tendrá una horquilla amplia de horarios para hacerlo. El museo abre de martes a sábado, de 16.00 a 20.00 horas, y los domingos de 11.00 a 13.00. «De todas maneras, cualquier visita que quiera venir, incluso con grupos grandes, nos puede llamar para concertarlo a cualquier hora del día», aclara Fuentes.
Más recursos para los visitantes
El propio alcalde recuerda, además, que aparte del museo del traje, la localidad y el entorno ofrecen recursos extra para que el visitante eche el día en la zona. Allí está el Fuerte de San Carlos, que
representa uno de los pocos ejemplos de arquitectura abaluartada que se conserva en la provincia de Zamora. Fue construido entre los siglos XVII y XVIII y está relacionado con las fortalezas defensivas de la frontera hispanolusa.
Fuentes apunta igualmente la particularidad del edificio consistorial de 1640 y subraya la calidad de la «mini catedral» de la que dispone Carbajales de Alba, levantada ya en pleno siglo XVIII. Esos ejemplos, como recursos patrimoniales, aunque hay más tradición que conocer. El pueblo conserva un lavadero antiguo, rehabilitado hace años y que supone «un ejemplo perfecto» de las zonas que servían antiguamente para las labores.
Ya más en el entorno, Carbajales y los pueblos de la zona disfrutan de «muchos kilómetros de embalse», particularmente atractivos en primavera. Bordado, patrimonio, cultura, naturaleza. Y San Miguel, las chapas, los toros y el pan. Aunque quede menos gente, lo demás resiste.
Este es un contenido patrocinado por el Patronato de Turismo de Zamora
