El tiempo que ha traído la tarde del Viernes de Dolores a Vega de Villalobos invita a cobijarse. El viento y la lluvia racheada golpean sobre esta pequeña localidad terracampina de la provincia de Zamora desde la que se avista la frontera con Valladolid, a apenas unos metros si uno sigue la carretera. Lo que ocurre es que, si eres niño, hace falta algo más que un ambiente desapacible para frenarte. Por eso, en el parque o en el particular frontón del pueblo, aparecen muchachos correteando o siguiendo una bola de tenis que, a veces, cae más cerca de la cuenta de algún vecino que pasa calle abajo.
El caso es que la vida se abre paso por estos lares, espoleada por el inicio de las vacaciones escolares y por el desembarco de los hijos de la tierra que llegan para abrir las casas que en invierno están cerradas. Y así, con el citado panorama borrascoso, los chavales aguantan en la calle, con un espíritu de resistencia ajustado a su edad, pero heredado de las gentes de un pueblo encorajinado. Y es que por aquí hay historias de rebeldía que van más allá de soportar un temporal. Bastan un ejemplo pretérito y una lucha vigente para hablar de esa forma de estar en el mundo de los habitantes de Vega de Villalobos.
Para contar esta historia, antes de regresar a abril de 2025, toca viajar lejos, hasta la transición del siglo XVIII al XIX. Ahí tuvo lugar una de esas peleas de David contra Goliat que merecen ser contadas a pesar de que hayan pasado más de 200 años. Allá va.

La batalla por la iglesia
Según recoge un estudio elaborado por María Jesús Pérez López, en el año 1797, un arquitecto llamado Fernando Sánchez Pertejo dictaminó que, en el pueblo de Vega de Villalobos, convenía construir una nueva iglesia «en el mismo lugar que ocupaba la antigua». El motivo, un deterioro ya insalvable. Aquel fue el inicio de una batalla que se prolongó más de treinta años.
Poco después de aquel dictamen del arquitecto, en 1800, el párroco de la localidad, Francisco Javier Oviedo, expuso ante el Consejo de Castilla la necesidad de trasladar el culto «a un lugar más decente» ante el estado de «inmediata ruina» de la iglesia. Se escogió la panera que se había edificado para el almacenamiento de los granos, y allí se movieron las misas. Mientras, los vecinos se movilizaron para conseguir la construcción de un nuevo templo que ellos no podían levantar por falta de medios. Pero sí existía un mecanismo para reclamar ayuda. Y lo utilizaron.
Por aquellas, estaba vigente una normativa que obligaba a los partícipes en diezmos de la parroquia a intervenir cuando el pueblo careciera de fondos para ejecutar trabajos en su templo. Esos partícipes en diezmos eran aquellos que recibían una renta en dinero o en productos del campo a modo de impuestos pagados por los vecinos del pueblo. «Era habitual recurrir a ellos en los casos de parroquias con necesidades e insuficientes ingresos», según la citada investigación de Pérez López.
A través de esa vía pelearon los vecinos, insistiendo ante el Consejo de Castilla y forzando la apertura de un expediente en la Real Chancillería de Valladolid. Los diezmeros eran personas y colectivos como los marqueses de Astorga, la Catedral de León, el Monasterio de Sahagún o los señores Abarta de Villalpando. Todos se revolvieron, pero la autoridad judicial competente acabó por dictaminar que la reconstrucción tenía que correr a cargo de todos ellos, con el Monasterio de Sahagún como fiador.
Entre 1805 y 1807 avanzaron los trámites y, a comienzos de 1808, todo estaba listo para comenzar la obra. Pero entonces llegó la Guerra de Independencia. El conflicto bélico paralizó la reconstrucción durante años, y Vega de Villalobos se plantó en 1816 sin templo. Fue entonces cuando los vecinos acudieron al abad de Sahagún para reactivar otra vez el proyecto. En paralelo, se citó a los partícipes en diezmos para evitar que escurrieran el bulto en el proceso, una tramitación que se tornó engorrosa.
Finalmente, los vecinos comenzaron a expresar sus reticencias a pagar el diezmo, vista la situación en la que se encontraban. Con eso presionaron hasta que, en 1826, consiguieron encarrilar a los diezmeros. Las obras comenzaron poco después, y la iglesia se inauguró en 1830. De lo que había antiguamente, solo resiste la torre, la espadaña, que se ha mantenido hasta la actualidad.
La defensa del símbolo
Y esa torre, esa espadaña, ha ejercido desde entonces como uno de los símbolos del pueblo. Para muchos de los que regresan en épocas como Semana Santa o verano, verla en el horizonte significa estar en casa, y cuando hay que hacer camisetas, tazas o hasta tatuajes vinculados al pueblo es esa silueta la que se elige de forma casi unánime. Hasta aquí, todo bien, pero basta con ponerse de frente a la edificación por la parte de atrás para comprender que necesita un arreglo.

Los vecinos lo constataron en 2020 y comenzaron a movilizarse como hicieran sus antecesores hace 200 años, aunque la cosa se puso más seria ya en 2024. Quien lo explica, justo bajo la iglesia por la que pelearon sus antepasados, es una mujer llamada Elisa Sánchez, una de las mujeres activas del grupo «Salvemos nuestra torre». «La historia del siglo XIX es muy simbólica en relación con lo que estamos haciendo ahora», subraya la vecina, que lleva ya algunos años metida en este jaleo por lo patrimonial y lo identitario. «Ellos por la iglesia, nosotros por la torre», aclara.
«En 2024 hubo ya una movilización un poquito más grande, nos juntamos unas cuantas personas y decidimos ponernos manos a la obra», comenta Elisa. El trabajo empezó por la concienciación progresiva del pueblo y continúo con llamadas a las puertas donde se podía encontrar una solución. Incluso, los vecinos consiguieron ponerle cifra a las necesidades: 55.000 euros. Las propias gentes de la localidad han recaudado ya más de 12.000.
Ahora, la idea es que la espadaña de la iglesia de Vega de Villalobos entre en las obras que se financian a través del convenio sellado por la Diputación de Zamora y el Obispado. Las instituciones aportarían la mitad de la intervención; el pueblo, la otra mitad. En esas, el grupo «Salvemos nuestra torre» ha conseguido redactar una memoria con una argumentación amplia sobre el valor patrimonial y sentimental de su símbolo. «Hemos trabajado muchísimo», afirma Elisa.
La solicitud y la reivindicación
La solicitud ya está hecha y enviada, y se puede consultar en el bar del pueblo. En ese mismo establecimiento o en la entrada de la iglesia se va actualizando la cantidad recaudada y se ofrece información sobre la campaña. La sensación es de movilización total. De hecho, aprovechando la presencia de más gente en Vega durante la Semana Santa, la plataforma ha organizado otro acto para apretar en pos de la obra.
«Cada uno va a sujetar una letra y vamos a formar la frase ‘Salvemos Nuestra Torre’. Después de eso, habrá un concierto en la iglesia», anuncia Elisa, que tiene claro que el objetivo primordial de todo esto, más allá de la espadaña, es «unir al pueblo». Si la iniciativa consiguiera lo contrario, no valdría la pena. Mientras la mujer habla, sus hijos corretean por el entorno del templo. Quién sabe si, cuando sean mayores, tendrán otra lucha que librar como la de sus padres o la de aquellos antepasados que consiguieron salir de la panera en 1830 a oír misa en un lugar digno.