Las últimas luces del Viernes de Dolores se apagan en Villalpando y los ciclistas más rezagados de todos los que participan en la Gravel de la Tierra de Campos atraviesan como flechas las calles del pueblo. Van empapados y embarrados. No deja de llover. Al doblar la esquina, en la entrada de la iglesia de San Nicolás, un par de veteranos comentan la jugada: la deportiva y la religiosa. Sobre la primera, uno apunta que «solo falta uno perdido por ahí» para completar la prueba. En cuanto a lo segundo, su compañero lanza una frase premonitoria: «Esto no se ve muy claro».
Lo que se ve más bien oscuro, aparte del día, es el futuro de la procesión de la cofradía de La Dolorosa. Las mujeres enlutadas y con mantilla, y los hombres y más mujeres con traje morado y caperuz verde llegan a la iglesia, se sientan, participan en la liturgia religiosa programada y aguardan, pero saben que el destino está casi escrito. Una vecina que aparece con flores para la ocasión expresa lo que otros piensan: «Esto está como de invierno». Hay poco que hacer.

Dentro, el recibidor aparece plagado de paraguas mientras la liturgia sigue con normalidad. De la Corona de los Dolores a la Novena. Tradición y fe para el pueblo. De fondo, la imagen de la Dolorosa, del siglo XVII. Los rezos continúan dentro y la lluvia se perpetúa fuera, así que lo que viene antes de la misa parece condenado a convertirse en el gran ceremonial del día, justo en el viernes en el que la cofradía iba a convertirse en la primera en desfilar por Villalpando bajo la vitola de la recién estrenada declaración de interés turístico regional para la Pasión terracampina.
Pero así va esto. Muchos jaleos para que el capricho del tiempo acabe por decidirlo todo. Por lo menos quedan los claveles blancos, 52 esta vez. Los hermanos y las hermanas los cogen y los colocan en la zona dispuesta para la ocasión alrededor del paso que no saldrá del templo. La decisión es suspender, y el transcurrir de la misa no cambia nada.
¿Pero por qué 52 claveles? La tradición no viene de lejos, pero ha agarrado. La cofradía la adoptó en la pandemia para suplir la ausencia de procesión con otro ritual. Desde entonces, todos los años se pone una flor por cada una de las ediciones de la Semana Santa que cumple La Dolorosa. Desde los 70 hasta ahora, y con garantía de continuidad. Hay niños y niñas en la sala.
Al cierre, cuando el cura da la bendición, la presidenta de la cofradía, Marian Roales, admite que no había otra solución más allá de la cancelación de la procesión: «Ya lo preveíamos», concede la responsable, que lamenta que los cien hombres y mujeres de la hermandad tengan que marcharse a casa sin desfilar, pero que reivindica la buena salud del colectivo: «Esto es familiar. Si hay una abuela, hay unos hijos y luego unos nietos», asevera la dirigente.
Ella misma entró porque primero fueron sus abuelas y luego la generación de sus padres. Casi no le quedaba otra. Las tradiciones funcionan así, como también está ya contado lo que ocurre cuando hay procesión y llueve. Toca mirar al año que viene y esperar que las cofradías vecinas tengan más suerte. En 2026 habrá 53 claveles blancos en el Viernes de Dolores de Villalpando.