La estampa recuerda a una contrarreloj del Tour de Francia. Los grupos esperan a que la organización les dé turno para salir y, en los laterales, la gente se agolpa para jalear a los personajes que aparecen antes de encarar la rampa inicial. Si uno se sitúa al inicio de la cuesta, solo ve una masa humana en cada acera que encajona a los participantes y que explica por qué, fuera del recorrido, había tantos coches agolpados en las calles, en las carreteras secundarias o en los caminos.
Lo que ocurre es que aquí nadie compite, ni tampoco hay bicicletas, aunque casi es lo único que falta. Los grupos del encuentro tradicional de rituales ancestrales de Bemposta (Portugal) traen todo tipo de instrumental, trajes de distinta índole y tradiciones que muestran diferencias y semejanzas. Cada cual exhibe sus particularidades, pero también unos nexos de unión que hablan, en muchos casos, de un origen común.

La cita, la quinta de esta índole, reúne a 70 grupos de España, Portugal, Rumanía o Italia en la localidad rayana, a tiro de piedra de Fermoselle. Varios de ellos llegan de Zamora para participar en un desfile que tarda más de una hora en salir al completo desde que los anfitriones de la localidad portuguesa ponen un pie en la cuesta atestada de vecinos y turistas hasta que el último conjunto abandona el entorno del pabellón municipal, el lugar escogido como punto de partida.
Antes del arranque, ya suenan decenas de cencerros, el instrumento estrella, y también se ve a algún personaje metido por completo en el papel. Una mujer portuguesa caracterizada de luto se acerca a una vecina que espera en primera fila y le tizna la cara por completo: «É a bendição da Pascua», le espeta para justificarse. Y va en busca de otra víctima.
Mientras, por la megafonía, la organización celebra el éxito de afluencia de «esta gran fiesta de la cultura y de la ancestralidad», y remarca uno de los objetivos del municipio de Mogadouro, al que pertenece Bemposta: «Que los ritos ancestrales de este lugar sean Patrimonio Mundial de la Unesco, ese es el camino que queremos iniciar», advierten, antes de desear «un camino sin lluvia».
La petición se cumple. No hay agua. De hecho, alguno pasa calor bajo el traje. Abril no es ni diciembre, ni enero, ni los días de Carnaval. Cuando asoman los rayos, la cosa se complica para según qué personajes. Pero no hay queja. Si acaso, algún levantamiento de careta puntual para respirar. Se disculpa. Como también se perdona la prisa del Atenazador de San Vicente de la Cabeza, que se coloca para arrancar casi al principio, hasta que constata que no tendrá vez hasta dentro de un rato.
Los primeros son portugueses, gallegos y hasta rumanos. La mascarada del este sale con unos trajes coloridos y con unos cencerros que bien podrían pasar por los que aparecen un día de San Esteban en cualquier pueblo del oeste de Zamora. También las paloteiras de Sandim recuerdan a los de Tábara, que partirán más tarde, después de que el Toro de Carnaval de Morales de Valverde estrene la representación provincial o de que los Carucheros de Sesnández llenen el espacio con su ruido ensordecedor.
El desfile avanza y muestra la presencia de grupos del centro y del norte de Portugal, pero también de Cantabria, de Palencia o de León. En cierto momento, incluso, la organización de Bemposta destaca el parecido de un conjunto de Guadalajara con la mascarada anfitriona. Hay un buen puñado de kilómetros entre el origen de una y de otra, pero sigue habiendo raíces comunes.
En el desfile, brillan igualmente los personajes de Villarino tras la Sierra o la Obisparra de Pobladura de Aliste, esta última más acostumbrada a los calores que aprietan a primera hora de esta tarde primaveral, pues sale desde hace años en agosto. Mientras, siguen las gaitas, los cencerros, los paloteiros; los sonidos de la música de siempre, las danzas aprendidas de los mayores. Cada cual muestra un pequeño trocito de su tradición en el espacio que le corresponde. No es como el día grande en el pueblo de cada cual, por supuesto, pero sí una manera de verlo todo al mismo tiempo. Para ir uno por uno en los días del invierno, casi faltarían vidas.
Los últimos de Zamora
Por ejemplo, en Zamora, harían falta unos cuantos días de Año Nuevo dedicados a las mascaradas para empaparse de todas. Una de las de ese día es el Zangarrón de Montamarta de máscara negra, que este sábado en Bemposta desfila junto al de Reyes, el de careta roja. Justo antes, toma la curva la Visparra de Vigo de Sanabria, representante de la comarca en la cita y fija en el encuentro de rituales ancestrales tras la recuperación de la tradición hace ya un puñado de años.
El cierre de la representación zamorana llega con gaitas y ruido. Es la banda sonora que acompaña al Carnaval de Villanueva de Valrojo, ahora de interés turístico regional; siempre de gran tradición en la zona. Su rastro, como el del resto, se pierde por las calles de Bemposta, inundadas de unas tradiciones tan particulares como ligadas entre sí.