Cuando uno entra a la tienda, justo de frente, se topa con un cartel escrito en letras grandes y mayúsculas donde se puede leer: «Si no lo ve, pregunte». El aviso ofrece ayuda, pero la tipografía dice también que este negocio no abrió ayer, precisamente. Así lo corrobora desde el mostrador el hombre de bigote y mono azul que regenta este establecimiento, llamado Alimentación Jormi y ubicado en Torregamones, casi con Portugal a la vista. El nombre del jefe es Vicente de San Justo, un tipo de 74 años que no tiene intención de echar el cerrojo. Al menos, de momento: «Me tienen que sacar de aquí».
Vicente aparta unos minutos los papeles en los que está enfrascado en esta tarde desapacible de marzo y empieza fuerte: ¿El envejecimiento de la población? «A mí la población me da lo mismo, lo que pasa es que envejecemos nosotros también, y eso es un problema, sí», apunta con retranca el dueño de la tienda antes de mirar atrás. Muy atrás, en realidad.

«Este negocio llevará abierto 70 u 80 años por lo menos. No exactamente esta tienda, pero mis suegros ya tenían otra más pequeñita», narra Vicente, que señala hacia la plaza para apuntar el lugar exacto donde se ubicaba aquel establecimiento: «Entonces, había una tiendecita en la mayoría de los pueblos», constata el tendero de Torregamones, que recuerda que, en aquel local, delante estaba la taberna y, «si alguien quería comprar manzanas, tenía que pasar por el bar».
Manzanas, y cuatro cosas más: «La tienda tenía lo básico, básico, básico», insiste Vicente, que subraya que el establecimiento actual, según se ve ahora, abrió hace «unos 35 o 40 años». La pregunta sale sola: ¿Por qué resistió esta tienda de Torregamones y no muchas otras de Sayago? «Esto subió a 200 por hora, sin conocimiento, debido a la frontera. Aquí se descargaban las galletas por camiones», asegura el comerciante, que sitúa el factor clave en la clientela portuguesa.
Vicente recuerda las cajas de caramelos que compraba «con vistas a verano y a Navidad» y cómo despachaba un producto clave: «Hostias, el bacalao». «La primera furgoneta que tuve yo era una Ebro roja, y me iba con ella a Valladolid a comprarlo a unas cámaras que había allí. Traía mil kilos todos los meses», afirma el sayagués. Y añade: «Hubo una época ahí que ya te digo, sin conocimiento. Duró diez o doce años».
El comerciante remarca que, en aquellos tiempos, «los portugueses no tenían nada». «No había negocios así en Miranda. Te estoy hablando de hace treinta años para arriba y ya te digo que fue exagerado. Cuando abrías a primera hora de la tarde, todos, todos los días había seis u ocho coches portugueses esperando», rememora Vicente, que admite que, en cierto momento, «Miranda empezó a subir, a subir, a subir» y su tienda «a bajar, a bajar a bajar».
«Ahora nos mantenemos. Somos una tienda para un pueblo», constata el comerciante, que arrancó el negocio con su mujer y que se quedó solo al frente tras enviudar. En su momento, la familia aglutinó gran parte de los servicios de la localidad, con la tienda, el bar, el taxi y hasta Correos. Ahora, aguanta su establecimiento de alimentación y el bar que regenta su hija en la misma plaza.

En cuanto al secreto para resistir en estos tiempos de menos bonanza, Vicente deja claro que solo de Torregamones no se puede vivir. Por su tienda se acerca gente de Moralina, de Pino, de Argañín, de Gamones, de Muga… «Y tenemos casi de todo. En esta zona, en un mismo local, no encuentras tantas cosas en, qué te digo, cincuenta kilómetros a la redonda», asevera el tendero, que señala hacia el interior de su negocio: alimentación, hogar, ferretería… No hay mucho de nada, pero sí un poco de todo.
«Procuramos que siempre haya. Y no es por ganar dinero, que no tengo tiempo de gastarlo; es que me duele muchísimo que un señor venga de un pueblo a quince kilómetros porque se le ha roto el arado y no tenga un tornillo. Eso es lo que me fastidia. Yo tengo 74 años y esto lo tengo para dar servicio. ¿Tú crees que por mí iba a estar yo aquí?, plantea Vicente, que sentencia: «Si ahora mismo cierra mi hija el bar y cierro yo esto, Torregamones murió. Literal, murió».
Por eso continúa Vicente: «Doy este servicio porque tengo una clientela de toda la vida a la que quiero y que me quiere a mí», argumenta el comerciante, que también lanza una opinión sobre el retiro definitivo: «Si no sirves, no estás haciendo nada. Ya que estás aquí, sé útil para lo que sea», comenta este septuagenario que se levanta «la mayoría de los días» a las seis de la mañana, va a Zamora al mercado, regresa, descarga y abre.
Para la luz y los impuestos
Ahora bien, tampoco está todo el día. Un sobrino que tiene contratado cubre unas cuantas horas: «No es como hace veinte o treinta años, tampoco es eso. Ni hay el negocio de entonces ni la fuerza», concede Vicente, que incide en que ahora lo importante es «mantenerse». «¿Que haces un duro? Bien. ¿Que no lo haces? Sacando para la luz y los impuestos, basta». Y la gente lo valora. «Saben que estamos para cualquier pequeña cosa que necesiten», insiste el tendero de Torregamones.
Vicente de San Justo termina de contar su historia y se despide antes de poner la vista otra vez en los papeles: «Si dentro de veinte años queréis volver por aquí, pues aquí que estaremos», zanja el comerciante sayagués antes de soltar una carcajada.