De estar «casi escondido» en una esquina de la parte de atrás de la iglesia a ganar protagonismo y ser parte importante del santuario de Rionegro del Puente. «Había gente, incluso gente del pueblo, que nos ha preguntado que dónde estaba esto antes de que lo pusiéramos aquí», apunta Eusebio Rodríguez, secretario de la centenaria Cofradía de Los Falifos. La localidad ha ganado, con la restauración del «Tumbo de Rionegro», parte de su patrimonio y ha conseguido poner en valor un pedazo relevante de su historia. Y el pueblo lo celebra.
El túmulo funerario de Rionegro del Puente, creado en 1722 por Tomás Montesino, es uno de los muy raros ejemplos de barroco popular hispano «en estricta clave doctrinal». Fue un encargado de la Cofradía de los Falifos y originalmente se usaba, recuerda Fernando Regueras, en llamado «Lunes de Carballeda», después del tercer domingo de septiembre, fiesta grande de la Virgen de la Carballeda, para honrar la memoria de los difuntos. Se instalaba entonces bajo la cúpula del santuario, recientemente restaurada. Después, volvía a la parte de atrás del templo.

El paso de las décadas dejó un túmulo aviejado, con evidentes defectos de conservación y con elementos importantes en riesgo. Para ello, costeado por el Centro de Estudios Benaventanos Ledo del Pozo, se impulsó una restauración que ha corrido a cargo de la empresa leonesa restaur Art. La suciedad superficial y el polvo se eliminaron con una suave aspiración y se retiraron todos los elementos ajenos que pudieran causar daño, como clavos o puntas. Aunque se mantuvieron algunos elementos, como explica el propio centro de estudios, como las piezas de hojalata labradas que daban refuerzo a ciertas molduras, el casquillo de vela de la segunda mesa o el husillo con las dos ruedas del cuerpo bajo. «Recuerdos del pasado», se consideraron.
La restauración se encontró con partes que estaban desaparecidas, para las cuales se siguió un «criterio de reconstrucción volumétrica» para los daños principales, aquellos cuya ausencia suponía un riesgo para la estabilidad estructural o cuya falta afectaba a la visión general del conjunto. Se protegieron las pinturas, recuperando ciertas zonas, con una fina capa de barniz. Y, para terminar, se procedió al montaje de la pieza (el túmulo son varios bloques de madera independientes) sobre una plataforma creada al efecto en acero galvanizado, con cuatro ruedas giratorias. «Algo que facilita el desplazamiento y evita que la obra de arte esté en contacto directo con el suelo, lo que es bueno para prevenir humedades», razona Eusebio Rodríguez.
La historia que cuenta la pieza
La obra de arte está estructurada en cuatro niveles y teatraliza, explica de nuevo Fernando Regueras, la «idea ascencional de la Redención». Abajo hay cuatro imágenes del infierno, en el segundo nivel se encuentra una iconografía medieval y, a continuación, cuatro representaciones distintas del purgatorio. El camino hacia la Gracia es la Cruz de Cristo, que abre las puertas del cielo en el cuarto nivel. Todos ellos sometidos a la muerte, en la cima del túmulo, que en este caso simboliza un esqueleto con guadaña.

Concluye Regueras, en el documento editado por Ledo del Pozo, que el modelo de Rionegro (que sirvió de base a otro semejante en Abraveses de Tera), ahora un elemento más curioso que otra cosa para vecinos de la zona y para visitantes y turistas, tuvo en su día un papel «aterrorizador para generaciones de devotos de la tierra, especialmente para los niños», que sentían pavor al contemplarlo.
La restauración de la bóveda
La restauración de la bóveda del santuario, unida a la del túmulo, han dado aire al templo. En el caso de la cubierta, los trabajos han consistido en la consolidación del soporte y en el sellado de grietas, así como en la recuperación de volúmenes mediante la eliminación de las capas de encalados que los ocultaban. Se trataba aquí de conseguir una imagen más adecuada de la propia cúpula. También se ha restaurado la vidriera del lado norte y se ha actuado en la yesería, rejuntando arcos y actuando en los púlpitos.