Los novios eran los padres y los padrinos, los hijos. Excepto esta salvedad, no menor, la boda de Carnaval de Toro se ha desarrollado conforme mandan los cánones, en un Salón de Plenos a reventar, con música y letras tradicionales y con los vestidos de época propios de fiestas tan señaladas. Si acaso ha sido necesario cambiar las toquillas por mantas para combatir el intenso frío que se ha hecho presente incluso dentro del Ayuntamiento. «Quien fuera hombre hoy, con la capa se está mejor», aseguraba alguna. Él, pertrechado, miraba hacia otro lado.

Carmen y Adolfo eran los novios y Beatriz y Pedro, sus hijos, los padrinos. La oficiante, como manda la tradición, ha sido la alcaldesa de la ciudad, Ángeles Medina, que debutaba en estas lides destacando el arraigo de la boda de Carnaval en el pueblo como parte fundamental de la declaración de Interés Turístico Regional, de la que ahora se cumplen treinta años.
Por lo demás, los novios han aceptado sus carnavaleras obligaciones: defender el Carnaval y bailar siempre que suene la música, actuar siempre en defensa del Carnaval de Toro y defenderlo allá donde estén y, por último, transmitir el amor a esta fiesta a sus descendientes. Los artículos 66, 67 y 68 del Código Civil, vamos.
La boda ha acabado entre gritos de vivan los novios y algún recatado beso de la pareja. En las mejillas, los que se dan en la boca quedan «para esta noche». A la salida, para combatir al frío, novios y padrinos se han marcado un baile en la plaza antes de iniciar la procesión hasta el Teatro Latorre, donde se ha llevado a cabo el convite. «Que vivan los novios, y viva el Carnaval».