Lo que antes era el centro médico Urgencias Zamora, en la calle Santa Teresa de la capital, se ha convertido ahora en un lugar en el que entra y sale durante toda la tarde un reguero de muchachos y muchachas vestidos de negro. De vez en cuando, la mujer que está en la entrada del local asoma la cabeza hacia el exterior para comprobar que los padres de los más pequeños les esperan en la calle; en otras, los chavales ya se valen por sí mismos y se marchan solos, generalmente agotados. Dentro, pasado el torno, se puede comprobar que la actividad en el Martial Arts School Ju75 resulta físicamente exigente. La fatiga está justificada.
También a la entrada, vestido con una sudadera corporativa de color morado y con unas rastas características en el pelo, aparece Ju. Así conoce todo el mundo al dueño, de apellido Pereira. El gimnasio de artes marciales que ha levantado es el fruto de muchos años de trabajo, y no se quiere quedar ahí. Con 260 alumnos, este brasileño aspira a crecer, a mudarse a un lugar más grande, a prosperar. Pronto hablará de ello con pasión. Pero antes hay que esperar a Héctor, al mayor de sus hijos, el adolescente de 16 años que justifica la visita al local.
El muchacho llega en autobús y se presenta educado, pero sin timidez. En una semana, viajará con su padre a Curitiba, precisamente la ciudad de la que procede el dueño del gimnasio, para participar en el campeonato mundial de capoeira de su categoría. En noviembre el año 2004, Ju ya ganó un certamen de las mismas características precisamente en ese mismo lugar, y aquel éxito le abrió las puertas de Europa. Con el reto de su hijo a las puertas, el círculo está a punto de cerrarse.
Los dos los cuentan en una charla en la que Ju narra lo que ha sido su vida desde aquel triunfo cosechado hace ya más de veinte años: «En 2005, mi maestro me dijo que íbamos a hacer un tour por Europa, que haríamos unas clases y volveríamos. Pero en mi cabeza estaba quedarme», subraya el responsable del gimnasio, que recaló en España y que pasó por varias ciudades de Castilla y León antes de asentarse en Zamora: Palencia, León, Benavente… Y, finalmente, el destino definitivo.
«En 2006, ya estábamos en Zamora», comenta Ju, que empezó a trabajar en el gimnasio Tres Cruces y que comenzó a impartir clases de capoeira un par de veces por semana: «Ahí ya tuve un chico que se llamaba Raúl Domínguez y que llegaba a un campeonato y pum, ganaba. Se pasó un año entero así», recuerda el brasileño, que a pesar de todo admite las dificultades económicas que padeció: «Trabajar así no generaba mucho dinero y mi vida fue bastante complicada», desliza.
La rutina terminó de girar cuando, en 2008, nació Héctor. A partir de ahí, Ju comenzó a dar clases por toda la provincia: «A Benavente, a Santa Cristina, a Villalpando y, sobre todo, a Puebla de Sanabria», indica el brasileño, que pronto tuvo que dedicarse a otros trabajos para salir adelante. Siempre sin perder de vista la pasión. De hecho, el padrino de su hijo mayor es Flávio Magrela, nueve veces campeón del mundo «y el primer capoeirista que le ha cogido la mano al rey de España».
Esa mecha prendida en Héctor desde la primera infancia recondujo nuevamente la vida de los Pereira: «Cuando fue un poco más grande, empezó a decir: ‘papá, quiero hacer capoeira'». Y Ju no pudo decir que no. Las clases arrancaron en el parque, incluyeron a Diego, el hijo menor y llevaron de nuevo a los chicos a los campeonatos por la comunidad. Más tarde por el país. En 2019, Héctor era subcampeón de España de su categoría. Y todo, entrenando en el León Felipe.
En paralelo a las prácticas con sus hijos, Ju comenzó a ofrecer también sus servicios como maestro en otras artes marciales y como entrenador personal. Fue «poquito a poco», pero tocaba salir del parque. El mayor de los Pereira encontró entonces un local de 110 metros cuadrados en la calle Clavel, con un único baño y con el motor de «la disciplina, la educación y el compañerismo» por encima de la comodidad. Y la gente le siguió.
Ju tenía claro que aquella situación tenía que ser temporal a la fuerza, y se dedicó a tocar las puertas de los bancos para tratar de mudarse: «Nadie me daba un puto céntimo. Nadie se fiaba del negro, esa es la verdad. ¿Quién se va a creer la historia de un inmigrante que quiere abrir una escuela de artes marciales?», señala el brasileño. Finalmente, casi en paralelo a la pandemia, y con el respaldo de sus suegros y el propio empuje de las clases que impartía en el barrio de Pantoja, el mayor de los Pereira trasladó su actividad a las dependencias actuales.
«Y ahora quiero buscar una nave más grande», advierte Ju, que remarca que su escuela esta certificada por el Consejo Superior de Deportes y que explica que, por este local, «han pasado chavales con muchísimos problemas: familiares, de abusos, de bullying…». «Y hemos conseguido darle la vuelta, que tengan la mente de otra manera. Esto no es venir aquí, pegar un par de hostias y decir: bueno, soy el Superman. No, no es así. Aquí, cada cosita tiene su porqué», asevera el maestro brasileño.
Mientras su padre cuenta toda esta historia que ya se conoce al dedillo, Héctor atiende, asiente de vez en cuando y hace algún apunte sobre unas fechas que él también recuerda. La vida que describe Ju es también la suya: «De pequeño, siempre estaba en el parque. Iba con mis amigos, les enseñaba un poco y practicaba. Al llegar la pandemia, me distancié un poco, pero luego volví y vi que evolucionaba mucho y muy rápido. Todavía no tengo el nivel máximo que puedo alcanzar, pero di un paso bastante grande», resume un chico conocido en el mundillo como Thormenta, por su fuerza y su carácter inquieto.
De padre brasileño, madre búlgara y nacido en Zamora, Héctor tiene ahora en la cabeza el viaje a la ciudad en la que viven sus tíos y sus abuelos paternos. Allí, en Curitiba, afrontará una competición en la que la lucha y la danza se entremezclarán, como mandan los cánones de la capoeira. Antes, viajará a Río de Janeiro para sumergirse en un campeonato preparatorio y aclimatarse al verano de Sudamérica. La cita principal tendrá lugar del 31 de enero al 2 de febrero.
De la lesión a los retos
En la retina de Héctor, de Thormenta, todavía está la lesión que sufrió en un campeonato europeo al que acudía como favorito. La idea es que esta vez sea diferente, aunque el formato de eliminatorias no da mucho margen al error: «Nos valoran la objetividad, la finalización y el volumen de juego», comenta el zamorano, que se apoya en su padre y en su padrino para tratar de regresar de Brasil con un entorchado que los otros dos ya poseen: el de campeón del mundo.
«En estos últimos días, me estoy dando cuenta de quiénes están a mi lado, de quiénes me quieren ayudar. Lo estoy disfrutando mucho, pero también sufriendo», remacha Héctor antes de pasar al interior del gimnasio a practicar con su padre. Cuando la intensidad sube, las rodillas de Ju protestan: «Me estás pidiendo mucho», ríe. Su momento quedó atrás. Ahora es el de Thormenta, listo para completar el viaje circular de su familia en Curitiba.