Hace frío, mucho frío en la Marina. Cinco décimas bajo cero, según los datos de la Agencia Estatal de Meteorología. Son las doce de la mañana del día de Nochevieja y un muchacho adolescente tirita a pesar del abrigo y la capucha. Pronto, llegará su momento. Mientras, la escena muestra a varias decenas de personas abrigadas como manda la circunstancia, con bufandas, gorros, capuchas y una danza nerviosa que busca movimiento para encontrar el calor. Buen intento, pero no hay manera.
Toda esta gente está arremolinada a las puertas del mercado provisional de la Marina, donde está a punto de tener lugar la última actividad programada este año por la Concejalía de Promoción Económica en torno a la instalación. La fecha ha marcado la elección. Se vienen unas campanadas con medio día de antelación, como el medio grado que falta para llegar a cero. Ateridos, pero contentos, los asistentes se preparan con doce uvas ensartadas en un palo de madera. También hay copas de champán.
Los zamoranos que han desafiado a la climatología para entrar en 2025 los primeros, como si fueran australianos, miran de frente al lugar del que deben salir los doce toques. Y no es un altavoz. En ese lugar se ubican dos campanas móviles trasladadas allí para la causa por la asociación que trata de conservar el toque tradicional en la provincia. El concejal, David Gago, se arrima a la instalación portátil y dice unas palabras. Ha sido un año importante para el mercado. El cambio de ubicación provisional era un riesgo, pero la sensación generalizada es que ha salido bien. De eso va el breve discurso.
Mientras Gago habla, el adolescente de antes sigue tiritando. Ya es hora de ponerle nombre. El muchacho se llama Gonzalo Muñoz, tiene 16 años y viene de Benavente. A su lado, otro chaval algo más crecido, de 19, se coloca justo a su lado. El segundo protagonista responde al nombre de Hugo Andrés y viene de Moreruela de los Infanzones. A la orden del responsable de la asociación de campaneros, los dos agarran el instrumento y dan los cuartos. Luego, las doce campanadas.
La gente que ha acudido a la cita se come las uvas al son de cada tañido, brinda con champán y se queda para la exhibición. Las campanas no se han traído solo para el instante ceremonioso. Se viene otra demostración. Gonzalo y Hugo participan en ella antes de retirarse para dar paso a los más veteranos y explicar un poco, en conversación con Enfoque, qué es lo que les ha traído hasta aquí. No necesariamente a la Marina, sino a una asociación habitualmente reservada para gente de otras edades, que valora de otro modo «la cultura y el lenguaje de los pueblos».
Las razones de Hugo y Gonzalo
Hugo aclara que, en su caso, la llama se prendió gracias al vecino de Moreruela de los Infanzones que quiso transmitir ese conocimiento a los chavales del pueblo antes de que se perdiera: «Las primeras clases me motivaron y ya llevo tres años tocando», asegura el chico, que comparte el aprendizaje con otro paisano.
A su lado, Gonzalo acudió por voluntad propia a la asociación tras sentirse atraído por el sonido del instrumento. Nadie de su entorno estaba familiarizado con la cultura de las campanas. Ni en Benavente, donde vive, ni en Puebla de Sanabria o Colinas de Trasmonte, de donde procede su familia. «Toco todos los sábados y los domingos», añade el adolescente.
Tanto Gonzalo como Hugo han aprendido los toques que la asociación enseña a sus miembros y los repiques tradicionales para avisar de misa, de muerte o de fuego. En ellos seguirá viviendo parte de una cultura que no se va a marchar con los mayores, aunque quede reducida a unos pocos apasionados. Dentro de muchos años, si otro Ayuntamiento quiere repetir campanadas un 31 de diciembre con este mismo formato, ya sabe que al menos dos hombres sabrán como cumplir con el papel al pie del instrumento.