Hay lugares en Zamora que van unidos al propio ADN de la ciudad. Hay sitios por los que, literalmente, ha pasado todo el mundo. Muchos son comercios, y la mayoría se fundaron hace décadas por una generación de zamoranos que dio un impulso decisivo a la vida económica de la ciudad. Preguntar a cualquier persona permite elaborar una ristra de nombres propios en los que, seguro, el lector de este reportaje ha entrado a comprar alguna vez. Se puede discutir la extensión de la lista, pero en ella, seguro, está Boizas.
La historia de Boizas comenzó con el padre de familia, Ildefonso, que cuenta ahora 91 años y que empieza ya a estar afectado por los achaques de la edad. «A él le hubiera encantado venir a contar su historia», asegura su hijo Luis, uno de los dos miembros de la segunda generación de comerciantes que regenta la tienda. La historia de la tienda la cuenta él.
El patriarca de la familia comenzó su andadura profesional ligado al sector textil. Entró de aprendiz en García Casado, con quince años. Estuvo ahí dos hasta su marcha a otro comercio en la plaza de Santiago, momento en el que «empezó a trabajar en lo que le gustaba y a salir de viaje por Zamora, por las provincias limítrofes y por Portugal». A los 23, estuvo a punto de marchar a México para trabajar en una empresa de venta al por mayor pero, cuando estaba «todo preparado», llamó a su puerta Lozano y Plaza. Trabajó ahí como gerente hasta que fundó su empresa. La tienda se ubicaba en el mismo lugar en el que ahora está el comercio de San Andrés y entonces, hace ahora 65 años, cambió su nombre. Nacía Almacenes Boizas.
Un negocio que, recuerda ahora su hijo Luis, era «diametralmente opuesto» a lo que se hace ahora. «Antes lo teníamos que confeccionar todo nosotros. Nos mandaban las telas, la gente venía, nos daba las medidas, y cortábamos las telas para sábanas o para decoración, para lo que fuera. Ahora viene todo ya confeccionado, lo único que se salva son las cortinas, que son algo más especiales. Lo demás ya viene hecho. La sociedad ha cambiado mucho, y el negocio con ella», analiza el hijo menor de Ildefonso Boizas.
Pero volvamos a los orígenes, que como sucede en el comercio de esta generación, siempre fueron complicados y ligados a una cantidad ingente de trabajo. Ildefonso, recuerda su hijo, viajaba mucho a Levante, a Barcelona y a Valencia principalmente, para negociar el género que después se vendía en la tienda. También a Portugal, donde las relaciones comerciales no eran tan fáciles como ahora. «Él iba, decidía lo que se compraba y pagaba. Y las cosas llegaban por tren como un mes después», apunta Luis. No es fácil pensar en aquellos plazos en un mundo en el que las compras por Internet no se demoran más de 24 horas, pero así era.
La expansión
Boizas teje una relación con los zamoranos en la que se empiezan a aplicar tácticas que después se hicieron extensibles a grandes empresas, pero que aquí se hicieron antes. Por ejemplo, la abundancia de opciones. «Mi padre tenía claro que la gente, para comprar una cosa, necesita ver cien, así que aquí siempre hemos tenido donde elegir». O la política de devoluciones. El lema de «si no está satisfecho le devolvemos su dinero lo aplicábamos aquí antes que en El Corte Inglés», dice Luis.
La empresa adquiere en los años de bonanza el edificio de la calle de San Andrés por el que ahora se entra a la tienda ahí ubicada, un edificio de seis plantas que se destinaba entero al almacén, salvo la planta baja, donde era minorista. En el 92 se abre la tienda de Víctor Gallego y, unos años más tarde, en 2003, la de Cardenal Cisneros.
Se trabajó «mucho para sacarlo adelante». Había noches, recuerda ahora Luis, «que daban las once, en las que se paraba poco más de media hora para comer». La empresa trató durante esos años de dar el salto a Valladolid y a León, pero no se consiguió. «No tuvimos la dimensión suficiente para poder mantener la tienda con cierto volumen. Aquí la gente nos tiene como referencia, y en Valladolid y en León no nos conocía nadie, fíjate si es importante eso. Además, nos pilló la crisis del año 2007 y tuvimos que cerrar aquellas tiendas», lamenta Luis.
La crisis
En aquellos años Reig Martí pasó de tener 700 trabajadores a setenta. Sirva el dato para comprobar cómo la recesión afectó al sector textil, afectado a nivel nacional y en el plano local. En aquellos años cerraron tiendas del ramo en Zamora, «una mala noticia» para Boizas, porque «significa que el sector está como está».
Con todo, desde San Andrés empieza a verse «un despertar» en la ciudad, «bastante más animada en estos últimos meses que en los años de antes», lo que también se traduce en más gente que entra a la tienda. Después, lo de siempre en el pequeño comercio. «Si hubiera más conciencia local, mejor le iría a Zamora», reflexiona Boizas. «Mantener esto es cosa de todos», indica.
«Creo que hay futuro, y oportunidades, se ve los fines de semana, que hay mucha gente». Zamora, indica el comerciante, «debe explotar el tren directo con Madrid y el impulso del teletrabajo. Ahora hay gente que puede vivir aquí y desplazarse a Madrid puntualmente una o dos veces por semana. Eso hace diez años era impensable y ahora es posible. Si conseguimos fijar población, habrá futuro. Hay que vender las bondades de una ciudad pequeña, que tiene de todo y en la que está todo a mano», concluye.
El arraigo
El futuro del comercio, reflexionan desde Boizas, va por mantener «lo que se ha hecho durante muchos años» para generar «arraigo» en la ciudad. «Nuestros clientes empiezan a serlo cuando se compran una casa, en ese momento viene todo el mundo. Pero antes han venido con su padre o con su madre, ya nos conocen». Algo que lleva años, años y años. «Es lo que nos faltó en Valladolid o en León y lo que tenemos aquí. En Zamora tenemos un gran fondo de comercio de gente que sabe lo que hay aquí y que viene», un fondo que va pasando de generación en generación. «Al final, envejecemos de la mano de nuestros clientes».
Este reportaje es un contenido patrocinado por la Concejalía de Promoción Económica del Ayuntamiento de Zamora