Era el año 2003 y en San José Obrero faltaba un servicio: «¿Tú te acuerdas del Mostaza? Bueno, era un bar que había aquí, que luego se dedicó también a la papelería, y era el único sitio donde nosotros podíamos ir a comprar una cartulina con los niños», explica María Mónica Peña. Aquel local cerró «y el barrio estuvo unos años sin ningún negocio en el que se vendiera ese tipo de material», añade una mujer que por entonces no trabajaba, pero que tampoco había tenido contacto alguno con el tipo de establecimiento cuya existencia extrañaba: «Lo que pasa es que como nosotros somos así, pues miramos la posibilidad de montar algo».
María Mónica – que pide que se utilicen sus dos nombres para contar esta historia – habla en plural porque la idea la tomó junto a su pareja, Miguel: «Cuando se te mete en la cabeza hacer algo, lo vas a hacer sí o sí. Da igual si no encuentras financiación. Empiezas con poco y luego ya se irá viendo, ¿no?», continúa esta mujer, que advierte que las cosas «muchas veces surgen por casualidad» y que el azar también influye en las opciones de supervivencia de un proyecto. En su caso, los factores «o el destino» se alinearon en positivo.
Este pequeño relato es el germen de la Librería Arial, que pasó del plano de las ideas a la realidad un 1 de mayo: «Cruzamos al lado del local, que era un antiguo quiosco y que estaba cerrado», recuerda María Mónica. Y ahí empezó a funcionar la batidora mental: «Jope, este local que está vacío, que tal y que cual… Total, que el 1 de septiembre habíamos abierto», ríe la responsable del negocio, que admitió la idea de su marido de elegir como nombre una fuente tipográfica que sonaba bien. «No le di más vueltas», aclara.
Queda claro que la librería que da servicio al barrio de San José Obrero, en plena avenida de Galicia, nació del arrojo, de la improvisación y del empuje, pero en el resto de la conversación quedará patente también que se ha mantenido por la constancia, el trabajo y la adaptación. El negocio empezó básicamente como una papelería, pero María Mónica, al frente de la nave de Arial en solitario, fue sumando la literatura y todo lo que entendió que demandaba su gente: «Vas a lo que los clientes te piden y a lo que te gusta, claro», defiende.
En el punto de partida, la librería también se vio beneficiada por el boca a boca del barrio: «Decían: van a abrir una librería y va a ser María, la mujer de Miguel ‘El Moli'», rememora la dueña de Arial, que rápidamente matiza un punto: «Juegas con cierta ventaja, pero que te conozcan no quiere decir que los tengas ya como clientes. Fidelizar cuesta muchísimo. Es verdad que, en San José Obrero, yo no conozco a nadie que haya abierto un negocio y no lo hayan acogido bien, pero luego hay que mimar mucho a la gente en el cara a cara», advierte la responsable de la librería.
Otra de las cartas favorables que se encontró María Mónica fue el contexto económico de los primeros 2000, pero tras los primeros años llegó la crisis que se llevó por delante tantos negocios, muchos de ellos pequeños y en los barrios. «A mí me afectó, pero si me hubiera golpeado mucho ya no estaríamos aquí. Un señor mayor que es cliente me lo recuerda mucho: el que resiste vence. Y yo creo que en el centro a lo mejor no habría resistido tanto. Aquí, la gente es del barrio, muy de comprar en San José Obrero, y aunque haya problemas viene, echa mano de lo pequeño», asevera la dueña de Arial.
El negocio capeó el temporal, se fue sobreponiendo también al precio creciente del alquiler y fue madurando. Llegó más literatura. Sobre todo, infantil: «He ido modificando lo que traigo en función de los gustos: los del cliente y los míos. A mí me encanta el mundo de los cuentos, de los libros ilustrados. Los mayores lectores son los niños y da gusto con ellos», afirma María Mónica, que señala hacia la estantería plagada de páginas e historias. Tras de sí, la fotocopiadora, el material escolar y las famosas cartulinas que un día echó de menos.
Las campañas y el ingenio
La charla tiene lugar pasada ya la primera quincena del mes de octubre. Desde primera hora, varios clientes entran a buscar cosas pequeñas, como impresiones que se resuelven con un pago de 40 céntimos. Toca un periodo valle para el establecimiento tras la campaña de la vuelta al cole: «Esto es como la hostelería con San Pedro o Semana Santa. Cada uno sabe lo que tiene que hacer con ese exceso para irlo repartiendo. En estas épocas, yo no hago más que darle vueltas a la cabeza», admite María Mónica.
La estrategia de esta librería de barrio se basa en ir montando campañas, en sumar promociones, en decorar el escaparate con temáticas particulares. Todo estímulo vale: «La vuelta al cole no te deja hueco en la cabeza, te lo absorbe todo. Ahora es cuando voy hilvanando las ideas, cuando la cosa está más relajada», remarca la dueña y fundadora de Arial, que tiene que estar pendiente de todo. También del papeleo y las facturas. En esta empresa, no hay cargos repartidos; hay una mujer orquesta.
«Te tiene que gustar mucho esto para mantenerte», reconoce María Mónica, que percibe una particularidad en el barrio que rema a favor de su proyecto: «Lo que diferencia a esta zona es que hay gente que se ha movido. Todo depende de las personas. Si tú educas a tus hijos para que vayan a ver a tal señor si necesitan comprar algo, o para que miren en esa otra tienda pequeña porque les van a atender muy bien, esos hábitos se les quedan. Si a ti te da igual, pues eso es lo que hay», resume la responsable de Arial.
María Mónica insiste en el mensaje: «Si no educas así, no pretendas que luego, cuando seas mayor, se mantengan esas relaciones entre las personas. A todos nos gusta ir a un barrio y decir: jope, qué a gusto se está. Vas al bar y cualquiera te da conversación; entras a la tienda y me ha dicho la señora que no tiene no sé qué, pero que me lo pide y que vuelva. Esas cosas no surgen porque sí. Y no depende de hacer grandes cosas. Es tan sencillo como la educación en casa. Ni más ni menos», argumenta la librera de San José Obrero.
Ella misma percibe el valor de todo esto desde los dos lados y admite que, tras el mostrador, es difícil continuar si no hay pasión: «No puedes emplear muchas horas de tu vida en algo que no te gusta, porque al final te quemas. Yo puedo sacrificar días de vacaciones porque, cuando llego y abro la puerta con mi llave, veo aquí a mis chicos, que son mis libros, me dan los buenos días y digo: madre mía, lo que he conseguido», ríe María Mónica, que pone el foco nuevamente en la gente que hace cosas por el barrio, en la asociación de desarrollo comunitario, en las personas que la acompañan en el día a día, del otro lado.
Mientras repasa su camino, la protagonista de esta historia también cita a quienes la introdujeron en la literatura desde otra perspectiva: «Rufi, la que fue directora de las bibliotecas municipales, y Roberto Peña, una persona que me enseñó mucho sobre los grandes autores», destaca la dueña de Arial, que revela que no se considera librera: «Esa es una palabra con mayúsculas, y a mí me queda mucho por aprender. Pero muchísimo, muchísimo, muchísimo».
El Principito y San José Obrero
A medida que pasa el tiempo, ese proceso de sumar conocimientos literarios se enriquece, pero al fondo de la librería sigue la misma secuencia desde hace años. Y la protagoniza El Principito: «Es mi preferido. Me marcó tanto… Y me sigue marcando. Creo que es una de las lecturas obligatorias para los institutos, tanto para pequeñines como para adolescentes. La pena es cuando no hay debate sobre él. El Principito es debate, y quien lo ha leído sabe que no es lo mismo acercarse a él de niño, de joven o de adulto», repasa María Mónica.
La valentía, la constancia, la pasión, El Principito y el barrio, sobre todo el barrio: «¿Que si volvería a montar la librería si tuviera los años que tenía entonces? Yo creo que sí. Pero en el mismo sitio, claro. No cambiaría San José Obrero por nada».
*Contenido patrocinado por la Concejalía de Promoción Económica