Cuando todavía falta prácticamente una hora para que den las nueve, el movimiento en la Plaza Mayor de Sanzoles ya es frenético. En uno de los espacios, un par de personas terminan de colocar las sillas; en otro, varios trabajadores van organizando la comida y el vino; y, algo más allá, algunos miembros de la organización van explicándole a la gente que se acerca animada por el jaleo que aún toca esperar. El pueblo, al que se le amontonan las actividades en su verano cultural, se convirtió este jueves en el escenario de la penúltima cita de Patrimonio Sonoro. Y también llenó.
El uso del adverbio da pie a añadir que este ciclo, hilvanado casi a contrarreloj entre la Diputación, las rutas del vino de Zamora, Toro y Arribes y los promotores, ha sido «un exitazo» en los pueblos de la provincia. Lo dicen los organizadores, lo constatan las imágenes y lo confirman los artistas que han participado. Al fin y al cabo, el gran patrimonio del medio rural es la gente, y de eso hay mucho en agosto para implicarse, sumar e interesarse por lo que se organiza en lugares por donde demasiadas veces la cultura pasa de largo. No en esta ocasión.
En realidad, el sistema de este ciclo agostizo no ha tenido mucha complejidad. En cada una de las nueve citas fijadas en el calendario, el plan era una cata con maridaje a las nueve de la noche y un concierto con artistas de la provincia una hora después. Para lo gastronómico, la organización exigía la reserva pagada de una de las 150 plazas ofertadas por evento, mientras que las actuaciones musicales ya se abrían gratuitamente a todos los públicos. Lo del cartel de no hay billetes ha sido una constante en cada localidad.
Antes de ir a Sanzoles, el ciclo pasó por Corrales del Vino, La Hiniesta, Santa Marta de Tera, Santa María de Moreruela, Fermoselle, Formariz y Toro; este viernes, cerrará la primera edición en San Martín de Castañeda: «Prácticamente, en todos los eventos hemos vendido el 100% de las entradas para la parte de la degustación. Los pueblos están llenos de vida y nosotros con ganas de repetir porque esto ha sido todo un éxito», señala durante la preparación de este 22 de agosto la gerente de la Ruta del Vino de Toro, Judith Fernández.
Incluso, la representante de la ruta se atreve a deslizar la posibilidad de incrementar los aforos de cara a una próxima edición: «Este ha sido un formato que ha gustado y las cosas funcionan mejor cuando hay más rodaje», insiste Fernández, que pone el foco en «el patrimonio cultural y gastronómico» que ofrece la provincia. En el caso de los eventos impulsados por su asociación, lógicamente el vino de Toro emerge como gran protagonista, pero de la mano de otro puñado de recursos para el paladar.
No en vano, los vecinos de Sanzoles que llenaron la cata pudieron probar una brocheta de gambas con alioli, una tosta de puerro de la huerta toresana con pan de harina zamorana y un surtido de dulces de Sancti Spiritus. «Luego tenemos ese componente musical, con una iluminación especial y en un entorno mágico, con el monumento al zangarrón justo ahí detrás», recalca Fernández.
La visión de los artistas
Precisamente en el lugar hacia el que señala la gerente de la Ruta del Vino de Toro se puede ver a un par de personas descargando un piano. Al pie de la escena se encuentra quien se encargará de tocarlo en los siguientes minutos. Se trata de Diego Turrión, que comparte actuación con Ricardo de la Iglesia y que también ve con buenos ojos la continuidad de un ciclo que ha seguido muy de cerca: «Se está llenando todo», recalca el músico, que celebra el éxito en el ámbito rural.
De hecho, él ya había hecho alguna que otra pequeña gira por pueblos de Zamora, pero en lugares donde le conocían o a los que él llamaba para ofrecerse. Con esto, y con «el incentivo» de la comida y la bebida, todo resulta más sencillo: «Puede quedar muy, muy bien si se prepara con tiempo», afirma Turrión, que constata un hecho evidente en la provincia: «La gente está en los pueblos en verano».
Desde luego, así ocurre en Sanzoles, donde la comida, la ambientación y la música siguieron transportando a sus gentes por un final de agosto de agenda apretada y de socialización constante. Para guardarlo por si luego en el invierno es más difícil y, principalmente, para demostrar que, en los pueblos, sí se demanda la cultura. Incluso, hasta el punto de que se pueda probar con otras estaciones.