«Vayan acercándose hacia las vallas, que lo vamos a hacer aquí». Carlos Fresno es el maestro de ceremonias y le pide al público, disperso por la plaza, que acuda a la llamada de la tradición en Tábara. La zona de protección a la que alude el vecino es un espacio acotado dentro del cual se va a proceder a cumplir con uno de los rituales que el pueblo conserva desde antaño: la danza del paloteo. Delante del hombre que habla, un grupo de jóvenes aguarda.
Pero regresemos unos minutos atrás, a la parte de la explicación: «Esto es una danza que sirve como rito de paso a la edad adulta, pero también tiene componentes religiosos o de fertilidad», señala Fresno, que aclara que, en su momento, el baile estaba reservado en exclusiva a los hombres. El coordinador sonríe al observar a los danzantes que están a punto de lanzarse a la escena este 16 de agosto. La mayoría femenina esta vez es una evidencia.
El avance de los tiempos y los cambios de la vida llevaron a las mujeres a integrarse en esta danza que, en Tábara, se celebra de forma periódica en otras tres fechas del año, aparte de en las fiestas: el Lunes de Pascua, el Corpus y el tercer domingo de septiembre.
En todas estas fechas, aparece el músico con la flauta pastoril de tres agujeros y el tamboril. Junto a él, los danzantes surgen en la escena con palos de espino blanco que presentan una sonoridad particular, e interpretan una coreografía aparentemente compleja al son que marca el maestro de los instrumentos: «Cada paso tiene su historia», remarca Carlos Fresno.
La vestimenta y la liturgia de los palos
Los trajes «no son el típico tradicional», pero sí muestran colores alegres e incluyen un chaleco característico, zapatillas y medias blancas y una cinta a modo de diadema. Aún así, la vestimenta no es lo más destacado del conjunto, según Fresno, que pone el foco en los palos. «Ahora, se los mandamos hacer a un carpintero, a un tornero y tal, pero en su día cada danzante perfilaba los suyos», indica el tabarés, que recuerda aquella liturgia.
Para empezar, la madera se cortaba con la última luna de diciembre, pero no se le daba forma de inmediato. Primero, se metía en paja «uno o dos años» hasta que se le iba la humedad, y ya entonces «se perfilaba con una navaja». Carlos Fresno lo explica todo con una sonrisa antes de que un miembro de la organización se le acerque para decirle que es la hora y mandarle un mensaje de ánimo: «Sobre todo, a disfrutarlo».
De vuelta al instante en el que el maestro de ceremonias pide la presencia del público, el grueso de la plaza obedece y forma el círculo de la tradición en torno a los danzantes. Entonces, suena la música, se escuchan los palos y arranca una coreografía perfectamente coordinada entre los participantes. Los menos habituados a ver el espectáculo expresan su sorpresa con comentarios acerca de las horas de vuelo que hacen falta para plantarse en la escena sin confundir los movimientos.
De fondo, el resto de la programación festiva se mantiene. Y es que Tábara no se queda en la danza durante la tarde del viernes. En otro local, hay un recital de poesía y, justo al lado del paloteo, un certamen de tortillas y otras coreografías cuyo desarrollo evidencia que, en estos tiempos, hay que saber convivir desde la tradición con la modernidad: se trata de un concurso de bailes de TikTok. ¿Quién sabe? Quizá, el paloteo triunfaría también en esta red social.