Victoria Gullón tendría que haber nacido en Ferreras de Abajo, pero el alumbramiento cogió a su madre en Puebla, donde el padre de la criatura estaba destinado como Guardia Civil: «Me adelanté un mes y pillé por sorpresa», señala la protagonista de esta historia, que cuenta su vida como desde hace más de treinta años narra otros miles de cuentos y canta cientos de romances. «La idea era que el parto fuese en la Sierra de la Culebra, pero estoy encantada de ser sanabresa», aclara esta mujer, que habla desde Zamora capital, el lugar al que ha regresado nuevamente para dar este jueves el pregón de la Feria del Libro. Será otro paso por el sendero que recorre sin perderse: «Pongo todo mi empeño en estar en el camino y, ni por despiste, echarme al surco o a la cuneta».
Aquel nacimiento precipitado se produjo en la Zamora rural de los años 50, un entorno particular que Gullón no abandonó hasta bien entrada la adolescencia. De Puebla, a los tres años, la familia se marchó a Sayago, concretamente a Mámoles, donde la muchacha comenzó a ir a «la escuelita» sin dejar de viajar a cada rato a Ferreras de Abajo, el campamento base de la familia. «Siempre estábamos en casa de mis abuelos»; recuerda esta mujer, que ahora narra historias y canta romances, y que, sin saberlo, empezó a prepararse para ello en aquella infancia.
«Allí mamé los romances, las canciones y los juegos. Tuve la fortuna de estar en esos dos lugares como Mámoles y Ferreras, con tradiciones muy hermosas y personas que me transmitieron todo ese conocimiento», explica Gullón. En su memoria, aparecen en un lugar destacado las abuelas: María la Colorada, «pastora en la Sierra de la Culebra», y Joaquina, «que siempre decía que a quien no se menea no le da el aire». Junto a ellas, las tías, sobre todo María, y el resto de la familia larga, aunque su madre se sumaba poco a esa exaltación folclórica.
«La de mi madre fue una generación dura», admite Gullón, que solo hace un puñado de años se llevó una sorpresa al enterarse por casualidad en la cola de la pescadería, en Ferreras, de que aquella mujer que la concibió y la crió sí se animaba cuando era joven: «Me pasmó. Empezaré el pregón con un romance que me cantó en el hospital solo unos días antes de morir», destaca la contadora zamorana.
Los traslados
Los años de la infancia fueron pasando para la familia, llegaron más traslados del padre a Aspariegos, Corrales, Manganeses de la Lampreana… «De recorrer pueblos sé un montón», advierte Victoria Gullón, que a los 16 recaló finalmente en Zamora capital: «Nos vimos aquí y olvidé un poco aquellos juegos, aquellos cantos. La ciudad era otro mundo. Por ejemplo, yo nunca había visto una blblioteca. Además, ya era ir al instituto y me apunté al grupo de teatro Ramos Carrión», subraya.
La ahora narradora y cantadora de romances nunca tuvo esa sensación de «vergüenza» por el pueblo que algunos protagonistas del éxodo rural describen y que les sirvió como coraza para resistir el cambio, pero sí admite una mirada hacia otros lugares: «Sentía orgullo, pero lo aparqué», matiza Gullón, que por aquellos años 70 tenía claro que quería ser actriz. Ese era el deseo, pero la realidad se impuso: «Aquí en Zamora era muy difícil trabajar de nada y la manera de salir era hacer una oposición, así que me hice funcionaria de Correos», apunta.
Y aquí podría terminar la historia. No sería muy distinta a la de otros muchos hijos de la tierra que se criaron en los pueblos, se sumergieron en la cultura y en la tradición de la Zamora rural del inicio de la segunda mitad del siglo XX y luego se marcharon tristes, pero sin mirar atrás. En el caso de Victoria Gullón, el destino fue Barcelona, y pasaron casi veinte años de trabajo en la empresa pública y de ama de casa. Pero entonces, paradójicamente, un problema en la vista le permitió abrir los ojos.
El clic
«Me ocurrió algo muy gordo y pensé en hacer cambios para superarlo», cuenta Gullón. Por entonces, esta mujer de La Carballeda, nacida en Sanabria y criada en Mámoles y en otra colección de pueblos pequeños, ya estaba en Madrid y optó por estudiar voz, técnica vocal y canto: «Tenía 39 años y vi que necesitaba un cambio. Mi profesor me dijo que servía para cantar y me metí en un grupo de polifonía renacentista», rememora la zamorana.
Mientras se introducía en ese mundillo, Victoria Gullón empezó a frecuentar los ambientes de la cultura. «Un día, me fui a la sala La Cuarta Pared a ver a una obra de teatro, pero tuvieron que suspenderla por problemas técnicos. Lo que ocurre es que, justo en la sala contigua, había narración oral. Me acerqué y fue una maravilla», afirma esta mujer, que se encontró entonces con Magdalena Labarga, una contadora de historias canaria, que había marchado a Venezuela a formarse y que volvió con ideas frescas. Aquel fue el punto de partida para la pregonera de este jueves.
«Estuve un año con ella haciendo un curso y empezamos a contar cuentos al aire libre. De ahí pasamos a los pubs, a las bibliotecas, nos llamaban para la animación a la lectura… Todo empezó a moverse», indica Gullón, que pasó aquellos meses integrada en esa dinámica hasta que otra mujer, Ana Herreros, más joven que ella igual que Labarga, se le acercó después de escuchar un cuento zamorano en una de las sesiones: «Me dijo: lo tuyo son los romances».
Y como, «en esta vida, uno tiene que estar en el camino», ya en los años 90, Victoria Gullón regresó al pueblo. «No había vuelto», reconoce. Habían pasado más de veinte años y la niña que un día se movía por las calles y por la sierra como pez en el agua se encontró allí «desorientada». Pero no se entregó. Se desplazó a Zamora, empezó a buscar y a preguntar sobre romances de Ferreras y, un día en la Diputación, un hombre le habló de la señora Juana y de Sabino el Largo.
Gullón desandó el camino hacia el pueblo, contactó con esos vecinos que habían conocido a sus abuelas, encontró libros que reflejaban las canciones y los romances de antaño y recobró su memoria infantil. «Yo me acordaba de trozos, pero durante el tiempo en el que no estuve sí hubo gente que recogió todo eso. La tradición oral es una maravilla», sostiene ahora esta mujer, que halló también en el grupo Habas Verdes un asidero para seguir vinculada al folclore: «Iba con ellos los sábados por la mañana. No veas lo que me ayudaron ellos y la gente del pueblo», recalca.
De hecho, de aquel retorno a Ferreras, un lugar donde no se ha quedado a vivir, pero que tampoco ha abandonado nunca más, Gullón destaca las reuniones hasta las dos o las tres de la mañana, con Leovigildo, Luis y, sobre todo, las mujeres: «Son las depositarias de esa cultura por lógica. ¿Quién trabajaba en casa? ¿Quién cantaba las nanas? ¿Quién preparaba la ropa? ¿Quién hacía la cena?», enumera la narradora, que asegura que las mujeres han sido su base. Desde las abuelas hasta quienes llegaron a ella en la edad adulta.
Narradora de referencia
Tras aquel viaje a casa, Victoria Gullón se consolidó como una de las narradoras orales de referencia en España. También viajó a América, donde el aprecio a los «cuenteros» es religión, trató mucho tiempo con los adolescentes, emocionó a los mayores y siguió recorriendo el camino que inició de sopetón en Puebla. Y en medio de ese proceso, al cumplir 50, otra llama se encendió: «Decidí volver a Mámoles, cogí una habitación en la alquería y me llevé un libro porque pensé que nadie se iba a acordar de mí, pero vaya que sí. Las señoras recordaban que era como un correcaminos, porque iba toda embalada, ya tenía yo alma de pregonera», ríe Gullón, que ha regresado desde entonces muchos años a «hacer la ronda» en este rincón de Sayago que fue su hogar.
También tardó Gullón en volver a Zamora capital. «Llevaba ya diez o quince años de trayectoria y me daba apuro venir a contar cosas que yo había vivido aquí. Venían narradores de toda España y se preguntaban por qué no estaba Victoria Gullón siendo zamorana», admite la romancera. Solo la insistencia de personas como Rufi Velázquez terminó por convencer a la contadora y cantadora de Ferreras de que era el momento.
Un buen día, Victoria Gullón llegó otra vez a Zamora y encontró el aprecio de las personas de su pasado. Aquella noche se alojó en el Trefacio, el mismo hotel que frecuentaba en los años de salidas con Habas Verdes; la pasada noche, antes de dar el pregón de la Feria del Libro de la ciudad, regresó al mismo alojamiento. Su vida es un viaje circular con salida y llegada en esta provincia: «Pero lo que quiero que dejes claro es que la narración oral se sigue manteniendo a pesar de que los tiempos han cambiado, y eso es lo importante», concluye.