Rodeados de brazos y de móviles, los niños se van haciendo hueco en las andas. La procesión animada por la charanga se detiene una, dos, tres, cuatro y hasta cinco veces para que los padres y los abuelos cumplan con la tradición. Son solo unos segundos, pero los más pequeños de Villaescusa se sientan bajo el amparo de la Virgen del Olmo y se colocan así en el marco de su protección, según reza la liturgia de este día en la localidad. Algunos lo hacen por fe; otros porque es lo de toda la vida, pero cada uno con su idea lo sigue manteniendo.
La escena representa bien la entrega del pueblo en esta jornada de romería en torno a la virgen y a la ermita. Los niños subidos a las andas son la estampa clásica de una celebración que, esta vez, obligó a más de uno a llevar el pañuelo para limpiarse el sudor de la frente. En particular, a los que llevaban el peso de la Virgen del Olmo, que soportaron temperaturas cercanas a los treinta grados mientras rodeaban el templo con la imagen y el acompañamiento de los vecinos.
Antes de eso, el párroco bendijo los campos del pueblo y las gentes asistieron a la misa: desde dentro o desde fuera. Y es que la organización instaló unos altavoces a la entrada del templo para permitir la escucha a quienes no cabían en el interior del recinto, atestado de gente en un día grande para Villaescusa. Los atuendos y los cohetes resultaban reveladores.
Ya al cierre de la procesión se produjo otro de los momentos grandes de la jornada, con la subasta de las andas para introducir a la virgen en el templo. La puja empezó vacante en dos de las cuatro plazas y por 50 celemines (30 euros) en las otras dos, pero entre el sol de justicia y la devoción la cosa se fue calentando, particularmente con el brazo delantero derecho, cuyo precio se fue incrementando progresivamente: ¡150! ¡200! ¡250! Y así hasta los 500.
A medida que la subasta avanzaba, las cuatro personas que habían portado la imagen hasta la entrada del templo iban dando «pasitos adelante». Al final, el delantero izquierdo se paró en 150 y los dos de atrás se quedaron en 50 cada uno: 750 en total; 450 euros. En primera fila, unas señoras comentaban la jugada: «Casi como antiguamente».
Al final, cuando todo estaba a punto, el subastador clamó por última vez: «¿No hay quien se anime a mejorar las ofertas? A la una, a las dos… Que buen provecho le haga», zanjó el vecino, mientras algún otro lugareño advertía que «hacía mucho que no valían tanto»
La ceremonia concluyó con un cántico a la virgen y con vivas a «la reina de Villaescusa» antes de que los vecinos compartieran limonada y roscas del panadero de Fuentelapeña, como manda la tradición.