– Bueno, Maruji, pues luego te lo llevamos. Vas a estar en casa, ¿no?
Ana Ramajo despide a una de esas clientas de toda la vida con el compromiso de verla más tarde para llevarle la compra. Y no es un gesto aislado: «A todas las personas que se hacen mayores, y ya no pueden cargar con las bolsas, se la acercamos. Al final, el secreto de negocios como estos es que seamos un poco como familia. Y también la calidad, claro». La mujer que habla abrió su frutería en 1980, cuando tenía 19 años; ahora, con los 63 cumplidos, es la tendera que más tiempo acumula en el «pequeño mercado de abastos» donde se ubica su local.
La frutería de Ana es uno de los siete negocios que abren sus puertas cada mañana en las Galerías de San José Obrero. Este espacio comercial abrió en el año 1970, según confirma Santiago Fernández, un experto en la vida del barrio, y continúa vigente, a pesar de que este modelo haya ido desapareciendo en otros lugares, incluso dentro de la propia ciudad. Aquí, no se atisba el final: «La gente es muy fiel con los comercios, pero es que además hay de todo y los vecinos pueden venir caminando. A eso se une que hablamos mucho y nos llevamos bien: yo sé si el marido de una está enfermo o qué hace el hijo de la otra. También somos un poco como psicólogos», explica Ramajo.
La frutera acepta la comparación con el mercado en un lugar que básicamente se dibuja como un pasillo con negocios a ambos lados, donde los clientes pueden encontrar un quiosco, un par de carnicerías, una pescadería, el citado local de Ana, una tienda de confecciones y una cerrajería. Todo, en unos treinta segundos a pie desde la entrada por la avenida de Galicia hasta la salida por la plaza de la Encomienda o viceversa: «Tenemos horario de mañana, pero abrimos muy pronto y la gente viene», destaca la veterana de las galerías.
Más allá del negocio como tal, Ramajo insiste en la vinculación con el barrio y explica que los chavales de la zona se han pasado media vida por los pasillos. Incluso ahora van, aunque sea «para sentarse a jugar con el móvil»: «Esto ha tenido mucho movimiento siempre, la gente lo conoce y yo ahora tengo muchos clientes que antes venían con sus madres o sus abuelas. Ese cariño existe», reflexiona la frutera, que explica que echa en falta a algún joven más por el lugar, aunque lo achaca a «la falta de tiempo».
Cuando esta mujer entró al negocio, por los locales aledaños ya danzaban mujeres como Mari, Agustina o Pili Canana. A esta última, Ana Ramajo le guarda «mucho cariño» por la ayuda que le prestó a la hora de arrancar: «Nunca ha habido ningún problema de convivencia», subraya la frutera, que cita nombres bien conocidos para Mari Blanco, una clienta de las de siempre, que vive «ahí, en la plaza de Villardeciervos» y que deja claro por qué compra en las galerías: «Si aquí hay de todo, ¿por qué voy a bajar al centro?».
La clienta abandona la zona comercial por la salida de la avenida de Galicia. Al pie de esa puerta se ubica el Quiosco Caluka, gestionado desde hace un par de años por Camino Bailón: «Llevo poco aquí, pero como estoy la primera la gente me ve y se lleva aunque sea el pan», explica la responsable del negocio, que echa un poco de menos lo que toda la provincia en general añora: más niños. «Me gustaría que vinieran, como nosotros cuando íbamos con las cien pesetas que nos daban», rememora.
Precisamente, cuando Diego Fraile era un niño, ya se movía por estas galerías como si fueran su propia casa. Él es el hijo de Agustina, la mujer que da nombre a la carnicería que ahora gestiona su descendiente junto a Sonia Ponce: «La gente que viene aquí, ya sabe que puede encontrar de todo; no hace falta que vaya al supermercado», destaca el profesional, que opina que, «en esencia, esto es lo mismo» que cuando la zona comercial abrió en los 70.
También sigue todo más o menos similar en el modelo. Las Galerías de San José Obrero tienen un dueño que cobra una renta a los negocios instalados. Cómodos con eso, los responsables de la Carnicería Agustina conservan de igual modo ese tacto con la clientela que describía antes Ana Ramajo: «Hay personas que directamente llaman para hacernos encargos por teléfono y que se los llevemos. Normalmente, son señoras mayores que han venido toda la vida», aclara Sonia Ponce.
Los carniceros aprovechan la charla para recordar cómo algunos locales han ido cambiando de manos: «Ha habido una zapatería o una mercería, eso sí es distinto», recalcan. En el puesto de al lado no ha habido mudanza de negocio, pero sí de responsable: «Yo llevo aquí dos meses, no más», concede Jesús González, el nuevo rostro que se encuentra la clientela cuando va a comprar a Morcillas Ramiro: «Mi hermana me dijo: mira a ver, que esto funciona. Y me calenté, me tiré a la piscina y vine para acá», resume el tendero.
La hermana de Jesús es Mari, una mujer en boca de casi todos por este lugar. Para ella, fueron unos 50 años al pie del cañón en las galerías: «Yo veía que funcionaban porque soy vecino del barrio de toda la vida. Tengo 57 y lo recuerdo desde crío», indica el carnicero, al que le alcanza la memoria para regresar a esos «primeros cigarros» con los amigos, medio escondidos por esta zona comercial. Ahora, desde el otro lado, reconoce estar contento: «Si vienes un viernes o un sábado, esto se peta».
Desde luego, la clientela le llega sin generar agobios, pero le permite pocas paradas.
– ¿Tienes eso ahí?
– No, pero te lo preparo ahora mismo
Un poco más abajo, Isabel Martín tampoco tiene demasiado tiempo para frenar. La responsable de Nair Pescadería despacha clienta tras clienta hasta que encuentra un hueco para incidir en «el contacto con la gente». «Esto no es como las grandes superficies», advierte la tendera, que lleva seis años al frente de este proyecto y que, como muchos de sus compañeros en las galerías, también es del barrio: «De la calle Cañaveral».
«Nosotros les damos esa confianza que en otros sitios no está; la clave es el trato con el cliente», opina Isabel Martín, que desde su punto de vista tiene claro por qué elige esta zona comercial y no un local fuera: «Los alquileres no son muy caros y los negocios funcionan», sintetiza la pescadera.
Cerca de Nair se ubican los dos negocios que se salen de la norma de la alimentación. En uno de esos locales se encuentran desde hace varias décadas Milagros Pérez y María Martínez, las mujeres que gestionan el proyecto de Confecciones Lidesan: «Nosotras trabajamos más bien para otras cosas, pero aquí le hacemos algún arreglillo a la gente mayor», relatan estas expertas del textil, que celebran que «la gente joven parece que también viene por las galerías» y que se sienten «más seguras y más recogidas» en este espacio.
En su caso, las dos reconocen que el relevo parece complicado: «No se gana una millonada y la gente ya no quiere hacer esto», desliza Pérez. «Las vecinas nos dicen que no nos podemos ir, que no podemos cerrar, que a ver dónde llevan las cosas a arreglar», narra divertida esta mujer, mientras su compañera pone el acento en la unidad del barrio, que antes también sostuvo en las galerías «una tienda de fotografía y otra de deportes».
En el último de los locales que aparece en estas Galerías de San José Obrero solo cabe Jacinto Álvarez: «Cogí esta nave de mil metros», señala con una sonrisa el cerrajero del barrio, que optó por un despachito minúsculo, pero que le venía «bandera». «Pago poca renta y estoy contento. Ando mucho por ahí atendiendo a los clientes y paro poco», justifica el profesional, asentado en esta zona comercial desde 2009, aunque vinculado a ella desde hace mucho más tiempo. Como casi todos.
«Me he criado en el barrio y he hecho por aquí toda la vida. En las galerías, entrábamos a jugar cuando llovía y el resto del tiempo pasábamos el rato en el parque», recuerda Jacinto, que un día fue el niño que correteaba por los pasillos y por el exterior de estos comercios y que ahora gestiona uno. Es el ciclo natural de las cosas. «¿Que por qué aguantan estas galerías? Mira, las tenemos bien cuidadas. Vas, entras, sales. Es agradable», concluye el cerrajero, antes de marcharse a atender la llamada de un cliente.
CONTENIDO PATROCINADO POR LA CONCEJALÍA DE PROMOCIÓN ECONÓMICA DEL AYUNTAMIENTO DE ZAMORA