Cuando alguien entra por primera vez a La Surtidora, apenas sabe dónde mirar. La tenue luz natural que ilumina la estancia en la incipiente tarde de un día nublado de febrero permite ver, a la derecha, armarios con portaretratos, calendarios y estampas de la Virgen; a la izquierda, la prensa del día y una muñeca gigantesca; más allá, vajillas, material escolar o nuevas figuras religiosas; y, de frente, pilas, tazas, productos para el baño, una pequeña mochila con el escudo del Real Madrid y un elemento que llama especialmente la atención: «Es la máquina que tenía mi padre en la oficina de telégrafos».
La persona que realiza este apunte asoma levemente la cabeza por encima de una mesa camilla que casi cubre su cuerpo por completo. La mujer en cuestión habla con una voz suave, aunque nítida, y responde al nombre de Paula, de apellido Fernández. La Surtidora es la tienda que regenta su familia desde hace más de 100 años y ella subraya que vino al mundo en 1934, así que alcanzará los 90 antes de que se agote el calendario. A estas alturas, mantiene el comercio abierto por su cuenta, aunque admite que el tiempo de la tienda se va agotando.
Este lugar tan particular, con pequeños rincones de historia entre sus paredes, se ubica en plena Plaza Mayor de Fuentesaúco, el lugar donde Emiliano, el padre de Paula, el tipo del telégrafo, decidió abrir el negocio. «El tenía el surtidor del pueblo, antes de que estuviera la estación de servicio, así que por eso le puso el nombre a la tienda», aclara Paula, que tuvo que dar un giro a su vida cuando Emiliano murió: «Yo era profesora, pero estoy aquí desde entonces», explica.
Y de aquello, según los cálculos a vuelapluma de Paula, han pasado unos 60 años: «Ya muchos más no serán», admite la saucana, que en todo caso pretende continuar con el negocio hasta que pueda: «Seguiré mientras la cabeza la tenga bien. A mí lo que me fallan son las piernas», indica esta tendera, que tiene un horario flexible, pero muy amplio: «Abro cuando me levanto y cierro cuando me acuesto. Tengo aquí mismo la vivienda», asevera, con el dedo índice apuntando hacia arriba.
«Se vendía de todo»
Paula recuerda que, en esta tienda, se vendía «de todo», pero ahora su mercado se ha reducido a «las cosas del colegio más que nada» y a la prensa diaria: «Siguen viniendo clientes de toda la vida, aunque antes también teníamos cosas para regalos, aparatos de luz y de radio, menaje de cocina, botones…», enumera la responsable del negocio, que tiene presente la época en la que contaban incluso con recambios para coches.
Aquellos tiempos pasaron, Fuentesaúco mermó a la mitad en cuanto al número de habitantes y La Surtidora fue evolucionando en paralelo a esa realidad. El siglo XX quedó atrás y Paula Fernández superó la edad de jubilación, pero siguió adelante a pesar de todo. Es más, esta mujer cercana a los 90 ni siquiera le da demasiada importancia al impacto de la pandemia, ya en los tiempos modernos. De hecho, asegura, continuó en el mismo lugar, inamovible.
¿Y ahora? «No tengo familia. Mi hermano murió y no tuvo hijos, y yo he sido soltera toda la vida, así que descendencia ninguna», relata Paula, a la que se le dibuja media sonrisa al hablar de futuro. De momento, se centra en el instante, en seguir la novela que tiene de fondo en un pequeño televisor antiguo y en conseguir que esas piernas que le van dando algún disgusto respondan como espera: «Tengo una señora que viene a ayudarme con las comidas», matiza.
Antes de la despedida, Paula admite que conserva algunas piezas bastante antiguas, varias herencia de su hermano, que «no suele vender». Tampoco el telégrafo, claro: «Con él mandaba mi padre los mensajes: raya, punto, punto, raya».