Al borde del llanto, completamente fuera de la grada del fondo, a caballito del compañero, con afonías que les durarán toda la semana y a punto de meter en la mochila un recuerdo que guardarán una vida entera. Así vivieron los niños, los portadores de la ilusión, la épica consecución de la Copa LEB Plata por parte del Club Baloncesto Zamora ante el Odilo Cartagena después de dos prórrogas. Casi sobre el cogote de Fernando Romay, que estaba comentando el partido para el canal de la FEB inmediatamente detrás de la canasta, los muchachos de blanquiazul rugieron con la bocina final mientras Powell chocaba las manos con la tribuna.
Muchos de estos niños de la escuela no son unos fijos de los partidos de los sábados. Pero quizá se conviertan en parte de esa parroquia fiel a partir de ahora. Por ahí pasa el margen de crecimiento de un club que va camino de pegar el salto social que dieron en su día las entidades de fútbol sala y de balonmano. Este sábado, después de más de dos horas y media desde el salto inicial, una grada completamente llena acabó temblando por los botes de la gente al grito de “campeones”.
El partido de los niños
Antes de todo esto, todavía bien sentados en las posiciones que luego abandonarían fuera de sí, los chavales de la cantera del club fueron vibrando al son del partido. Primero, con los dedos cruzados, implicados en los gritos de aliento a los jugadores, festejando cada canasta como la única o dibujando el tres con la mano ante los sucesivos triples. Más tarde, a medida que el partido fue entrando en un terreno de equilibrio, a los más pequeños les llegó la fase de dispersión.
Tal momento de ausencia no alcanzó a los muchachos del junior. En el descanso, su entrenador, David de la Fuente, explicaba que esos chicos saben de dónde viene el club, aún recuerdan vagamente la travesía por Liga EBA. Además, ven baloncesto habitualmente, saben darle valor al nivel que ha alcanzado su club y todavía disfrutan de la ilusión adolescente de imaginarse algún día compitiendo entre los gigantes que iban cruzando bofetadas sin apenas distanciarse hasta que llegó el impás.
Con una canasta de Buckingham, los hombres de Saulo Hernández pusieron por primera vez tierra de por medio. Entonces vino el apagón. Y con él, un pantallazo negro en el marcador, un fundido de luces en el fondo y un ajetreo diferente en la grada, con los niños inquietos por la inactividad. Fue en ese momento cuando los primeros muchachos se fijaron en la imponente presencia de un tipo que estaba sentado de espaldas a solo unos metros de ellos.
El momento Romay
Tras la avería, y después de alcanzar el descanso con los blanquiazules once puntos arriba, una auténtica estampida de niños se dirigió a pedirle fotos y autógrafos a Romay, un tipo un metro más alto que ellos, al que probablemente ni sus padres vieran jugar, pero que se pasó 15 minutos firmando bufandas, aguantando retratos interminables y hasta dejando su rúbrica en el papel de una piruleta. Incluso el alcalde, Francisco Guarido, bajó para agradecerle su actitud ante los fanáticos infantiles.
De vuelta al partido, el tercer cuarto discurrió sin grandes sobresaltos para el fondo. Con el equipo manejando distancias en torno a los 10 puntos, tan solo los tapones y los mates rompieron el monótono griterío general. Fue ya casi al cierre, con un mate de Pauksté que pareció sentenciar el resultado, cuando la euforia recorrió cada esquina de la grada hasta que esa emoción fue sustituida por el pánico. Y ese ya no se fue en un rato.
La reacción visitante impactó en unos chicos que abandonaron cualquier otro entretenimiento, dejaron atrás las bancadas y se situaron sobre la parte de la tarima que queda fuera de los límites de la pista para meterse completamente en el partido, chillar hasta el final de sus fuerzas en los ataques visitantes y empujar en los propios hasta que las canastas entraran. Costó y, mientras tanto, muchos aprendieron con ejemplos prácticos qué es eso de “hacer la corbata”.
Al límite del llanto
La tensión llevó a algunos al límite de las lágrimas, pero las acciones finales ahuyentaron definitivamente el miedo. Ciertos grupos, muy crecidos, llegaron a entonar el “campeones, campeones” antes del final, algo un tanto presuntuoso a la vista de los acontecimientos, pero el CB Zamora amarró el triunfo con los tiros libres finales y estalló de júbilo junto a la pequeña caldera en la que se convierte el Ángel Nieto en las noches grandes. No pasa mucho, pero cuando la gente de la ciudad se conecta, hay pocos escenarios comparables a este nivel.
Ya solo quedaba la entrega de la Copa, y aunque la ceremonia fue rápida, los niños acabaron exasperados por tanto aplauso y tanta gente a la que saludar. Una vez alzada, y ya exhaustos, todos recibieron el regalo propio de tocar el trofeo personal de los jugadores y de ver de cerca a los protagonistas de una historia que contarán para decir: yo era muy pequeño, pero estuve allí. Yo vi esa final de la Copa LEB Plata; el principio de un capítulo que promete ser de cuento para un club antiguo con nuevos horizontes.