En el tiempo de espera, todo se hace largo. Especialmente si tienes cinco años y poco entrenada la paciencia. Quienes la ejercitan bien son tus padres, que a base de medias verdades te van engatusando hasta que las señales aparecen al fondo. Esta vez sí. Es cierto que esa primera iluminación se corresponde con las luces azules de la Policía que encabeza el desfile, pero ya te alcanza para saludar, para sonreír y para trepar a hombros.
Por suerte, aún eres lo suficientemente pequeño para que te carguen y puedes seguirlo todo de cerca. Estás listo para sentir la presencia de los Reyes Magos y confías en que te van a mirar, van a guiñarte un ojo y te van a confirmar que tus regalos y tus sueños cumplidos estarán por la mañana junto a los zapatos y el vaso de leche que dejarás de forma protocolaria donde corresponde.
Como te vas turnando a hombros de tu padre, de tu madre y de tu abuelo, que aún es joven para auparte, puedes ver frente a frente a personas que parecen gigantes, quedarte estupefacto mientras los malabaristas hacen trucos con bolas y con objetos de colores, y agarrar los cuentos infantiles y los cuadernos que te servirán para colorear en el último fin de semana antes de volver al cole.
Eso, a pesar de que todavía te faltan reflejos para preocuparte de todo ello mientras te quedas con el mayor porcentaje posible de los 2.500 kilos de caramelos que se reparten en la cabalgata de Zamora. Eso es lo que están viendo tus ojos. Por eso hay señoras y señores que hacen piruetas y enseguida aparece una carroza que te recuerda al belén que pusiste en casa con tus padres. Atrás va la estrella, la que ilumina a quienes vienen de Oriente.
Estupefacto ante el desfile
El espectáculo te mantiene con la boca abierta, pero siempre hay tiempo para bajarle el gorro y taparle los ojos al familiar que te tiene en brazos en ese momento. Entretanto, ha pasado un ratito y acaban de sonar unos altavoces enormes que parecen anunciar algo. Su emisión se confunde con una versión un poco acelerada de un villancico sobre unos peces que has escuchado mucho estos días. No parece el mismo.
Y ahora que ya parece que los Reyes no van a llegar nunca, un brillo verde anuncia a Melchor, que aparece con su séquito al completo, y cuando aún no has reaccionado de la impresión… ¡pam!, el azul de Gaspar y toda su compañía. Un poco recuperado, escuchas muchos gritos a tu alrededor. Viene el favorito de casi todos y uno de sus pajes pide que chilléis más alto. Es Baltasar, que llega el último, pero llega.
Entre dientes, sin que nadie te oiga, le pides que te deje en casa (o en casa de los abuelos) todo lo que deseas. Luego, cuando se baja de la carroza, le escuchas decir que casi todos los encargos son «motos y patines» y piensas: mejor, así no se le ha agotado mi camiseta del CB Zamora. Porque tú tienes cinco años, pero también mucha personalidad y el sueño de meter canastas como Buckingham.