Sucedió el 11 de noviembre de 1947. En una habitación del número 19 de lo que ahora es la calle del Riego, dos hombres sanabreses, padre e hijo, dieron el primer paso de su andadura como empresarios textiles. Lejos quedaban las aventuras en América y en la comarca natal. Era la hora del emprendimiento en la búsqueda del sendero hacia la prosperidad, un anhelo tan complicado en aquellos tiempos. Al cierre de la primera jornada de labor en aquel negocio, faltaban nueve días para la boda de Felipe de Edimburgo y de la entonces futura Isabel II en Londres. Pronto, ella inició un reinado que llegó a parecer eterno, pero que finalmente se acabó; el legado de aquellos valientes de la Zamora de los 40 sigue vivo hoy en la misma calle.
El negocio avanzó desde el arranque sin que sus impulsores gozaran de las prebendas de la realeza, pero con el empuje de una familia que había regresado de Cuba dispuesta a sortear la miseria: «Cuando mi padre tenía siete años estuvo a punto de matarse y mi abuela dijo que, si se le moría un hijo allí, ya no volvía a España, así que al final decidieron regresar. Montaron tiendas de coloniales y algún bar en Palacios y en El Puente pero, como las conservación de los alimentos era muy complicada en aquellos tiempos, decidieron pasarse al textil», recuerda ahora Mamés González, hijo y nieto de los protagonistas iniciales de la historia y uno de los herederos de su modo de vida.
Empujados por ese giro sectorial, los fundadores iniciales del negocio, llamados Julián y Mamés, decidieron asentarse en Zamora capital y abandonar la vida entre venta y venta en el carro: «Mi padre aprendió allí el amor al comercio», subraya González. Atrás quedaba la comarca nuevamente, un lugar que «todavía en los 60 era como había retratado Buñuel a Las Hurdes unas décadas atrás».
Asentados ya en Zamora, y con el nombre del patrón del pueblo en el cartel, pronto el grueso del negocio quedó en manos de Mamés, el padre de los dueños actuales. Enseguida se incorporaron a la sociedad dos de sus hermanas, que decidieron continuar por su cuenta a partir de los 70. Para entonces, ya estaban empezando a implicarse en el negocio los siete descendientes, ahora seis tras el fallecimiento de una de las hermanas, que se iban a encargar de continuar con el proyecto desde finales de los 80.
Pero antes quedaba mucho camino por hacer y mucha gente a la que ayudar: «Mi padre, aunque era un hombre autodidacta, tenía una gran memoria y se implicó a la hora de enseñar a la gente que emprendía. Había que hacer las liquidaciones, llevar una contabilidad y él les ayudaba aquí, sobre todo a la gente que venía de Sanabria. Algunos, incluso se iban fuera, a sitios como Toledo, Santander o Asturias», rememora hoy Mamés González hijo.
Ayuda a los vecinos y al boticario
Esa relación de ayuda profesional se tornaba muchas veces en personal: «La gente se quedaba en casa a comer o a dormir y no pasaba nada», explica González, que tiene presente una anécdota que muestra bien la conexión que siempre mantuvo su padre con Palacios de Sanabria: «El boticario le escribía cartas muchos días porque les faltaban medicinas y él las compraba y se las mandaba en el Auto Res», narra el responsable del negocio en el presente.
Su padre también estuvo inmerso en la creación de Azeco y siguió ayudando a la gente hasta su muerte en el año 89. Aquella labor le valió la concesión de una calle en Palacios de Sanabria, un reconocimiento que sus descendientes llevan con orgullo, de la misma manera que ejercen con responsabilidad la tarea de mantener intactos los valores de la empresa que heredaron. Hasta hace poco, tuvieron la sabiduría de su madre Quica al lado para mantener el rumbo intacto. Ahora, bien enseñados, continúan solos al frente.
«Casi todos tenemos estudios superiores, pero decidimos incorporarnos», indica González, que cita «la complicidad entre los hermanos» como la clave para seguir abiertos más de 70 años después y que añade una decisión más estratégica: «Siempre optamos por comprar los locales y eso nos ha permitido capear las distintas crisis», apostilla el responsable de Almacenes San Mamés-La Sirena, como se llama ahora la empresa.
Los hermanos desarrollan a diario «el trabajo de una o dos personas» y «sin grandes coches ni grandes pisos» mantienen abiertas aún dos tiendas en Zamora: una en la calle del Riego de toda la vida y otra en Víctor Gallego. «En la ciudad, llegamos a tener cuatro y luego vendíamos a los comercios de los pueblos, que acabaron por cerrar. También montamos franquicias, pero no les prestamos la atención suficiente», admite González.
En cuanto a los productos, el mercado que maneja la empresa «es el tradicional», con «todo tipo de ropa para vestir o estar en casa». «Hay familias de los pueblos con las que tenemos relación desde que venían a comprar los bisabuelos. Sus descendientes aún siguen pasando por aquí», recalca Mamés González, a modo de ejemplo de la vinculación que tienen con parte de su clientela. De hecho, hay algunas personas que ya viven fuera y que aprovechan las visitas a la tierra para pasarse por la tienda.
«Saben que tenemos casi de todo y que siempre vamos más baratos que la competencia de internet», sostiene Mamés González, que a los 67 años va viendo cerca el retiro. «Por la edad de mis hermanos, esto tiene que seguir como mínimo 10 o 12 años más; y siempre andamos buscando por ahí algún sobrino para que continúe», zanja entre risas González.
Con la siguiente generación a la espera, ya ha quedado claro que la idea que empezaron a desarrollar un padre y un hijo de Palacios de Sanabria en una habitación de la ciudad ha acabado por dejar una huella imborrable en la historia del comercio zamorano y en la memoria de las personas que, en los días de dudas y zozobra, recibieron la mano amiga del señor Mamés para seguir adelante.