La facilidad para vivir en un pueblo depende muchas veces de la calidad de los servicios públicos. La atención sanitaria, las escuelas, unas prestaciones sociales adecuadas o contar con unas buenas conexiones por carretera entran dentro del capítulo de claves para resistir en el medio rural. Pero, además, existen unos recursos que llegan desde el ámbito privado y que pueden resultar decisivos: la existencia de bar, de tienda o la visita habitual de ambulantes para abastecer a unos vecinos cada vez más mayores y con más problemas para desplazarse no han de ser tomadas como un asunto menor.
Si se mira desde esta perspectiva, el negocio de Soledad Crespo es uno de esos que contribuye a fijar población. Si no fuera por ella y por los kilómetros que realiza diariamente para vender en las zonas de Tera, Valverde o Vidriales, en muchos de esos pueblos sería bastante más difícil comprar pescado. “En las ciudades, las grandes superficies te comen”, explica, desde el mercadillo de Tábara esta mujer de Benavente, que ya hace casi 20 años que optó por dejar de lado el local físico y decidió ganarse la vida en movimiento.
De este modo, la Pescadería Luna, como se llama su empresa, tiene a cada rato una sede, siempre en la plaza de un pueblo: “Hacemos el negocio a base de ir a muchos pueblos”, explica esta ambulante. De hecho, su radio cada vez se amplía más, en una lógica directamente proporcional al descenso de habitantes en cada lugar. Para llegar al mismo número de clientes, hay que ir más lejos.
“Cada vez hay menos gente y nos toca hacer más gasto de gasoil; todo se nota”
“Muchas veces, el invierno es para mantenernos”, subraya Soledad Crespo, que aprovecha “el mes de verano del 15 de julio al 15 de agosto” para darle un poco más de alegría a las cuentas. El problema ahora es que los meses de frío se hacen largos: “Cada vez hay menos gente y nos toca hacer más gasto de gasoil; todo se nota”, admite esta profesional, que ve con “pena” como las localidades que recorre cada día “van a menos”.
A pesar de ello, su idea es continuar como está: “Tienes que estar así, buscando a la gente”, narra esta pescadera que sí ve recompensado su trabajo en forma de reconocimiento por parte de la clientela: “Hablamos de gente mayor y muchas veces no tienen autobuses ni tienen nada, así que sí te agradecen que vayas”, destaca.
Peor fue el tiempo duro de la pandemia, cuando ese recibimiento positivo se volvió temor a lo que la gente de fuera pudiera llevar al pueblo: “No salían por miedo, fue horroroso, pero aquí seguimos”, apunta risueña Soledad Crespo, que se gira hacia los clientes que llegan a su furgoneta: “Así nos ganamos la vida”.