“Un museo es una institución sin ánimo de lucro, permanente y al servicio de la sociedad, que investiga, colecciona, conserva, interpreta y exhibe el patrimonio material e inmaterial. Abiertos al público, accesibles e inclusivos, los museos fomentan la diversidad y la sostenibilidad. Con la participación de las comunidades, los museos operan y comunican ética y profesionalmente, ofreciendo experiencias variadas para la educación, el disfrute, la reflexión y el intercambio de conocimientos”.
Ciñéndonos a la definición de museo propuesta en el verano de 2022 por el ICOM (siglas del Consejo Internacional de Museos, que agrupa a instituciones y profesionales de museos de todo el mundo) en Zamora no hay ningún museo.
Pero es que, si nos ponemos estrictos, apenas habría museos alrededor del mundo que cumplan todas las precisiones necesarias para cumplir con una definición tan amplia y ambiciosa (a lo que añado, necesaria y justa).
Menos extensa (y más anticuada) es la que ofrece el Reglamento de Museos de Titularidad Estatal y del Sistema Español de Museos y la Ley de Patrimonio del 85 y que define los museos como “instituciones de carácter permanente que adquieren, conservan, investigan, comunican y exhiben, para fines de estudio, educación y contemplación, conjuntos y colecciones de valor histórico, artístico, científico y técnico o de cualquier otra naturaleza cultural”.
Es aquí donde el plantel de museos zamoranos entra en juego aportando, al menos, dos instituciones museísticas canónicas. Tanto el Museo de Zamora como el Museo Etnográfico de Castilla y León cuentan, de una manera o de otra y con más o menos recursos, con las herramientas necesarias para cumplir con el mandato legislativo. Otras instituciones que llevan dentro de su nombre la palabra “museo” podrían considerarse algo más cercano al término de “colección museográfica”, pero están alejadas de lo que realmente se espera de “un museo como tal”.
Y aquí radica uno de los problemas: ¿qué se entiende y qué se espera de “un museo como tal”? Uno de los grandes problemas (dentro de los muchos) que arrastra el museo del siglo XXI es la sombra del museo del XIX: una sucesión de salas con objetos expuestos donde textos explican e indican al visitante lo que debe saber y lo que debe pensar sobre un tema concreto. Y de ello no se escapa nadie.
Una cultura conductivista y en nada interpelativa que coloca al visitante en el papel de mero espectador y cuyo único resquicio de libertad que tiene es el del disfrute estético (y a veces ni eso).
Mucho se ha discutido y se seguirá discutiendo sobre la ubicación idónea para el futuro (hoy no puede llamarse así) Museo Baltasar Lobo: dos ratas peleando por un churro (perdón por la referencia, pero soy hijo de mi generación).
Si queremos traer a Zamora al siglo XXI y no anquilosarnos en modelos del XIX el debate debe llevarnos por otro camino: qué museo queremos. Y esta pregunta engloba infinidad de preguntas más: qué, a quién, para qué, cómo… lo queremos contar. Una figura poliédrica y llena de aristas (artísticas, sociales, políticas) como es la de Baltasar Lobo no puede perderse en los muros de un edificio, debe expandirse y ser uno más en la sociedad poliédrica y llena de aristas en la que se va a asentar.
La creación de un nuevo museo trae consigo la buena noticia de poder desprenderse de todos aquellos vicios y haceres pasados y dar un paso al frente. Si es cierto que instituciones nacidas en el siglo pasado tienen un recorrido que las reafirma como ejemplares, también lo es que ese mismo recorrido las vicia de malos hábitos. Un nuevo museo puede, y debe, conseguir desprenderse de todo ese polvo y situar a un artista y todo su universo vital como un lugar de encuentro para las comunidades, reflexionando como sociedad y fomentando “la educación, el disfrute, la reflexión y el intercambio de conocimientos”.