El primer recuerdo que tengo de ver un monumento en ruinas es cuando iba de pequeña en coche al pueblo de mi padre, San Martín de Valderaduey. Cuando pasábamos Cañizo ahí estaba ella, solitaria, lo que quedaba de la torre del despoblado de Toldanos. Poco a poco se fue convirtiendo en el símbolo que identificaba mi llegada al pueblo.
También se convirtió en identidad el pueblo de Otero de Sariegos cuando llegábamos a Villafáfila desde Villarrín. Este caso es mucho más impactante, ya que he visto muy de cerca cómo se despoblaba y sus casas se iban derrumbando. Cuántas veces fuimos de pequeñas en bici, dábamos la vuelta a la iglesia, el vecino que quedaba en el pueblo nos daba agua y nos volvíamos a Villafáfila antes de que se hiciera de noche.
Tal vez estudiar arquitectura, dedicarme a ello y viajar con cualquier excusa han aumentado el interés por estas ruinas. Al menos ya sé darle un nombre: es nuestro patrimonio, es nuestra historia y es nuestro vínculo con el pasado.
En el verano del 2022 pude visitar la iglesia de Otero de Sariegos por dentro. Saqué un montón de fotos de las humedades que ascendían por la parte baja de los muros, de los desprendimientos que se estaban produciendo en las bóvedas por las filtraciones de la cubierta y del estado general en el que se encontraba. Lo primero que hice al volver al pueblo fue enseñárselo a mi abuela y a sus amigas mientras estaban al fresco (increíble patrimonio inmaterial que también se está perdiendo). Una de ellas, de 96 años, había sido bautizada allí. Ver cómo su historia se perdía me emocionó y decidí empezar a dar (más) voz a este patrimonio en peligro.
Es lógico que al igual que sucede en ese lugar o en cualquier pueblo de nuestra provincia, si las personas abandonan el territorio, nuestros monumentos queden desamparados. Pero no solo me refiero a castillos, iglesias o arquitectura tradicional (que me viene de formación), sino a todo nuestro patrimonio inmaterial. El patrimonio es lo que nos vincula con nuestro pasado y debemos tenerlo muy presente en nuestro día a día para transmitir esos valores a las personas que vengan detrás.
Fuimos ricos porque nuestro territorio lo fue. Tal vez no nuestros antepasados, pero sí el sistema en el que vivían, que hizo que se construyeran verdaderas joyas de la arquitectura en pueblos muy pequeños. Aunque también ellos, nuestros abuelos, que construyeron su futuro como buenamente podían y nos han legado técnicas constructivas muy sostenibles (como el adobe, el tapial, la construcción en piedra seca o la reutilización de materiales) que tenemos que rescatar en el presente.
Somos ricos porque tenemos una herencia increíble, pero solo seremos ricos en un futuro si lo cuidamos y hacemos todo lo posible por evitar que se pierda. No me refiero a que todas las iglesias vuelvan a ser lugares de culto o los castillos lugares defensivos. Nada de eso tiene sentido ya. Hay que buscar nuevos usos (que los hay y con excelentes ejemplos) como la iglesia de San Lorenzo en Fuenteodra (Burgos), que tras su recuperación mediante el micromecenazgo de Hispania Nostra ahora es centro de exposiciones y recepción del Geoparque de las Loras. También tenemos San Pedro Cultural, en Becerril de Campos (Palencia), una iglesia abandonada ahora dedicada a la astronomía.
Estoy segura de que dando voz a este patrimonio y a esta Zamora que agoniza, podremos salvaguardar nuestra seña de identidad.