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El grito identitario de Vigo de Sanabria, en el primer invierno tras el fuego

El pueblo saca a las calles su Visparra y viaja de la ermita a la iglesia, y de allí a las escuelas, en un recorrido que transcurre entre lo emocional y lo festivo

por Manuel Herrera 27/12/2025
Manuel Herrera 27/12/2025
Un niño se asoma a la ventana para dar el aguinaldo. Foto Paloma V. Escarpa.
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Han pasado más de cuatro meses desde el fuego. Ahora, cuando uno mira a la montaña, brilla más el blanco de la nieve que el rastro negro que dejaron las llamas, pero lo que aún resiste en la memoria tardará en borrarse. Este que se va ha sido un año difícil para el pueblo de Vigo de Sanabria, que con más razón identitaria que nunca saca a las calles su Visparra. Lo hace como cada 26 de diciembre en estos nuevos tiempos: por la tarde, hasta que se agotan las horas de luz y para seguir el sendero metafórico y real que dejaron los mayores.

Por ordenar el asunto, allá va un repaso breve de los personajes de esta mascarada de origen pagano: la fiesta gira en torno a la filandorra, un elemento principal con doble cara, disfrazado a la vez de hombre y de mujer. Junto a ella, aparecen los ciegos, que representan al pueblo sufridor contra las directrices de un cura protegido por los soldados. Por detrás llegan los visparros, que ejercen como agitadores y comparsas, mientras que las talanqueiras, con sus cuernos, redondean el espectáculo en la calle y embisten sin dañar.

Un instante de la Visparra de Vigo de Sanabria. Foto Paloma V. Escarpa.

Todos esos personajes se reúnen a las cinco en punto en los aledaños de la ermita de Nuestra Señora de Gracias. Los vecinos se visten en los corrales o en las casas, se maquillan o se cubren el rostro en función de cada rol y empiezan a menearse al son de la gaita y de los chucallos, que son los cencerros habituales en casi cualquier tradición de esta índole. En esa pequeña plaza, los curiosos se hacen selfis y los participantes cantan antes de marchar. En las estrofas, revelan sus intenciones: «Desde la ermita a la Paneira, celebraremos los casamientos y seguiremos por barrio bajo para la quema de nuestro ciego».

Esas serán dos de las paradas clave de un recorrido largo, de más de hora y media, por las calles del pueblo. La comitiva avanza por la zona conocida como Carrera Grixa en dirección a la iglesia de San Miguel. En ese tránsito, los personajes se dividen entre los que caminan impertérritos y los que danzan, hacen alguna maldad o echan harina a los pies de los espectadores que acompañan a la comitiva. Tal es el caso del ciego. Mientras, resulta curioso observar a los niños, que se manejan entre la inquietud, los sustos y la admiración por esos disfraces que van asimilando como propios.

Y, en esas, la Visparra alcanza la iglesia de Vigo de Sanabria. Las gentes se arriman al templo, pero nadie entra. Tampoco los personajes. Los casamientos se dicen desde lo alto del campanario, y los recita en verso el cura del festejo, encarnado esta vez por Francisco Gallego. El sanabrés habla de presente y de pasado, de tradiciones «de antes de maricastaña». Luego, agarra la lista y lanza un buen número de emparejamientos: «Casaremos, casaremos, dejaremos de casar (…) «a Raúl el de Belén, que es buena gente, con una que se busque en Benavente» (…) «a Cristian el cocinero, con una que tenga dinero» (…) A Aida del barrio El Soprao, con un chico espabilao (…) o a Vanesa Vázquez, que vive en la entrada, con uno de dulce mirada».

Los casamientos, desde la iglesia. Foto Paloma V. Escarpa.

El personaje del cura suelta otro puñado de enlaces más antes de bajar y seguir con la jarana. Es el momento de pedir el aguinaldo, pero antes toca una parada con carga sentimental. El pueblo de Vigo sufrió una pérdida dolorosa el día de Navidad. Lo recuerda Javier Gallego, uno de los encargados de organizar la mascarada, que reclama silencio primero y aplauso después. Por la memoria de Anastasia y por el abrazo simbólico a una de las familias que más se vuelca con las tradiciones de la localidad. Respeto, memoria y afecto.

Tras ese instante de emoción, la Visparra sigue su camino rumbo al puente donde los personajes se hacen la foto de familia. Lo hacen con dos talanqueiras metidas en el agua. Hace un rato que la temperatura es bajo cero, pero lo que toca es lo que toca. Un muchacho llamado Martín es uno de los que se moja. Enseguida, va camino de casa, dejando un reguero humedo de pisadas, para cambiarse y evitar la pulmonía.

El aguinaldo y la quema

Entretanto, lo del aguinaldo. Y los vecinos que dan lo que tienen se llevan la canción: «Esta casa sí que es casa y estas sí que son paredes. Y los amos que están dentro tienen buenos procederes». Luego, lo que llegue de ofrenda va para el zurrón. Y llega el rugido: «¡Xixa pal garabito!». Todo eso lo escuchan vecinos como Remedios, que ya bien pasados los 90 sigue participando en la fiesta. También se detiene el grupo ante la puerta de Pepe Chimeno, el más veterano de Vigo. Allí entonan la misma serenata los personajes, con la vista en la ventana.

La última parada llega a la puerta de las escuelas. Para entonces, ya ha oscurecido y es el momento de quemar al ciego. Los visparros bailan, las talanqueiras giran y el muñeco empieza a arder. En este anochecer invernal, la gente de Vigo de Sanabria escucha el crepitar, mira el fuego de frente y desea que, de la desgracia que les rondó, solo queden el recuerdo y la ceniza.

Manuel Herrera

Periodista y politólogo. Máster en Comunicación y Visualización de Datos.

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