Queda un ratito para las dos de la tarde del 26 de diciembre y el sol pega lo suficiente para calmar el frío en Ferreras de Arriba. En el centro del pueblo, en el epicentro de la fiesta de la Filandorra, se escucha un rumor de cencerros. El jaleo parece lejano, pero el ruido crece hasta que la escena aparece ante los ojos. Una nube de muchachos esprinta a todo lo que le dan las piernas para escabullirse de los personajes que les acechan. La imagen es verdaderamente llamativa. Por el número de implicados y por las edades. Buena cosa.
Las carreras y los golpes se suceden durante el día en Ferreras, donde la mascarada vive un momento dulce. La gente nueva mira, aprecia y quiere ser como los personajes: como la filandorra, claro, o como el diablo que le acompaña en el grupo de los feos. También como la madama o el galán, los guapos. O incluso como el cedrón, el quinto en discordia, recuperado en 2024 y encarnado en 2025 por un chaval de la localidad llamado José Antonio.
Todos los participantes en la fiesta se mueven por las casas abiertas del pueblo en busca del donativo, y el pueblo los acompaña. Por eso, y porque los hay meticones y víctimas propicias, todo el mundo lleva la cara tiznada por el corcho de las colmenas. «No he hecho nada y me la llevo yo», lamenta un adolescente mientras recupera el resuello. Es lo que hay. La astucia sirve. La justicia es una quimera en el día de la mascarada.

Entre el público, varias personas llevan una sudadera corporativa de la Filandorra. Son los organizadores. Uno de ellos, Manuel Baladrón, observa el panorama con una sonrisa. Ha sido un buen año. Otro más. Participación, gente de fuera, buen tiempo… Y se ha recuperado otra actividad perdida desde hace más de medio siglo: la comedia. «Uno de los objetivos que tenemos es difundir las tradiciones y hacer la mascarada como antes», subraya el defensor de la tradición.
Y, en esas, el teatro de la tarde de Navidad era indispensable. Lo hacían los propios mozos del pueblo para diversión de la vecindad. Demasiado para lo que hay en 2025. En esta ocasión, se ha buscado un grupo de San Juan del Rebollar para hacerlo. Un primer paso. La respuesta del público ha sido tal que la organización ya ha advertido a la alcaldesa de que hace falta un salón más grande para dar cabida a los asistentes.

También se ve a la gente interesada en la exposición de fotos antiguas de la Filandorra que decora un lateral de la calle: «Mira, ese eres tú cuando tenías pelo», le dice un vecino al otro, con algo de maldad. Cada generación se agacha a ver su mascarada y la que conoció. Se percibe el aprecio por la muestra: «Todo esto es un motivo de orgullo», añade Baladrón, que se ríe mientras escucha voces al fondo: «Ha habido lío esta mañana: pilladas y cintazos», constata.
De fondo, una mujer ve a un vecino con la cara negra y le espeta: «Ale, ya os han enciscao». ¿Y a quién no?

