Pobladura de Aliste es un pueblo navideño. Eso se percibe en las luces, en las fachadas decoradas y en el esfuerzo vecinal por exhibir ese sentimiento a través de lo ornamental. Pero hay más. Y viene de lejos. De mucho antes que esa voluntad colectiva por dar brillo a las noches de finales de diciembre y principios de enero. Para contar la historia aparece una mujer que está sentada en el bar Paloma de la localidad en la víspera de Nochebuena. Su nombre es Isabel Vega, tiene buen carrete y, lo más importante, conocimiento de lo que habla: toca explicar qué son los chíngueles, una tradición que este pueblo del oeste de Zamora conserva desde 1906.
Isabel lo suelta de carrerilla: «Se trata de cantar villancicos con un conjunto instrumental que se lleva. Para la gente de Pobladura, si no hay chíngueles no hay Navidad», resume la vecina. Según apunta el colectivo Aires de Aliste, asentado en el pueblo, el nombre de esta tradición es una referencia onomatopéyica al grupo de instrumentos que acompaña a la gaita y tamboril en esos cánticos que se realizan en los días de Navidad, Año Nuevo y Reyes. Un cura llamado Moisés Pintado introdujo esta idea hace 119 años. Y aquí sigue su legado: intacto, a pesar del padecimiento demográfico del lugar.

«Es algo en lo que la gente se implica muchísimo. Lo sientes como propio y lo has tenido toda la vida, desde niño. Si te gustan las tradiciones, engancha y gusta», comenta Isabel, que lo aprendió de sus abuelos y del resto de la gente a quien vio y escuchó antes de sumarse ella misma al grupo hace 35 años. «El ti José, el ti Ambrosio, el ti David, el ti Daniel…», enumera la vecina de Pobladura, que aclara por si acaso: «Aquí decimos ti». «Y Manuel, José Pérez…», continúa la alistana, que subraya que, ahora, tras doce decenios de chíngueles ininterrumpidos, la gaita está en manos de Belén Manjón, «que tiene 26 o 27 años».
Entre las cantoras de referencia, Isabel menciona a Sabina Lorenzo o a Feliciana: «Las dos han fallecido ya, pero de esas aprendí yo», destaca la mujer, que expresa con claridad de qué va esto de los chíngueles. Se trata de un aprendizaje constante al abrigo de las generaciones que van precediendo a los vecinos de Pobladura. Son todos eslabones de una misma cadena. Y no hay cortes. Ahora ya están asentados jóvenes como Belén, Javier, Nieves o Noelia, pero también señoras como Paca, ya más entrada en años. Y otro buen puñado más, no se crean que esto es algo minoritario.
Además, el grupo se plantará este día de Navidad en la iglesia del pueblo con los mismos villancicos que a principios del siglo XX, la gaita como instrumento de referencia y los instrumentos que se han venido usando toda la vida. Isabel cita el tamboril, la pandereta, el almirez, el triángulo, las conchas o el gadaño. Para eso último, hace falta una aclaración: «Es la guadaña de segar hierba. Se le quita el palo y se da al hierro con otro hierro. Con un cucharón o algo así», señala la vecina de Pobladura.
Los chíngueles tienen mucha presencia en la liturgia religiosa de Navidad, Año Nuevo y Reyes, pero también en la vida popular. De las adoraciones a la presencia en las calles. «Una de las cosas más especiales es el cántico del Vamos a Jesús«, apostilla Isabel, que cuenta que, en la actuación del día de Reyes, se hace un homenaje a las personas que han participado en los chíngueles y que ya no están. La ofrenda en paralelo consiste en la entrega de una flor y una vela encendida. Luego, suena la música de siempre.
Tradición ininterrumpida
Una música, por cierto, que todos tienen bien aprendida. Siempre hay algún ensayo previo, pero generalmente cada uno tiene su papel interiorizado. En la noche posterior a esta charla, la del 23 de diciembre, habrá una reunión del grupo para preparar las actuaciones de los días siguientes: «Pero por refrescar un poco», remarca Isabel, que no recuerda un año sin chíngueles en Pobladura. Apenas, alguno que solo se hizo cantado por la enfermedad de un gaitero llamado José Crespo, que falleció a finales del siglo XX. Más allá de eso, todo igual desde 1906.
Tras la conversación, para la foto del reportaje, Isabel Vega va haciendo ronda por las casas en busca de compañeros. Reúne a varios, que se ponen a tocar de memoria un pequeño anticipo de los chíngueles. Suena todo lo bien que se espera de algo que los vecinos de Pobladura llevan metido en la piel. Aquí se habla de música, pero sobre todo de identidad; de algo único que empezó hace 119 años y que es, en realidad, la tradición navideña que marca el paso en este rincón de Aliste.
