Las horas de luz del sábado 13 de diciembre se han agotado, pero las pilas de los niños duran. Sus gritos resuenan a eso de las siete de la tarde por el entorno de la Praça de Camões de Bragança, el epicentro de la Tierra de Navidad y Sueños que ha montado, un año más, la ciudad fronteriza. Cabría esperar voces en portugués, pero el español predomina. «Creo que este año batimos el récord», apuntaba días atrás un trabajador del municipio, en referencia a la presencia de visitantes del otro lado de la frontera. El aluvión de forasteros llegó en el puente de la Constitución, pero continúa en este fin de semana intermedio.
– ¿Quieres ir a ver el Belén? Vamos a ver el Belén.
Las familias con hijos cruzan hacia la plaza mientras unos villancicos melódicos resuenan de fondo. Al pasar el umbral, cuesta contener a los muchachos, con estímulos multiplicados. A mano derecha, la noria y el carrusel; más adelante, el tren infantil; casi al pie, la pista de hielo; al fondo, un tipo disfrazado de oso polar a tamaño real para dar ambiente. Ya a modo de decoración se percibe también la figura de un ciervo, más reconocible por esta zona. Sí. Pero lo otro: «Un osooooo», grita una niña asombrada.
Mientras, a su vera, la actividad en el carrusel y en la noria no cesa. Los niños suben y los padres graban. Esa es básicamente la jugada. Los mayores también echan alguna bronca, lo que permite constatar la mayoría española en el entorno. Las madres que dicen «olha» en portugués para que sus rapaces miren son la excepción en su propia ciudad. Así es la tarde del sábado en Bragança.
Pero, sin duda, lo más concurrido está en la pista de hielo. Hay una parte dentro y una zona exterior por la que los patinadores pasan deslizándose. Unos con más gracia que otros. Los menos avezados se apoyan en unas focas naranjas de plástico que dan soporte y alegran la escena. Por allí hay padres que se atreven y otros que se mantienen inamovibles en su rol de cámaras. Eso lo llevan mejor los que se han acordado de los guantes. Los que no al menos tienen un fuego en el medio para recuperarse de la congelación parcial.
En la pista de hielo en cuestión caben 60 personas al mismo tiempo y los carteles dicen que, para subirse, hay que tener al menos tres años cumplidos. Además, hasta los cinco, es precisa la compañía de un adulto. Esas son las normas. Por lo demás, un grupo de trabajadores controla el panorama. No hay demasiados agobios. Tampoco fuera en el tobogán de hielo por el que se lanzan más muchachos. Casi todos van en bucle. Suben, se tiran y vuelven a subir.
Lo gastronómico
Lo cierto es que la Navidad brigantina que disfrutan los de allí y los de acá tampoco tiene una gran complejidad. Atracciones, luces, un programa de actividades abultado y casetas con comida. Esa suele ser la última parada. «¿Queréis chocolate o preferís un huevo Kinder en el hotel», pregunta una madre a sus hijos, al tiempo que admite que harán noche en la ciudad. Muchos otros van y vienen, no sin antes probar los crepes con distintos rellenos o el pan con chorizo que ofrecen los puestos ubicados al abrigo de una carpa.
En ese lugar están plantados dos hombres de Toro, a la espera de su turno: «Tardamos hora y media. Si hubiera autovía, una hora», apuntan. Esa es una cuenta pendiente para acercar la Navidad y otras muchas cosas de Bragança a Zamora. Y viceversa, claro. La conversación se interrumpe cuando les toca pedir. «¡A seguire!», grita la trabajadora, que reclama que pase el próximo. Luego, ubica mejor al cliente y cambia al castellano. Es habitual. En la Navidad pasada, un 83% de las personas que pasaron por el punto municipal de turismo en estas fechas venían del otro lado de la Raya.
