En el interior de una sala diáfana, con espacio para el movimiento, suena la música y bailan las parejas. Hay gente de toda condición, aunque predominan las mujeres: niñas y mayores. Al pie de la puerta, también aparece un hombre veterano, que danza al ritmo de los sonidos tradicionales y de las indicaciones que da la profesora. Ella, la encargada de llevar el grupo, se llama Lucía Fuentes y se mete igualmente en la faena hasta que el turno de la clase se agota. Dan las cinco y media y es el momento de cambiar de tercio.
Toda esta escena tiene lugar en las dependencias que la Escuela de Folklore de Aliste y Tràs-os-Montes tiene en la localidad de Trabazos, a un paso de Portugal por la N-122. Allí, cada sábado, de cuatro y media a ocho y media de la tarde, cerca de cien alumnos aprenden música tradicional. Y no solo hay baile. Las aulas incluyen formación de gaita, dulzaina, flauta y tamboril, percusión, pandereta y pandero, y hasta indumentaria tradicional. Muchos de los que van aprovechan para acudir a varias clases. Entre ellos, el hombre veterano del que hablábamos al principio. Su nombre es Francisco Fidalgo, y cuenta parte de la historia de este lugar junto a Lucía, su profesora.

Hay cierta complicidad entre estas dos personas que comparten la tarde del segundo sábado de diciembre, día de santo para la maestra. No en vano, antes de dedicarse a enseñar, ella aprendió junto a Francisco en este mismo lugar. Él ya ha cumplido los 85, así que la diferencia de edad entre ambos roza los 60 años, pero esa brecha se acorta en un lugar que se puede describir con muchos adjetivos, pero uno de ellos, claramente, es «intergeneracional».
«Yo ya no puedo bailar lo que quiero, pero es que me gusta mucho», arranca Francisco, que como muchos de los alumnos tiene que desplazarse desde otro pueblo. En su caso, Viñas. «Mientras se pueda», vale la pena el viaje. «Tenemos gente incluso más mayor y también niños pequeños, así que intentamos adaptarlo por grupos de personas que saben bailar parecido y que se entienden. Porque también nos reímos mucho», abunda Lucía.

Francisco empezó en la escuela cuando ya estaba jubilado y lamenta varias veces más que el cuerpo ya no le dé para lo mismo que a los rapaces. Cada cual con sus posibilidades, pero todos al son de la misma música. «Hacemos mucho de Aliste, pero también del resto de la provincia, e incluso algunas canciones de Portugal», aclara Lucía, antes de que la conversación concluya. A su compañero de Viñas le toca ahora percusión. A esa clase va con unos chicos que han venido a vivir a Aliste desde Venezuela y que quieren aprender y entretenerse. Las dos cosas que se pueden hacer en estas salas.
Mientras la gente está en las clases, un barullo de sonidos confluye en el pasillo. Aquí se percibe vida, movimiento. La escuela, que nació en el año 91, goza de buena salud. Queda claro. «Aquí viene gente de toda la comarca. Por ejemplo, tenemos muchos de Pobladura, que queda un poco lejos, pero que es el segundo o el tercer pueblo que más alumnos aporta», cuenta Begoña Bermúdez, que es vocal de la directiva y que se sale de una de las aulas para explicar un poco más acerca de la historia de este centro.

Bermúdez destaca la fortaleza de las clases, pero también el empuje de los grupos que salen, sobre todo en verano, a hacer bolos por los pueblos. Está el de baile, claro, pero también asoman ya el de gaita y el de pandereta: «Ha habido una época en la que a lo mejor fallaba algo más la gente, pero llevamos dos o tres años en los que todo el mundo está muy animado», celebra esta mujer, que se remite a su padre para más información.
Su padre, de nombre Miguel Bermúdez, es el presidente de esta escuela adscrita al Consorcio de Fomento Musical. «El secreto de mantener esto desde 1991 es que tenemos un excelente profesorado», reivindica el responsable del centro, que recuerda que los inicios de este proyecto hay que buscarlos en el colegio de Alcañices. Allí, la propuesta no tuvo el éxito esperado, pero sí consiguió asentarse en Trabazos. «Aquí estamos consiguiendo lo que pretendíamos, que no se pierda el folklore tradicional», apunta el dirigente.

Ese objetivo parece claramente amarrado. Atrás quedan los años de un folklore denostado y casi sepultado: «Ahora vas a cualquier pueblo de la zona y te encuentras gaiteros, tamborileros, gente especializada en costura…», enumera Bermúdez, que defiende con vehemencia lo tradicional frente a «otros inventos». Su línea la siguen los «97 o 98» alumnos de unas aulas que tienen capacidad para acoger a 130 o 140 si esto sigue creciendo.
Casi un parentesco
Como dijo antes Begoña, si en todos los pueblos hubiese tanta pasión por el folklore como en Pobladura, tocaría ampliar las instalaciones. Y eso que hay 26 minutos de camino en coche. Uno de los que llega desde allí es Jesús Lorenzo: «Vengo para divertirme y para seguir aprendiendo», asegura este hombre, que también está metido en el colectivo Aires de Aliste, de su localidad, y en el coro de la iglesia. La música y la tradición se han convertido para él en el elemento socializador central.
«Vengo a pandereta, flauta y tamboril, percusión y baile», advierte Jesús, que resalta la familiaridad que se genera dentro de los grupos: «Esto termina por ser un parentesco más», afirma el alumno de Pobladura, que ve en el folklore «algo propio» de los pueblos, una de esas cosas que hay que proteger. Desde luego, cada sábado en Trabazos, hay muchas manos dispuestas a sujetar el legado cultural de antaño.

